Me quemé las pestañas para ascender en la pirámide social

Fernando Saldivia Najul
14 marzo 2007



El mes pasado el Ministro Adán Chávez dijo que el sistema capitalista sembró en este país y en toda Latinoamérica los antivalores, el individualismo y el egoísmo, como una manera de ascenso social. Se trata, según el Ministro, de luchar como sea, pisoteando a quien sea para lograr, por ejemplo, un título universitario [1].

Esto bastó para que se desatara, hasta el día de hoy, la jauría de hienas reclamando sus espacios en la pirámide social. Globovisión entrevistó hasta el gato para que contrariaran al Ministro y le salvaran la vida a los trepadores. Alcancé a escuchar comentarios como: "Uno estudia para tener una posición en la vida"; "si yo me quemé las pestañas estudiando fue para destacarme". Eso si camaradas, a todos ellos y ellas se les veía muy convencidos de que estudiar en la sala de lectura de la universidad requiere más esfuerzo que labrar la tierra con el lomo doblado bajo el ardiente sol llanero del mediodía.

Pero esto no se quedó ahí. Los defensores del American Way of Life aprovecharon para arreciar sus denuncias contra la reforma de la Ley de Educación, alegando que esta pretende adoctrinar a sus hijos. O sea, que si cambiamos los valores del consumismo y de la competencia, por el hábito de la lectura y la solidaridad, a esto se le llama adoctrinamiento. Igualmente, si fomentamos en los niños el amor a la forma de vida venezolana, en lugar de hacerlo por el American Way of Life, a esto también se le llama adoctrinamiento. Y podemos estar seguros, que si le decimos a un niño, que el estudio es para crecer intelectualmente, y para cooperar en pro del ascenso social de todos los sectores, los depredadores nos van a saltar encima: ¡a mi no me van a adoctrinar a mi hijo!

Es posible que haya personas que confundan cambio de valores con adoctrinamiento dogmático. Algo así como confundir ideología con religión. Sin embargo, lo que pretenden los escuálidos es que no se aplane la pirámide de clases sociales. Les confieso que a mi no me gusta hablar de clases sociales —baja, media y alta— porque a veces creo que puedo herir sentimientos de personas que me rodean. Pero lamentablemente existen las clases, y los escuálidos trabajan para que persistan. Sobre este particular, camaradas, he entendido que para combatir el clasismo, así como el racismo y el endorracismo [2], necesario es sacarlo de su escondite, hacerlo visible lo más que se pueda, y estudiarlo a fondo, para así poder atacarlo desde sus causas.

Volviendo al fulano ascenso social, camaradas, entiendo que los papás escuálidos ven la educación como una inversión. Orientan a sus hijos hacia carreras lucrativas. Invierten en capital escolar para conseguir capital económico. Sin embargo, no se dan cuenta que en esta competencia por obtener títulos cada vez más lucrativos, se produce una superproducción de títulos que saturan las necesidades del mercado laboral. El estudiante que lucha contra esto, se ve obligado a conseguir aún más títulos: curso de postgrado, especialización, maestría, doctorado, y hasta un segundo título universitario, con el propósito de superar a los demás en la consecución de un puesto de trabajo. ¡Que angustia! Y lo más triste es que los demás estudiantes también hacen lo mismo. Resultado: títulos devaluados colgados en la pared. Solución: lucha individual, arribismo, competencia desleal, enemistad, soledad.

Tal cual como lo señala en su libro "La Distinción" el sociólogo francés Pierre Bourdieu:

«Los sacrificios más importantes, o los más manifiestos, que realiza el pequeñoburgués, están en la sociabilidad y en las satisfacciones que se derivan de ella. Seguro de que debe su estatus sólo a su mérito, está convencido de que debe contar sólo consigo mismo para su salvación: cada uno para sí, cada uno en su casa. Su preocupación por concentrar los esfuerzos y reducir los costos, le conduce a romper los lazos, incluso familiares, que le ponen obstáculo a su ascensión individual» [3].

Así es amigos. El pequeñoburgués pasa su vida compitiendo, metiendo zancadillas, con el sólo propósito de alcanzar un futuro de mayor prestigio, con más placeres y más comodidades. Pero al final descubre que el plazo de acceso al bien ansiado excede los límites de una vida útil humana, y debe necesariamente trasladar sus ambiciones a los hijos para vivirlas durante su vejez. Pero la mayoría de las veces, se hace imposible. Resulta que sus planes requieren de varias generaciones. O también puede que haya un quiebre de la relación de identificación con sus hijos, o sea, que los hijos no comparten las ambiciones de sus padres. Y finalmente, aparece la desproporción entre las satisfacciones y los sacrificios. Pero ya es demasiado tarde. Las ambiciones deben rebajarse o desistir de ellas. Les queda sólo la vanagloria de que lo poco que lograron fue por sus propios méritos. ¡Seguro!

¡Bájense de esa nube! Hay que recordarles a la pequeña burguesía y a la burguesía en Venezuela, que si sus hijos disfrutaron las condiciones necesarias para estudiar y llegar a obtener títulos universitarios, fue porque hubo millones que no tenían esas condiciones. El petróleo no se repartió para que todos estudiaran. La señora de servicio doméstico que atendió, y que atiende a los hijos e hijas de las clases media y alta, nunca han recibido un salario para ofrecerle las mismas condiciones a sus niños para que puedan sacar las mismas notas que los niños bien atendidos. Tampoco los hijos de la señora de servicio, pudieron ni pueden heredar el capital cultural dominante como condicionante del famoso ascenso social, ni tampoco pueden heredar el capital social, es decir, los contactos para sus futuros empleos o negocios. Y mucho menos puede la humilde señora atender a sus hijos mientras está cuidando, lejos de su rancho, a los hijos preferidos del sistema. Y cuando se quedan viviendo en las casas de los ricos, con sus hijos, porque no tienen vivienda, no hace sino recordarme los tiempos crueles de la esclavitud.

Así que dejémonos de "quemarnos las pestañas". Quitémonos ese mojón de la cabeza.

Lo que tenemos que hacer es cambiar los valores capitalistas por los valores socialistas. Cambiar valores destructivos por valores constructivos. Cambiar la educación capitalista del "tener", por la educación socialista del "ser" y del "somos". Cambiar el ascenso individual por el ascenso de la justicia social: igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones. Cambiar la cultura dominante única de la clase burguesa anglosajona, por la cultura de los venezolanos con acceso a Internet en todos los salones de clase, a fin de que los niños, niñas y adolescentes no reciban sólo la información que los ricos difunden por Globovisión, y que a su vez puedan emplear esta herramienta de lucha para su liberación. Tenemos que encender la luz de los pueblos para descubrir los saberes nuestros, y observar con prudencia, la teología, la filosofía y la ciencia occidental, las cuales han sido utilizadas al servicio de la cultura dominante.

Analicemos los ideales de la Revolución Francesa: Libertad, igualdad y fraternidad. Si los capitalistas dicen libertad para explotar, nosotros decimos libertad para no ser explotados. Si ellos dicen igualdad de oportunidades, nosotros decimos igualdad de derechos y de condiciones. Si los escuálidos dicen fraternidad entre los panas, nosotros decimos fraternidad entre todos los pueblos hermanos.

Señoras escuálidas: ¡dejen la angustia! El Ministro sólo quiere decirles que en lugar de que presionen a sus hijos para que saquen mejores notas que las del vecino, ahora deben decirle a sus hijos que se ayuden en el estudio mutuamente, para que todos juntos descubran por igual el mundo que los rodea, y así poder crecer juntos por la sociedad, sin necesidad de competir a ver quien sabe más para ver quien va a acumular más bienes innecesarios.


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[1]
http://www.lapatriagrande.net/011_frevemun/fnbr/abn.htm
[2]http://fernandosaldivia.blogspot.com/2007/01/endorracismo.html http://fernandosaldivia.blogspot.com/2007/01/endorracismo-involuntario.html
[3] La Distinction. Critique Sociale du Jugement. Chapitre 6: La bonne volonté culturelle: La pente et le penchant, p.389. Pierre Bourdieu. Les éditions de minuit. Paris, 1979.


Publicado en Aporrea.org el 14/03/07

 http://www.aporrea.org/ideologia/a31906.html

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