Fernando Saldivia Najul
Agosto 2004
La riqueza fácil y súbita que proporcionó el petróleo en Venezuela, abrió paso a una subclase urbana que aún se mantiene distraída en el consumo de bienes no necesarios. Un sector social que se confunde hoy entre las clases media y alta, mejoró bruscamente sus condiciones materiales de vida. Estas personas, indiferentes a la historia de los pueblos, hoy son manipuladas por los medios de comunicación. Reaccionan de manera airada y temeraria contra la redistribución de la riqueza y la construcción de un nuevo Estado de bienestar social. La animadversión y el desequilibrio de estas personas frente a los grupos revolucionarios se debe, en buena medida, a la idea tergiversada que los medios trasmiten sobre el ejercicio de la meritocracia en el pasado.
Pues bien, hagamos memoria. La población venezolana se dedicaba fundamentalmente a la agricultura, al comercio y a la artesanía. De repente, se presentó una intensa dinámica económica y social motivada por la explotación petrolera. Sin embargo, sólo parte de la población fue incorporada al mercado de trabajo formal. Al lado de la oligarquía tradicional, surgieron grandes empresarios. La gran mayoría contratistas del Estado venezolano, y apoyados financieramente por éste. Por más que se mostraban como grandes inversionistas, en esencia prevaleció la modalidad usurera, especulativa y mercantilista, a expensas del Estado y sin ningún riesgo. Nació así la burguesía parásita. No competía, no pagaba impuestos, no reintegraba los créditos. Además, como los empresarios privilegiados no competían, tampoco requerían mejores profesionales ni mejores técnicos. Entonces, la renta petrolera repartida a dedo entre pocas familias y pocos trabajadores formales, no pudo propiciar una competencia aceptable. No se sembró el petróleo. No se diversificó la economía. Simplemente se repartió la torta. Y mal repartida. La famosa meritocracia no era otra cosa que una aristocracia camuflada que impidió el crecimiento de nuestro país.
Lamentablemente, estos privilegiados todavía consideran que merecen lo que tienen. Perciben a la mayoría como individuos flojos. Ven a los trabajadores informales como perturbadores del orden, indeseables, invasores de los espacios públicos de la sociedad civil. Les niegan así no sólo la condición de trabajadores, sino también la de ciudadanos. Con esto justifican la segregación. Levantan muros en sus viviendas. Se trasladan en autos con vidrios oscuros. Se encierran en centros comerciales. Se recrean en clubes fortificados. Prefieren el turismo internacional, lejos de la miseria. Se distancian de la naturaleza y de las personas que consideran inferiores, para sumergirse en un mundo artificial. La felicidad la confunden con el éxito, y el éxito con el dinero. Este modelo es luego copiado por sus hijos.
Ahora, la clase consumista se resiste al cambio. Estas personas, comprometidas con quienes las llevaron a la nueva posición, se ven obligadas a agredir a quienes se proponen hacer justicia. Mediatizados, sin identidad nacional y al servicio del capital, admiran a los poderosos y desdeñan a la clase revolucionaria que lucha por una sociedad más justa y solidaria, contraria al sistema de clases.
El llamado es a superar el actual sistema de clases. Ello debido a que las diversas clases sociales tienen un acceso normalmente desigual a ventajas y oportunidades. Los hijos de los grupos con mayor poder adquisitivo van a escuelas distintas, obtienen calificaciones escolares superiores, disponen de diferentes oportunidades de trabajo y gozan de mejores condiciones de vivienda. Cuidado, no debemos olvidar que las consecuencias a largo plazo de la diferencia de clases, son peligrosas para sus beneficiarios temporales.
Por lo tanto, para crecer como país debemos garantizar la igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones. Asimismo, debemos reivindicar lo natural y primigenio frente al consumismo. La familia y la tradición frente a la riqueza material. Si queremos subsistir tenemos que construir nuestro propio modelo de vida.
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Artículo difundido por correo electrónico, e impreso en volantes y repartidos en las estaciones de Chacao y Altamira del Metro de Caracas.
Ver más artículos del autor en:
http://www.fernandosaldivia.blogspot.com
Agosto 2004
La riqueza fácil y súbita que proporcionó el petróleo en Venezuela, abrió paso a una subclase urbana que aún se mantiene distraída en el consumo de bienes no necesarios. Un sector social que se confunde hoy entre las clases media y alta, mejoró bruscamente sus condiciones materiales de vida. Estas personas, indiferentes a la historia de los pueblos, hoy son manipuladas por los medios de comunicación. Reaccionan de manera airada y temeraria contra la redistribución de la riqueza y la construcción de un nuevo Estado de bienestar social. La animadversión y el desequilibrio de estas personas frente a los grupos revolucionarios se debe, en buena medida, a la idea tergiversada que los medios trasmiten sobre el ejercicio de la meritocracia en el pasado.
Pues bien, hagamos memoria. La población venezolana se dedicaba fundamentalmente a la agricultura, al comercio y a la artesanía. De repente, se presentó una intensa dinámica económica y social motivada por la explotación petrolera. Sin embargo, sólo parte de la población fue incorporada al mercado de trabajo formal. Al lado de la oligarquía tradicional, surgieron grandes empresarios. La gran mayoría contratistas del Estado venezolano, y apoyados financieramente por éste. Por más que se mostraban como grandes inversionistas, en esencia prevaleció la modalidad usurera, especulativa y mercantilista, a expensas del Estado y sin ningún riesgo. Nació así la burguesía parásita. No competía, no pagaba impuestos, no reintegraba los créditos. Además, como los empresarios privilegiados no competían, tampoco requerían mejores profesionales ni mejores técnicos. Entonces, la renta petrolera repartida a dedo entre pocas familias y pocos trabajadores formales, no pudo propiciar una competencia aceptable. No se sembró el petróleo. No se diversificó la economía. Simplemente se repartió la torta. Y mal repartida. La famosa meritocracia no era otra cosa que una aristocracia camuflada que impidió el crecimiento de nuestro país.
Lamentablemente, estos privilegiados todavía consideran que merecen lo que tienen. Perciben a la mayoría como individuos flojos. Ven a los trabajadores informales como perturbadores del orden, indeseables, invasores de los espacios públicos de la sociedad civil. Les niegan así no sólo la condición de trabajadores, sino también la de ciudadanos. Con esto justifican la segregación. Levantan muros en sus viviendas. Se trasladan en autos con vidrios oscuros. Se encierran en centros comerciales. Se recrean en clubes fortificados. Prefieren el turismo internacional, lejos de la miseria. Se distancian de la naturaleza y de las personas que consideran inferiores, para sumergirse en un mundo artificial. La felicidad la confunden con el éxito, y el éxito con el dinero. Este modelo es luego copiado por sus hijos.
Ahora, la clase consumista se resiste al cambio. Estas personas, comprometidas con quienes las llevaron a la nueva posición, se ven obligadas a agredir a quienes se proponen hacer justicia. Mediatizados, sin identidad nacional y al servicio del capital, admiran a los poderosos y desdeñan a la clase revolucionaria que lucha por una sociedad más justa y solidaria, contraria al sistema de clases.
El llamado es a superar el actual sistema de clases. Ello debido a que las diversas clases sociales tienen un acceso normalmente desigual a ventajas y oportunidades. Los hijos de los grupos con mayor poder adquisitivo van a escuelas distintas, obtienen calificaciones escolares superiores, disponen de diferentes oportunidades de trabajo y gozan de mejores condiciones de vivienda. Cuidado, no debemos olvidar que las consecuencias a largo plazo de la diferencia de clases, son peligrosas para sus beneficiarios temporales.
Por lo tanto, para crecer como país debemos garantizar la igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones. Asimismo, debemos reivindicar lo natural y primigenio frente al consumismo. La familia y la tradición frente a la riqueza material. Si queremos subsistir tenemos que construir nuestro propio modelo de vida.
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Artículo difundido por correo electrónico, e impreso en volantes y repartidos en las estaciones de Chacao y Altamira del Metro de Caracas.
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