Egoísmo e ignorancia *

Fernando Saldivia Najul
28 junio 2004



La fraternidad, más que un sentimiento piadoso como se entendía ayer, hoy es una necesidad para garantizar la supervivencia y la felicidad de todos los seres humanos. Si el egoísmo produce placeres inmediatos para unas minorías, esta actitud, sin duda, engendra consecuencias nefastas en perjuicio de todos. Delincuencia, epidemias, destrucción del ambiente, conflictos armados. Así lo entendieron todos los gobiernos de los países miembros de la ONU en el año 1948, después de la segunda guerra mundial. Tanto los gobiernos de derecha como los de izquierda firmaron por unanimidad, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El texto nos recuerda que tenemos el derecho de vivir fraternalmente los unos con los otros en una sociedad democrática; el derecho al trabajo con una remuneración que nos garantice la cesta básica, la cual sería completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social; el derecho a la alimentación, al vestido, a la vivienda y a la asistencia médica; el derecho a la educación básica gratuita y obligatoria orientada al desarrollo de la personalidad y al fortalecimiento del respeto a los derechos humanos, así como al derecho a estudios superiores.

Entonces, no se le debe la cesta básica sólo a los que son más trabajadores, más inteligentes o a los que tienen empleo formal, sino a todos por igual, ya que no es un premio al mérito, sino un derecho humano.

Desde el punto de vista moral, se entiende que, hasta que no se respeten y apliquen los derechos humanos a todos los ciudadanos, aquellos que ya gozan de éstos, deben y les conviene posponer sus ambiciones. Deseos inoportunos que pueden de alguna manera comprometer los bienes primarios necesarios para los menos aventajados. Con esta declaración, queda superada la famosa doctrina del egoísmo. Triunfa la moral sobre la selección natural.

Sin embargo, todo esfuerzo debe ir acompañado por la lucha hacia un nuevo y reordenado mundo multipolar, donde la integración entre países subdesarrollados, se muestra mucho más optimista que las alianzas asimétricas de países pobres con países ricos. Solo así se conseguiría la soberanía de un estado libre para administrar sus propias riquezas en provecho de sus habitantes.

Para alcanzar ambos objetivos, igualdad ciudadana con soberanía de Estado, urge una campaña de concientización y la revisión de los programas de estudios a fin de formar, más que bachilleres y profesionales, formar buenos ciudadanos con especial énfasis en el tema de la solidaridad. La solidaridad se educa. Por lo que, aquellas personas que aún tienen sentimientos egoístas, tienen todo el derecho a la educación cívica que les fuera negada en su oportunidad. Sin embargo, la tarea no es fácil cuando ha prevalecido por más de dos siglos un ambiente hedonista. Un mundo donde se reduce la felicidad a los placeres sensoriales intensos, pero inestables, dejando a un lado los placeres más estables como los placeres intelectuales, artísticos, deportivos, morales y espirituales. Esta inversión de valores sólo despierta en los jóvenes la envidia y el egoísmo, al tiempo que se exponen a la opresión y al chantaje. El deseo desordenado los lleva a una competencia desleal por el lucro, al punto de comprometer la cesta básica de la mayoría.

En suma, es el Estado con la ayuda del sector empresarial privado quien debe satisfacer las necesidades básicas de todos los ciudadanos. No obstante, cuando el sector privado no tiene la capacidad o la buena voluntad para contribuir a ello, es sobre el Estado donde se deposita una mayor obligación moral, ya que los ciudadanos eligen a los servidores públicos pero no eligen a los empresarios privados. Asimismo, es función de Estado definir políticas que contribuyan a la felicidad de todos. Pero no una felicidad exclusivamente hedonista, la cual la hace frágil, engañosa, ilusoria, sino, una felicidad más estable que también incluya la práctica de las virtudes y el desarrollo de las potencialidades humanas.


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* Versión resumida y publicada el 28 de junio de 2004 en la prensa revolucionaria Viva Venezuela, dirigida por Reinaldo Bolívar y Omar Cruz).

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