Egoísmo e ignorancia

Si la raíz del egoísmo es la ignorancia, quienes lo padecen tienen derecho a la re-educación gratuita y obligatoria.

Fernando Saldivia Najul
11 febrero 2004



La fraternidad, más que un sentimiento piadoso como se entendía en tiempos remotos, hoy es una necesidad para garantizar la supervivencia y la felicidad de todos los seres humanos. Incluyendo la supervivencia y la felicidad de las personas que aún hoy abrigan sentimientos egoístas. Se sabe que el egoísmo pudiera proporcionar placeres inmediatos para unas minorías, pero, sin duda, esta actitud engendra consecuencias nefastas a mediano y largo plazo en perjuicio de todos. La delincuencia, luego las epidemias, la destrucción del ambiente, en especial el ambiente urbano, y finalmente, los conflictos armados. Males que afectan a todos por igual.

Así lo entendieron todos los gobiernos de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas en el año 1948, después de la segunda guerra mundial. Naciones racistas y naciones antirracistas, vencidos y vencedores, clasistas y luchadores de clases, gobiernos de derecha y gobiernos de izquierda. Todos, todos por unanimidad resolvieron en Asamblea General: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse. De tal manera que, esta declaración constituye el contrato social más importante entre los seres humanos, y tiene una enorme fuerza moral que supone una obligación de los estados de respetarla.

Entre los derechos citados por la Declaración, compuesta por treinta artículos, se encuentran: el derecho a vivir en una sociedad democrática donde nos comportemos fraternalmente los unos con los otros; el derecho al trabajo con una remuneración que garantice la cesta básica conforme a la dignidad humana, la cual debe ser completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social; el derecho a la alimentación, al vestido, a la vivienda y a la asistencia médica; el derecho a la educación básica gratuita y obligatoria orientada al desarrollo de la personalidad y al fortalecimiento del respeto a los derechos humanos, así como al derecho a estudios superiores. Todos bienes que contribuyen al desarrollo humano de los pueblos.

En otras palabras, todo ser humano tiene derecho a ser alimentado, vestido y de habitar en una vivienda digna, al tiempo que sus padres, la sociedad o el Estado, le dan la educación necesaria y obligatoria para hacerlo útil a la comunidad. Ya preparado para el campo laboral, la sociedad y el Estado también tienen la obligación de facilitarle un empleo digno conforme a su formación, y de garantizarle como mínimo la cesta básica, sea cual sea su capacidad de producción. Ya sea con un salario justo, con subsidios, o ambos. En caso de desempleo, igual tiene derecho a la cesta básica, por la vía de programas de seguridad social. Entonces, no se le debe la cesta básica sólo a los que son más trabajadores, más inteligentes o a los que tienen empleo formal, sino a todos por igual.

Desde el punto de vista moral, se entiende que, hasta que no se respeten y apliquen los derechos humanos a todos los seres humanos, aquellos que ya gozan de éstos, deben y les conviene posponer sus ambiciones. Deseos inoportunos que pueden de alguna manera comprometer los bienes primarios necesarios para los menos aventajados, los cuales aún no disfrutan de los derechos fundamentales. O al menos, no deberían entorpecer las políticas sociales que ejercen los ciudadanos de buena voluntad, orientadas en este sentido. Por lo tanto, esto no sólo debe ser la política de un estado en particular, sino que es un compromiso moral de todos los estados y de todos los hombres y mujeres, invocar principios éticos universales para hacer justicia. Y con la justicia viene la paz y el bienestar de todos. Queda así con esta declaración, superada la famosa doctrina del egoísmo. Triunfa la moral sobre la selección natural.

Por otro lado, si el fin último del Estado es proporcionar bienestar para todos, el camino para llegar a éste casi siempre se ve obstaculizado por la concentración del poder en un mundo unipolar o, en el mejor de los casos, bipolar. Por ello, urge dividir el poder. Todo esfuerzo debe ir acompañado por la lucha hacia un nuevo y reordenado mundo multipolar, donde la integración entre países subdesarrollados, se muestra mucho más optimista que las alianzas asimétricas de países pobres con países ricos. Solo así se conseguiría la soberanía de un estado libre para ejecutar los programas de seguridad social, con plena libertad para administrar sus propias riquezas en provecho de sus habitantes.

Para alcanzar ambos objetivos, igualdad ciudadana con soberanía de Estado, se necesitan campañas de concientización sobre los derechos humanos, sobre la libre autodeterminación de los pueblos, y sobre los beneficios de la comunión de países hermanos. Para ello, es menester además la revisión de todos los programas de estudios básicos y estudios superiores, tanto humanísticos como tecnológicos, a fin de formar más que bachilleres y profesionales, formar buenos ciudadanos. Buenos ciudadanos preparados para producir bienes y prestar servicios, y capacitados para distribuir éstos con justicia. Educarlos para fortalecer el respeto de los derechos humanos como señala la Declaración, y con especial atención a los menos solidarios. Sí, a los menos solidarios. Porque aquellas personas que tienen sentimientos egoístas, son ignorantes de los derechos humanos y, si son ignorantes de los derechos humanos, tienen el derecho a la educación cívica que les fuera negada en su oportunidad.

Sin embargo, la reivindicación del derecho a la re-educación para aquellos poco solidarios, se hace cuesta arriba, cuando ha prevalecido por más de dos siglos un ambiente hedonista. Un mundo donde se reduce la felicidad a los placeres sensoriales intensos pero inestables, dejando a un lado los placeres más estables como los placeres intelectuales, artísticos, deportivos, morales y espirituales. La inversión de valores, con el consumismo a la cabeza, favorece al comercio internacional, a la concentración de capitales y a la concentración del poder trasnacional. Y sólo despierta en los jóvenes la envidia, el egoísmo, y la ambición, exponiéndose a la opresión, humillación y el chantaje, lo que les produce ansiedad. El deseo desordenado los lleva a una competencia desleal por el lucro, al punto de comprometer la cesta básica de la mayoría. Cesta básica, que por supuesto, no representa un premio de ninguna competencia, sino que simplemente se exige por derecho. Como es obvio, la competencia desleal por el lucro va en detrimento de todos, y el egoísmo queda contraindicado para alcanzar la felicidad.

De tal manera que, respondiendo a un principio ético universal, el Estado y el sector empresarial privado de todos los países, deben garantizar la cesta básica y los derechos humanos de todos los ciudadanos sin excepción. No obstante, cuando el sector privado no tiene la capacidad o la buena voluntad para contribuir a ello, es sobre el Estado donde se deposita una mayor obligación moral, ya que los ciudadanos eligen a los servidores públicos pero no eligen a los empresarios privados. Asimismo, es función de Estado definir políticas que contribuyan a la felicidad de todos. Pero no una felicidad exclusivamente hedonista, la cual la hace frágil, engañosa, ilusoria, sino, una felicidad más estable que también incluya la práctica de las virtudes y el desarrollo de las potencialidades humanas.


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Difundido el 11 de febrero de 2004 por correo electrónico, e impresa en volantes y repartidos en las estaciones de Chacao y Altamira del Metro de Caracas.

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