Fernando Saldivia Najul
9 octubre 2019
No lo podían creer,
pensaron que la lluvia les había aguado el mitin: “¿¡Ese señor con cáncer se
subió a la tarima con ese palo de agua!? Coño ‘e la madre. Y pensábamos que ya
se les había arruinado la fiesta a esos monos chavistas. Tanto que apostamos
para que les lloviera en la Avenida Bolívar, y ese loco se montó como si
nada. ¿Y como que está cantando y bailando? Qué bolas. ¡Ojalá que le dé una
pulmonía o una bronconeumonía, nojoda! Diosito, mándale un rayo que lo parta en
dos, o que lo fulmine en el acto”.
Si camaradas, los
escuálidos sabían que si sus seguidores veían a su líder, martirizado por su
quebranto de salud, acudir al encuentro con ese clima adverso, el domingo
próximo estaban nuevamente derrotados en las urnas. Los chavistas respondían
por las redes: “Claro que me estoy mojando, porque Chávez se lo merece”. A
algunos se les dañó el celular con la lluvia. Pero que importaba eso, se
estaban jugando el futuro de sus hijos.
Se escucharon consignas:
“Quién no esté empapado no es chavista”. “Ni con lluvia, ni con cacerola. Para
ganarle a Chávez tienen que echarle bolas”.
Las redes sociales
reventaron de odio esa tarde victoriosa. Incluso hubo quienes le desearon que
le cayera un meteorito en la cabeza. No estaban conformes con el cáncer que
padecía. Con ansia enfermiza rogaban a dios que lo pulverizara en un instante.
No podían esperar que el cáncer más tarde se los quitara de encima. La locura
total.
Pero el malestar escuálido
ya había empezado cuando vieron a la multitud de chavistas que lo aguardaban en
las 7 avenidas del centro de Caracas desde las 10:00 de la mañana de ese 4 de
octubre de 2012. Ahí arrancó la arrechera. Luego cuando comenzó a llover y
veían que no se iban sino que se quedaban guareciéndose mientras llegaba el
Comandante —algunos con paraguas, otros con un pendón, un cartón, o bajo algún
techito—, la sangre les hervía de impotencia. Todo eso lo veían por el canal
del Estado, y por las cuentas de twitter de los chavistas.
Y echaron mano de lo que
más saben, de la guerra mediática: “Qué vaina, los chavistas son como los
Gremlins, que se multiplican cuando están bajo la lluvia”. “Claro, cómo se van
a ir si no conocen Caracas. Todos son de otros estados del país que los
trajeron obligados en autobús”.
Cierto, los obligaron a
cantar y a bailar bajo la lluvia. A otros los obligaron a llorar de emoción
cuando vieran al Comandante. Y hasta los obligaron a montarse en los árboles.
Mientras se desahogaban y
nos hacían la guerra por las redes sociales, la realidad les reventaba en la
cara. Las gotas de lluvia se confundían con las lágrimas. Los escuálidos nunca
habían visto a tanta gente llorar de alegría en una concentración. Eso los
estremecía.
A la capital llegó la
avalancha bolivariana para ver y a acompañar al Comandante Chávez. Arribaron
hasta las mujeres indígenas desde el Estado Amazonas, en un viaje de 16 horas
por autobús. Si les preguntabas por qué vinieron, te respondían al unísono:
“Porque lo amamos”.
Las 7 avenidas estaban
atestadas de gente. No te podías mover. Era casi imposible trasladarse de una
avenida a otra. Era impenetrable por la multitud. Hubo gente que se citó en un
sitio específico para encontrarse con familiares y amigos, y no pudieron verse.
Se quedaron parados y emparamados cada quien en el sitio donde fueron
sorprendidos por las primeras palabras de Chávez sobre la tarima.
Los pasillos del Parque
Central estaban hasta los teque teque de chavistas que no pudieron encontrar un
ladito en la Avenida Bolívar para ver al Comandante. Pero no se
retiraban. Lo veían por la televisión que tenían algunos restaurantes y otros
locales, que a petición de tantos chavistas, no pudieron negarse a sintonizar
VTV.
Para pasar de la Avenida México a la Avenida Bolívar a través del Pasillo de los Artesanos
que se encuentra a la salida del Metro de las Estación Bellas Artes, tenías que
sortear un mar de gente apretujada con los pies hundidos en una laguna de agua
hasta las rodillas. El trayecto de un extremo del pasillo al otro demoraba
media hora avanzando pelo a pelo con pasos milimétricos.
Caracas era todo un caos,
trancas por todos lados. El metro colapsó. Hubo chavistas que no alcanzaron a
llegar a la concentración. Los últimos llegaron casi que nadando por el Parque
Los Caobos, hoy Parque Sucre. Si camaradas. El Parque estaba casi todo
inundado. Los ríos de agua enlodada se confundían con la marea roja. Muchos
dejaron sus zapatos botados, pero tenían que llegar al encuentro con su amado.
Meses más tarde, los
escuálidos finalmente alcanzaron su gran sueño: Asesinaron al Comandante
Chávez. La burguesía les había dicho que cualquiera era mejor que Chávez. Y se lo
creyeron.
Publicado
en Aporrea.org el 9/10/19
Más artículos del autor
en: