Ludovico Silva: La Plusvalía Ideológica

Fernando Saldivia Najul
05 noviembre 2008



Ludovico Silva
Sabemos que Marx estudió los elementos básicos de la teoría de la ideología desde el punto de vista del materialismo histórico, sin embargo, no alcanzó a elaborar una teoría madura de la ideología. Siguiendo a Marx, el pensador venezolano Ludovico Silva, como una contribución a la teoría general de la ideología, elaboró el concepto de “plusvalía ideológica” a partir de la descripción y el análisis de la estructura económica de la sociedad. [1] Así como la ideología de la sociedad capitalista es un hecho objetivo, Ludovico trata de presentar también como un fenómeno objetivo la producción de plusvalía ideológica. Aunque el término “plusvalía ideológica” es original de Ludovico, la idea siempre estuvo latente en la obra de Marx.

La expresión “plusvalía ideológica” nace de una analogía entre cosas que ocurren en el plano material —el taller oculto de la producción— y cosas que ocurren en el plano espiritual —producción de la conciencia. De modo que, así como en el taller de la producción material capitalista se produce la plusvalía material, así también en el taller de la producción espiritual dentro del capitalismo se produce una plusvalía ideológica, cuya finalidad es la de fortalecer y enriquecer el capital ideológico del capitalismo. Y este capital ideológico, a su vez, tiene como finalidad proteger y preservar el capital material.

Se dice que la analogía no constituye propiamente una explicación científica, ya que el principio de ciencia es el principio de determinación. Sin embargo, la analogía que se plantea aquí puede concebirse como algo más que una analogía. Lo verdaderamente importante de este caso es que entre la realidad material y la realidad espiritual que decimos análogas sí existe una determinación, pues la realidad material, que se explicita como estructura social, determina dialécticamente a las formaciones ideológicas. En otras palabras, la ideología es la reproducción de una situación económico-social existente. De manera que, lo que al trabajo físico es la plusvalía material, eso mismo es al trabajo psíquico la plusvalía ideológica.

Pero ambas plusvalías están ocultas. Así como el proceso de producción de la plusvalía material es un proceso oculto, estructural, que necesita ser develado y denunciado, del mismo modo el proceso de producción de la plusvalía ideológica es también algo que ocurre por debajo de las apariencias. Aquí ya estamos hablando de la “falsa conciencia” de la que hablaba Engels, y de la diferenciación de lo psíquico en conciente e inconciente, descrito por Freud, como premisa fundamental del psicoanálisis. Mientras Engels hablaba de “falsa conciencia”, Freud hablaba del “inconciente”. Así como hoy nosotros tenemos que luchar contra los creyentes del capitalismo, Freud tuvo que luchar, cuando lanzó su teoría, contra todas aquellas personas de “cultura filosófica” que no creían en la idea de un psiquismo no-conciente. Se trata de las teorías científicas que deconstruyen las creencias ideológicas.

Según Freud, hay dos clases de inconciente: lo inconciente latente —capaz de conciencia—, y lo inconciente reprimido, que es incapaz de conciencia por sí mismo. A lo latente que solo es inconciente lo denomina “preconciente”, y reserva el nombre de inconciente para lo reprimido. Todo lo reprimido es inconciente, pero no todo lo inconciente es reprimido. El material de una representación inconciente permanece oculto, mientras que el material de una representación preconciente se muestra enlazada con representaciones verbales. Estas representaciones verbales son restos de memoria. Fueron en un momento dado percepciones, y pueden volver a ser concientes, como todos los restos de memoria. Sólo puede hacerse conciente lo que ya fue alguna vez percepción conciente.

Pues bien, apoyado en estos descubrimientos de Freud, Ludovico elabora su tesis:

«Nuestra tesis es que la base de sustentación ideológica del capitalismo imperialista se encuentra en forma preconciente en el hombre medio de esta sociedad, y que todos los restos mnémicos [de memoria] que componen ese preconciente se han formado al contacto diario y permanente con percepciones acústicas y visuales suministradas por los medios de comunicación; y decimos que ellos constituyen la base de sustentación ideológica del capitalismo, no sólo en el sentido descriptivo de que "la ideología se forma a través de los medios de comunicación" —noción que por sí misma sería insuficiente—, sino en el sentido más preciso y dinámico de que el capitalismo no suministra a sus hombres cualquier ideología, sino concretamente aquella que tiende a preservarlo, justificarlo y presentarlo como el mejor de los sistemas posibles. Habría que añadir que la forma como el capitalismo suministra esa ideología es pocas veces la de mensajes explícitos doctrinales, en comparación con la abrumadora mayoría de mensajes ocultos, disfrazados de miles de apariencias y ante los cuales sólo puede reaccionar en contra, con plena conciencia, la mente lúcidamente entrenada para la revolución espiritual permanente. Y no sólo el hombre medio, sin conciencia revolucionaria, vive inconcientemente infiltrado de ideología, sino también todos aquellos revolucionarios que, como decía Lenin, se quedan en las consignas o en el activismo irracional, pues tienen falsa conciencia, están entregados ideológicamente al capitalismo, sin saber que lo están; la razón por la cual todos estos revolucionarios se precipitan en el dogmatismo es precisamente su falta de entrenamiento teórico para la revolución interior permanente. Todo aquel que, en su taller interior de trabajo espiritual, obedezca a una conciencia falsa, ilusoria, ideológica, y no a una conciencia real y verdadera, será eso que llamamos un productor típico de plusvalía ideológica para el sistema capitalista. Y tanta más plusvalía ideológica producirá cuanto más revolucionario sea, si lo es sólo en apariencia». [2]

Vemos como Ludovico adopta el “preconciente” como el lugar dinámico de las representaciones fundamentales de la ideología, ya que éste es capaz de conciencia. Y así como el preconciente, al convertirse en conciencia, deja de ser lo que era y de actuar como actuaba, también la ideología, al hacerse conciente, deja de ser ideología. De modo que con el propio esfuerzo, y con la ayuda de intelectuales y con la lectura de estudios científicos, las personas pueden elevar a la conciencia el pantano ideológico en el cual están atrapados sin saberlo. En este sentido, la misión de los intelectuales dentro del capitalismo y contra él, es hacer un psicoanálisis colectivo.

Ahora bien, así como el lugar individual de la ideología es el preconciente, el lugar social de la ideología es la industria cultural o la industria ideológica o la industria de la conciencia. Pero no solo la industria cultural es productora de ideología. Todo el aparato económico del capitalismo es productor de ideología. Aunque solo fuese porque para vender las mercancías deberá realizar campañas, y presentar al mundo como un mercado de mercancías.

La industria cultural es una industria como cualquier otra que pertenece a la estructura económica general del capitalismo en su fase industrial avanzada, y ésta depende principalmente de las grandes corporaciones. De tal manera que, como dicen los jefes de la industria cultural, la industria cultural es un negocio, y todo debe adaptarse a ese negocio. Sin embargo, el lugar de producción de la ideología no puede limitarse a la consideración de la industria cultural. Aun sin la ayuda de los medios de comunicación actuales, el capitalismo segregaría su ideología.

En esa industria no solo se gana dinero y se acumula capital como en cualquier otra industria, en la industria cultural se produce, además, un ingrediente específico: plusvalía ideológica. Así como al obrero se le sustrae la plusvalía material ocultamente, sin que él lo perciba, del mismo modo, al individuo medio del capitalismo se les extrae de su psique la plusvalía ideológica, que se traduce como esclavitud inconciente al sistema. Se trata, en suma, de un excedente de energía mental del cual se apropia el capitalismo.

Es la misma explotación del hombre por el hombre. Solo que la industria ideológica esclaviza y explota al hombre en cuanto hombre, no en cuanto dueño de una fuerza de trabajo. La plusvalía ideológica, originariamente producida y determinada dialécticamente por la plusvalía material, se convierte así no solo en su expresión ideal, sino además en su guardiana y protectora desde el interior mismo de cada hombre.

En el caso particular de los artistas e intelectuales ideologizados, por tratarse de una venta, hay más elementos de conciencia en el proceso de producción de la plusvalía. La mayoría de los artistas e intelectuales, esclavos ideológicos del capitalismo, se ideologizan con las relaciones de producción capitalista. Estos artistas e intelectuales son los mayores productores de plusvalía ideológica para el sistema.

Dentro del capitalismo y merced a él, en el interior de las personas habita la falsedad, la ideología minuciosamente controlada. Las “respuestas” colocadas en la preconciencia de las personas —y que constituyen su ideología— funcionan exactamente como mecanismos: se disparan ciegamente, como resortes psíquicos, y constituyen eso que suele llamarse visión del mundo, y que más valdría llamar: punto o perspectiva de visión del mundo.

Vivimos en una sociedad represiva. La ideología nos aliena. La persona que vive esclavizada a las mercancías que consume vorazmente, cree que es feliz gracias a esas mercancías. Pero esconde el odio reprimido a la explotación ideológica de que es objeto, a la plusvalía ideológica que incesantemente produce para alimentar el capital ideológico del capitalista.

En esta fase avanzada del capitalismo, ser capitalista no es ya solo ser dueño del capital material, sino también del capital ideológico. El capitalismo no solo controla a las personas económicamente, sino que además las explota ideológicamente. Coloca en su preconciente la imagen del mundo como un mercado, lo convierte en un arsenal de valores de cambio, hace del trabajo espiritual una mercancía. Es verdad que la jornada de trabajo se ha reducido, pero no puede decirse verdaderamente que haya aparecido el “tiempo libre” del que hablaba Marx, y que se entiende como el tiempo del “desarrollo pleno del individuo”. Lo que ha aparecido es un falso tiempo libre. Los hombres pasan su tiempo sin sentido y permanecen en realidad sujetos a los ritmos del trabajo y a su ideología. Es un “tiempo libre” en el que trabajamos para la preservación del sistema, es el tiempo de producción de la plusvalía ideológica. De manera que, el “tiempo libre” de la sociedad capitalista-imperialista no es un tiempo libre, es el tiempo de producción de la plusvalía ideológica.

Nuestra energía psíquica permanece concentrada en los múltiples mensajes que el sistema distribuye. Permanecemos atados a la ideología capitalista, y se trata de un tiempo de nuestra jornada que no es indiferente a la producción capitalista, sino al contrario, es utilizado como el tiempo óptimo para el condicionamiento ideológico. Es el tiempo de la radio, la televisión, los diarios, el cine, las revistas y, si tan solo se va de paseo, el tiempo de los anuncios luminosos, las tiendas, las mercancías. Los medios de comunicación son la industria de la conciencia que produce plusvalía ideológica. Su función principal es la manipulación de la población sometida.

De tal manera que el capitalismo, y en especial la industria ideológica explota al hombre en aquello que es específicamente suyo: la conciencia. Además, dice Ludovico, así como la fuerza de trabajo humana se vuelve una mercancía en la que el trabajador “enajena su valor de uso y realiza su valor de cambio”, asimismo la fuerza de trabajo intelectual también se vuelve una mercancía bajo el capitalismo: a cambio de esa especie de salario espiritual que es la “seguridad” de no tener que pensar por cuenta propia, el hombre explotado por la industria ideológica vende su fuerza de trabajo espiritual y produce un excedente ideológico; o mejor dicho, compra su “seguridad” a cambio de su conciencia. El fenómeno, en cuanto compra, es lo habitual; pero en el caso de los artistas e intelectuales que sirven a los intereses ideológicos del capitalismo, se trata de venta de fuerza espiritual de trabajo. En ambos casos hay plusvalía ideológica.[3]

En suma, nos desgastamos cuando empleamos energía física y mental para producir bienes y servicios, la cual nos es arrebatada en forma de plusvalía material a favor del capital, y además, nos desgastamos cuando empleamos energía mental, sobretodo durante el “tiempo libre”, para producir plusvalía ideológica también a favor del capital.


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[1] Ludovico Silva, La Plusvalía Ideológica, 1970, Fondo Editorial Ipasme, Tercera Reedición, Caracas, 2006.
[2] ibídem, pág. 202.
 

Publicado en Aporrea.org el 05/11/08 
http://www.aporrea.org/ideologia/a66667.html

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