La clase media y alta son unos enfermos mentales

Fernando Saldivia Najul
05 mayo 2007



Les confieso que no me fue fácil encontrar un título apropiado para este artículo. Pero es tanta la ira con la que se expresan periodistas, profesionales, y dueños de medios, en estos días previos a otro atentado contra la humanidad, que finalmente no me temblaron los dedos para escribir sobre el teclado que “la clase media y alta son definitivamente unos enfermos mentales”.

Me atrevo a decir que la insania mental es el enemigo número uno de la revolución. Si esto es así, la revolución pacífica pasa necesariamente por sanar a estas minorías de la sociedad, quienes no cejaran en su intento por destruirnos. No podemos esperar a que crezcan los niños y niñas educados conforme a los nuevos valores, para que dentro de dos o tres generaciones, los enfermos mentales de hoy sean finalmente desplazados por ciudadanos con mentes y corazones amplios y sanos.

Me niego a creer que este sea el camino. Creo que nos pueden destruir en el intento. Tienen demasiadas armas de destrucción masiva. Hagamos un esfuerzo por descubrir las causas de su enfermedad y ayudémoslos a superar tan terrible mal, por el bien de todos. Preguntémonos qué es lo que los motiva a levantarse todos los días. Por qué luchan, por qué se ocupan de ocho a catorce horas diarias para obtener dinero.

Sabemos que la clase baja explotada o excluida lucha fundamentalmente por alimentarse y por abrigarse con ropas y techo. Por su parte, la clase media explotada se afana por los placeres corporales y por el prestigio que le proporciona la adquisición de un vehículo nuevo cada dos o tres años. Y la clase alta dominante se ocupa la mayor parte del día y la noche en concentrar poder.

Obviamente, para cubrir estas necesidades se necesita dinero. Sin embargo, mientras unos lo utilizan para vivir, otros lo hacen para consumir innecesariamente, o para acumularlo. Mientras la clase baja lo hace por necesidades básicas de subsistencia, la clase media y alta lo hacen para satisfacer deseos producto de una confusión mental.

Para la mayoría de ellos no es fácil descubrirse. Están enfermos. La satisfacción ilimitada de deseos no les produce bienestar. Pero en lugar de reflexionar como Buda, quien fuera príncipe y se liberó, estos buscan más y nuevas emociones. Es como una droga. Y como toda droga, se necesita aumentar la dosis. Buscar placeres nuevos más excitantes. No en balde las minorías cada día acaparan más riquezas.

Los ideólogos del capitalismo nos dijeron que la felicidad era disfrutar el máximo de placer. También nos dijeron que para satisfacer esas necesidades, el sistema requería que todos fuéramos egoístas y avaros, y por arte de magia, el egoísmo y la avaricia se convertirían en armonía y paz. Ya sabemos lo que ocurrió. Nunca se esforzaron por filosofar. Lo que para nosotros es teoría y práctica revolucionaria, para ellos es ideología. Pero la ideología no es un sistema de ideas, como pudiera parecer. No. La ideología son creencias y prejuicios de la clase dominante. Ludovico Silva lo decía:

«(...)las ideas de la ideología no son tales ideas. No son ideas, son creencias; no son juicios, son prejuicios; no son resultado de un esfuerzo teórico individual, sino acumulación social de las “idées reçues” o lugares comunes; no son teorías creadas por individuos de cualquier clase social, sino valores y creencias difundidos por la clase económicamente dominante» [1]

Para mantener su poder desquiciado, tuvieron que desquiciar a los demás. Ahora tenemos que calarnos a esta masa sin norte dando vueltas sobre el mismo eje. Uno de los primeros que la cagó fue el “filósofo” griego Aristipo. El historiador griego, Diógenes Laercio, nos cuenta:

«Aristipo establecía por último fin del hombre el deleite, y lo definía [como]: “Un blando movimiento comunicado a los sentidos”» [2]

La orden era el placer corporal egoísta. Una de sus sectas, los llamados Hegesíacos, ni siquiera creían en la amistad. Al respecto decían:

«ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas» [3]

Hoy los medios nos dan la misma orden. Con el capitalismo de consumo hemos regresado a la práctica y a la ideología de Aristipo y sus alumnos. La clase media se libró de sus vínculos con el amor y con la solidaridad, y creen que vivir solo para uno mismo, significa ser más. Trabajan para comprar deleite como Aristipo, y también para consumir. El consumo le alivia la angustia, pero pronto pierde su carácter satisfactorio y debe consumir más.

¿Qué nos pasó? Algo muy lamentable. Cuando crecemos en esta sociedad machista, racista y capitalista, nos vemos forzados a renunciar a la mayoría de nuestros deseos e intereses autónomos para adoptar los intereses de la clase dominante. Nuestros padres, maestros, la TV, y nuestros patronos nos quebrantan la voluntad mediante un proceso de adoctrinamiento, reforzado con recompensas y castigos. La mayoría cree que es autónomo y no se da cuenta que su voluntad ha sido condicionada y manipulada. Nuestros deseos ahora están reprimidos en el inconsciente. Por eso estamos psíquicamente enfermos. Y debemos esforzarnos por descubrir quienes somos. Erich Fromm lo explica de este modo:

«(...)están reprimidos los deseos y los temores tempranos, y también los tardíos (según creo yo); la manera de eliminar los síntomas o un malestar más general es descubrir este material reprimido. (...) Por otra parte, se supuso que las opiniones del "sentido común" de un ciudadano normal, o sea, socialmente adaptado, eran racionales y no necesitaban de un análisis profundo; pero esto no es verdad. Nuestras motivaciones, ideas y creencias conscientes son una mezcla de información falsa, prejuicios, pasiones irracionales y racionalizaciones, en que fragmentos de la verdad flotan y ofrecen la seguridad, aunque falsa, de que toda la mezcla es genuina y verdadera. (...) El inconsciente básicamente está determinado por la sociedad, que produce las pasiones irracionales y ofrece a sus miembros varios tipos de ficciones, y así hace que la verdad quede prisionera de la supuesta racionalidad» [4]

O sea, según el psicoanalista estadounidense, las personas que se adaptan al sistema machista, racista y capitalista son personas irracionales. Espinoza sostenía más o menos la misma opinión. Allá por el siglo XVII, el filósofo y teólogo holandés escribió:

«(...) no se cree que deliran ni el avaro que no piensa en otra cosa que en la ganancia y en el dinero, ni el ambicioso únicamente ocupado de su gloria, porque son, por lo común, objeto de pena para los demás y se considera que merecen el Odio. No obstante, en realidad, la Avaricia, la Ambición y la Lujuria, son especies de delirio, aunque no se les coloque en el número de las enfermedades» [5]

Pues bien, estimados lectores, después de ver la rabia que muestra la clase media y alta por la televisión, no me queda sino sumarme a las opiniones de Espinoza y Fromm. Si camaradas. Las personas impulsadas principalmente por los placeres, el prestigio, las posesiones y el poder no son personas sanas y necesitan la ayuda humana. No es tarea fácil. Me explico:

Si además de tener deseos reprimidos en el inconsciente, se tiene falsa conciencia por manipulación del consciente, y también se tiene control mental por la manipulación del inconsciente que realizan los medios de la clase dominante sobre la clase media, entonces concluyo que ¡estamos bien jodidos!


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[1] Teoría y práctica de la ideología, Ludovico Silva.
Editorial Nuestro Tiempo, Décima Primera Edición, 1982. Pág. 21.
[2] Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres Diógenes Laercio. Librería “El Ateneo” Editorial, 1959. Pp. 124 y 125.
[3] Ibídem, p.128.
[4] ¿Tener o ser?, Erich Fromm. Fondo de Cultura Económica, 1978. P.100.
[5] Ética, Espinosa. Librería Perlado Editores, 1940. Buenos Aires. Proposición XLIV, p.221.

Publicado en Aporrea.org el 05/05/07
 
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