Tuve la dicha de
conocer muy de cerca a Loriz Magdalena. Hija de inmigrantes libaneses que nació
y creció en un plueblito de los Andes larenses. Ella recuerda que cantaba y
bailaba el Tamunangue con sus compañeritas de la escuela. Me dijo que estudió
con las Hermanas del San José de Tarbes en Barquisimeto. Y que hasta dio clases
de catequesis. Pero no fue más allá. Entonces decidió partir a la capital para
estudiar economía en la Universidad Central de Venezuela, cuando aún la
universidad que vence las sombras no estaba secuestrada por el vil egoísmo del
pensamiento único. Frente a su ventana en las residencias femeninas le hacía
compañía el torreón del trapiche de la antigua hacienda. Y resulta que egresó laureada con las mejores calificaciones. Recuerdo que en su mesita de noche podías encontrar La
imitación de cristo o El manifiesto comunista, y en la sala colgaba la controvertida
pintura de El Cristo Guerrillero, con su fusil al hombro. Nunca entró a una peluquería, y confeccionaba sus propios
vestidos. No he sabido más de ella. La última vez que la vi fue cocinando,
mientras cantaba y bailaba el Bachaco fundillú.
fernando saldivia najul
09 febrero 2019
*
* *