¿Por qué desapareció el barco de Colón del Parque del Este?

Fernando Saldivia Najul
26 septiembre 2008



Réplica de la corbeta Leander
de Francisco de Miranda
A sabiendas de que el parque ubicado en el este de Caracas finalmente tiene hoy el nombre de un libertador, Parque Generalísimo Francisco de Miranda, titulo aquí este artículo con su antiguo nombre más conocido, Parque del Este, para que no dejen de leerlo las personas que simpatizan con los imperios y que desprecian a los libertadores.

El próximo 12 de octubre se cumplen 516 años del inicio del genocidio más grande de la historia de la humanidad. Si, como lo leen. Hace 516 años cuando arribó el barco de Colón a las costas de este continente llegó la desgracia a estas tierras de Abya Yala. Miles de europeos cristianos invadieron y asesinaron con extrema crueldad a niñas, niños, mujeres, jóvenes y ancianos con el propósito de robar oro, plata, recursos naturales, así como también para apropiarse de las tierras, para explotarlos como esclavos, para violar a las mujeres, y para humillarlos.

Bueno, vamos al grano y sin eufemismos. Cuenta Bartolomé de las Casas [1], que los cristianos trataban a las indias e indios con cachetadas, coñazos, y palos. Entraban a los pueblos a caballo, y con las espadas les abrían el vientre y despedazaban a las niñas, niños, viejos y mujeres preñadas. Hacían apuestas a ver quién de una cuchillada abría a un hombre por el medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban por las piernas a los recién nacidos, arrancándoselos de los pechos de las madres, y los mataban golpeando sus cabezas contra las rocas. Los quemaban vivos, colgados en horcas, o amarrándoles paja alrededor del cuerpo. (p.25).

Pero esto no es todo. Los cristianos tenían otras formas de quemarlos vivos. Hacían unas parrillas con palos sobre horquetas y los ataban a ellas y les ponían fuego lento. Si daban muchos alaridos, les metían un palo por la boca para que no molestaran. Si algún indio se le ocurría hacer justicia y matar a un cristiano, ellos tenían por ley propia asesinar a cien indios. (p.27) También, bajo engaño, metían hasta trescientos indios en una casa grande de paja y los quemaban vivos. (p.35)

En un periodo de tiempo de tres o cuatro meses, estando Bartolomé presente, murieron de hambre siete mil niñas y niños porque los cristianos se llevaron a sus padres obligados a las minas de oro. (p.47)

Cuando estaban durmiendo las mujeres con sus hijos, le metía candela a todas las casas del pueblo, y a los que se salvaban, en seguida los torturaban para que les dijeran en cuáles otros pueblos había más oro. (p.51)

Cuando los cristianos salían de viaje para asaltar a otros pueblos, se llevaban una hilera de indios ensartados con collar y cadenas como animales de carga. Y cuando alguno se cansaba, o se enfermaba por hambre o por exceso de trabajo, lo degollaban y lo sacaban de la fila. Cuenta Bartolomé que los cristianos salieron una vez con cuatro mil indios y solo regresaron seis vivos a sus casas. (p.59,147,155)

A los niños, a las mujeres preñadas y a los viejos los arrojaban en hoyos con estacas afiladas hasta que se llenara el hoyo. También les echaban perros amaestrados que los despedazaban y se los comían. (p.87,181).

Había cristianos que buscaban preñar a muchas indias para venderlas a buen precio como esclavas. Pero esto no es nada. Hay cosas mucho más crueles. Un día, cuenta Bartolomé, que un cristiano salió con sus perros a cazar venados o conejos, y como no encontró nada, le quitó un niño chiquito a su madre y le cortó los brazos y las piernas y se los dio de comer a sus perros. (p.107)

Cuando a los indios los llevaban de viaje como mulas de carga, todo el que se sentaba a descansar, lo golpeaban con patadas y palos y les partían los dientes con el pomo de las espadas para que se levantasen y caminasen de nuevo. (p.121).

Cuando explotaban las perlas, los obligaban a sumergirse todo el día en el agua. El frío continuo del agua les penetraba el cuerpo y morían muy pronto echando sangre por la boca. (p.137)

Una vez un tirano mandó a cortar las narices, los labios y el mentón a más de doscientos indios. (p.157) Otro tirano gobernador mandó a asesinar a cinco mil almas porque no les dieron de comer a su gente. Las indias e indios temerosos de verlos, huían, y el miedo no les permitía darles de comer a sus propios asesinos. (p.159)

Sigue contando Bartolomé, que una vez un capitán mandó a cortarles la cabeza a cuatrocientos o quinientas personas para atemorizar a los demás.(p.179). Otra vez este mismo capitán mandó a lanzar a setecientos indios desde un peñón, y cuando caían se hacían pedazos.(p.183).

Para mantener a los perros que habían amaestrados para matar, los cristianos acostumbraban a llevar indios encadenados por los caminos para echárselos a los perros cuando les diera hambre.(p.191)

Por otro lado, cuenta Marcos de Niza, que él mismo vio ante sus ojos cortar manos, narices y orejas a indios sin motivo alguno. Simplemente se les antojaba hacerlo. Vio quemar casas y pueblos. Y vio cuando arrancaban a los bebés de los brazos de sus madres y los arrojaban al suelo sin motivo alguno. (p.159).

Lo anterior es solo una pequeña muestra del trato cruel y sádico que la miseria humana daba a los seres humanos que habitaban estas tierras de Abya Yala. Pero sabemos que hubo masacres mucho más grandes que las dichas. El mismo Hernán Cortés relata en la “Tercera Relación de la Conquista de Méjico”, cómo planificó una de las matanzas que facilitaron el robo del oro y la conquista de lo que hoy es Ciudad de México. Después de la masacre escribió:

“…era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra, que aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mil ánimas; y era tanta la grita y lloro de niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrase el corazón.”[2]

¡Qué métodos tan aberrantes tienen los imperios para acumular riquezas! Esto se parece mucho a lo que hacen hoy las tropas estadounidenses con las familias iraquíes, y lo que mañana pueden hacernos a nosotros. Van un millón doscientas mil vidas de niñas, niños, mujeres, jóvenes, adultos y ancianos muertos. Ayer por oro, hoy por petróleo. El capitalismo mercantil y el capitalismo industrial son sinónimos de violencia y sangre desde sus comienzos. Razón tenía Marx cuando decía que “el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria.”[3] Decía además que “el botín conquistado fuera de Europa mediante el saqueo descarado, la esclavización y la matanza, refluía a la metrópoli para convertirse aquí en capital.”[4] De manera pues que la acumulación originaria fue producto de la matanza, la explotación de mano de obra esclava, y del saqueo. Sin embargo, el saqueo nunca ha cesado. Hoy el robo del petróleo y gas de los pueblos es muestra de que la acumulación por saqueo continúa. En otras palabras, el robo de la fuerza de trabajo junto al robo de los recursos naturales ha sido una constante en la historia del capitalismo.

Volviendo al tema del genocidio, al exterminio sistemático, y a la limpieza étnica de la que hablábamos en los párrafos anteriores, el antropólogo Darcy Ribeiro, por su parte, nos dice que “millares de grupos resistentes al régimen servil u hostiles a la explotación de sus territorios, fueron diezmados por las matanzas, por las enfermedades que les trasmitía el hombre blanco, o por el desengaño de aquellos valores que daban sentido a su existencia.”[5] Por otro lado nos dice que de acuerdo a los estudios, la población en estas tierras era de 70 a 88 millones antes de la conquista, y que en siglo y medio después, y debido a su impacto, aquellas poblaciones se habían reducido a 3,5 millones.[6]

Es cierto que hubo muchas muertes de nativos por causa de las enfermedades que trajeron los europeos, quienes sí estaban inmunizados. Mientras los indígenas no conocían la viruela, por ejemplo, los invasores ya la habían sufrido cuando eran niños en Europa, y en consecuencia se habían inmunizado. [7] Sin embargo, hay evidencias de europeos que practicaron la viruela como arma biológica para asesinar seres humanos. De hecho, en correspondencia fechada en 1763 entre el comandante en jefe de las fuerzas británicas en Norteamérica, Jeffery Amherst, y el coronel Henry Bouquet, en los tiempos de la rebelión de Pontiac, jefe de Ottawa, se puede leer la siguiente coño ‘e madrada:

Pregunta Amherst: “¿No podría ingeniárselas para enviarles virus de viruela a esas tribus de indios descontentos? Nosotros en esta oportunidad tenemos que usar cualquier artimaña que podamos para reducirlos.”

Responde Bouquet: “Voy a tratar de inocularlos con algunas cobijas que caigan en sus manos, teniendo cuidado de no contraer yo mismo la enfermedad.” [8]

¡Qué bolas! ¡Exterminio puro!. Conocida esta práctica aberrante, no es muy difícil imaginarse que Hernán Cortés, Francisco Pizarro, y otros de su calaña, una vez que entendieron la relación que existía entre la propagación de la viruela y sus victorias militares, no hayan hecho lo mismo que hicieron estas basuras humanas.

Pero todo esto hay que borrarlo de la historia. Me cuentan niñas y niños venezolanos que estudian en España, que hay maestras y maestros de historia de España que les enseñan que los indios de América se extinguieron. Sin más detalles. O sea, ni se molestan en aclararles a los estudiantes que tal extinción fue por crimen de lesa humanidad. Que fue una extinción por genocidio, muy propio de la miseria humana y no de los animales. Porque ni siquiera podemos hablar aquí de extinción por depredación, porque no lo hicieron por hambre como lo hacen los animales, sino por oro y plata como lo hacen los aberrados. ¡Qué bolas!

Para finalizar, quiero recordar aquí que el proyecto de conquista de occidente sobre los pueblos del mundo no ha concluido. Como tampoco el genocidio como mecanismo de extermino contra los pueblos que se resisten a entregar sus tierras para monopolizar los alimentos, o contra los que se resisten a comer en McDonald's, o contra los pueblos que se resisten a entregar el petróleo y gas necesarios para su desarrollo. Elocuentes son las palabras del Presidente Evo Morales el pasado viernes 19 de septiembre cuando conversaba con unos periodistas sobre la masacre de Pando ocurrida el 11 de septiembre:

"No es una simple masacre, es como una limpieza étnica a los demás dirigentes indígenas y campesinos" "Donde yo nací quemaron tiendas de comercios, les han quemado sus casas, los han saqueado y les han robado." [9]

Esperamos que ese proyecto de conquista absoluta no concluya. Esperamos que el barco de Colón no vuelva al lago del Parque. Si vuelve, ahí estará el barco de Miranda para hacerle frente.

¡Prohibido olvidar!


Réplica de la corbeta Leander de Francisco de Miranda
(Vista de proa)

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[1] Bartolomé de las Casas, Tratados, Brevísima Relación de la Detruición de las Indias, 1552. Fondo de Cultura Económica, México, 1974.
[2] Hernán Cortés, Tercera Relación de la Conquista de Méjico, tomo II, quinta edición, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1942, pág. 43.
[3] Karl Marx, El Capital, tomo I, Génesis del capitalista industrial. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 638.
[4] Ibídem, pág. 640.
[5] Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992, pág. 47.
[6] Ibídem, pág. 85 y 86.
[7] Smallpox and its Eradication. World Health Organization 1988, Geneva, pág. 237 y 238.
[8] Ibídem, 239.
[9]
http://www.aporrea.org/imprime/n120945.html


Publicado en Aporrea.org el 26/09/08
 
http://www.aporrea.org/tiburon/a64504.html

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