Fernando Saldivia Najul
16 septiembre 2008
Me mueve a escribir este artículo dos conversaciones que sostuve recientemente. Una con una compañera de trabajo, y otra con una vecina. La compañera de trabajo, quien tiene una conciencia corporativa poco disimulada, me decía frente a su computador que estaba estresada. Traté de consolarla diciéndole que nosotros nos sentíamos mal porque no teníamos libertad, debido a que estábamos alienados, dominados. Ella inmediatamente, no sé si con ingenuidad, o más bien a la defensiva, me respondió: ¡no sé tú, pero yo me siento libre! Así, tajante. Por otra parte, cuando una vecina un poco deprimida me contaba sobre sus frustraciones, entre otras cosas le pregunté: ¿tú no te sientes alienada, dominada? Más vale que no. Totalmente desconcertada, a mi vecina se le transformó el rostro. De repente se me quedó viendo como quién ve a una especie de insecto por primera vez. Luego, muy formal ella, me siguió la corriente por unos tres minutos más, el tiempo suficiente. Finalmente, se levantó del asiento, y se despidió. No la he vuelto a ver.
Que se le va a hacer. No me queda otra que revisar algunos escritos, y reflexionar sobre estas reacciones. Pero antes de hacer una aproximada interpretación de algunas formas de alienación que existen y que nos pueden ayudar a entender las reacciones de estas personas, debo aclarar que todas y todos nosotros quienes vivimos en una sociedad capitalista global como esta, la cual arropa todos los espacios de las relaciones sociales, estamos de alguna manera y medida alienados, expropiados y dominados, material y mentalmente. De modo que, quien les escribe, no escapa a esa realidad, y la breve interpretación que hago sobre el fenómeno de la alienación que sigue a continuación, no está exenta de alienación ideológica.
Entiendo aquí por alienación —alejamiento— al proceso mediante el cual se aleja el objeto del sujeto que lo creó y, en lugar de reconciliarse el sujeto con el objeto creado, termina con la inesperada inversión del sujeto y del objeto, quedando el sujeto dominado por el objeto. Este objeto que es creado por nosotros se convierte en sujeto independiente de nosotros, y finalmente nos domina. En otras palabras, todo lo que nosotros producimos todos los días con nuestras manos y con nuestras mentes, que forma parte de nosotros y nos es propio, se hace independiente de nosotros, no nos reconocemos en él, y luego nosotros tenemos que depender de él. O sea, nosotros construimos un mundo que aparece como un mundo distinto a nosotros. La dominación del sujeto por el objeto es el resultado final de este proceso de alienación. De esta manera se vive alienado material y mentalmente. O sea, con escasez material, y sin conciencia de clase. En otras palabras, estamos dominados.
Veámoslo de una manera más ilustrativa. Por ejemplo, si nosotros nos sentimos impotentes ante la muerte, las enfermedades, las fuerzas de la naturaleza, la escasez, o impotentes ante la injusticia social, entonces podemos dividirnos interiormente y crear un dios para que nos proteja.[1] Luego este dios se independiza de nosotros y nos hacemos dependientes de él. Así construimos mentalmente una religión. Esto es alienación religiosa. Por otro lado, sacando provecho de esto, los ricos utilizan la religión como parte de la ideología, y nos la recuerdan todos los días para que suframos con paciencia y resignación la explotación del hombre por el hombre, porque según ellos, es natural, y no hay escapatoria alguna. De esta manera, un dios y unos vivos dominan nuestra existencia. Esto es alienación ideológica.
Del mismo modo, nosotros como sociedad creamos el Estado para que nos preste un servicio justo a todos los ciudadanos y nos sirva para protegernos, ayudarnos y desarrollarnos. Pero luego el Estado se erige como un poder independiente que defiende los intereses de una clase que se hace dominante y se convierte en sujeto dominador. Se invirtió el sujeto y objeto. Esto es alienación estatal. Por otro lado, una estructura de relaciones humanas representantes del Estado, la burocracia, se transforma en una máquina ciega, autónoma, que domina al hombre y lo destruye tanto en el ámbito laboral como en todos los espacios de la vida de los ciudadanos. Esto es alienación burocrática. Y de manera similar ocurre cuando un grupo de trabajadores y trabajadoras se organizan y crean un sindicato, luego esta organización no responde a los intereses de ellos. Esto puede suceder por la falta de democracia interna. Ahora los trabajadores no se identifican con los objetivos del sindicato, y los líderes sindicalistas explotan a los trabajadores. Esto es burocracia obrera. Esto es alienación sindical.
Ahora veamos como es este proceso cuando nosotros trabajamos. Esto es más o menos así: si nosotros fabricamos una mesa en nuestra casa con nuestras herramientas, y luego de terminada, la utilizamos para comer todos los días en comunión con nuestra familia, fácilmente la vamos a reconocer como propia, porque la construimos en comunión y nuestro trabajo se quedó en casa como un bien útil. O sea, el sujeto se identifica con el objeto creado. En cambio, si nosotros nos empleamos en una empresa que produce muebles, y fabricamos la misma mesa, sucede algo distinto. El empresario pone la mesa en venta e inmediatamente se convierte en mercancía. Luego, cuando la vende, el empresario se coge el dinero para él, y sólo nos retribuye con una pequeña parte de nuestro esfuerzo en forma de salario, justo lo necesario para que no nos desmayemos del hambre frente a la maquinaria. Pero eso no es todo. Con el dinero que nos roba —la plusvalía— nos vuelve a comprar o a contratar nuestra fuerza de trabajo como una máquina-mercancía. Y más aún, con ese mismo dinero que nos roba le paga a los sicarios que asesinan a nuestros sindicalistas honestos cuando éstos le exigen al empresario que no nos robe tanto. Es obvio que aquí el sujeto no se identifica con el objeto creado. El objeto, el producto que creamos, y que ahora es capital personificado en el capitalista, se convirtió en un poder hostil frente a nosotros. A diferencia de la mesa que elaboramos en casa, la que produjimos en la empresa se convirtió en capital que nos domina. Entonces, otra vez el objeto domina al sujeto. Esto es la alienación del producto del trabajo. Y la medida de esta alienación es la plusvalía.
Pero la plusvalía no sólo es la medida económica sino también la medida moral, porque además de que nos explotan físicamente e intelectualmente, vivimos una degradación ética. Entonces, no solo hay una explotación de plusvalía en sentido material, sino también de plusvalía ideológica, como la llama Ludovico Silva.[2] Entonces, mientras más aumenta el poder del capital, más nos empobrecemos, mientras más nos roba el empresario más nos alienamos. Así, cuando producimos percibimos que no trabajamos para nosotros sino para otro. Nuestro trabajo nos es extraño, se nos enfrenta como una actividad enemiga, forzada. Esto es la alienación de la actividad productiva. La alienación del trabajo mismo.
Además, la cosa se empeora con el mecanismo social de producción, que no fue organizado por nosotros, sino que pertenece al capitalista. Por un lado, el empresario crea una jerarquía entre nosotros, y por otro lado, distribuye los diversos trabajos parciales entre diversos trabajadores. De esta manera, se secciona al individuo como un aparato automático con trabajo parcial. Algo así como un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo. Esto es la reducción de nuestras capacidades mentales que la división del trabajo hace de nosotros mismos. Esto es la alienación que la división del trabajo produce en nosotros.
Estas formas de alienación que acabamos de describir dominan el proceso de trabajo. Esto es la alienación del trabajo. Es la alienación de nuestra actividad vital creadora, y la alteración de las relaciones sociales entendidas como las relaciones de producción de la sociedad. Porque sabemos que es con el trabajo que se puede producir al ser humano. De manera que, con la alienación del trabajo, el ser humano concreto [3] pierde la relación consigo mismo como ser social, como conjunto de sus relaciones sociales. Se convierte en mercancía, y no puede construir la historia de modo conciente. O sea, se convierte en un robot sin conciencia que desconoce de qué manera está vinculado a sus semejantes.
Ahora bien, como consecuencia directa de la alienación productiva que ya vimos, toda la economía mundial se basa en las necesidades de las mercancías, del mercado, del capital, y no en las necesidades humanas como debe ser. El producto que creamos no nos pertenece y no podemos utilizarlo para satisfacer nuestras necesidades, al punto que también nos toca producir los portaviones que utilizan para invadirnos. La mercancía se impuso sobre nosotros en lugar de estar subordinada a nosotros. A esto le agregamos la creación de necesidades ficticias, pues, en el capitalismo, nos dice Marx, “todo hombre especula con la creación de una nueva necesidad en otro para obligarlo a hacer un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva dependencia y atraerlo a un nuevo tipo de placer y, por tanto, a la ruina económica”.[4] Es por ello que los ricos con la colaboración de psicólogos mercenarios, fabrican ilusiones a través de la publicidad para inducirnos a comprar y consumir productos que no necesitamos, pero que sí son necesarios para acumular capital. Además, debido al carácter fetichista de la mercancía, el consumidor se encuentra vulnerable, pues, siente debilidad por rodearse de cosas, de fetiches. Este fenómeno del fetichismo lo conocen bien los ideólogos, sin embargo, lo ocultan para seguir acumulando. Entonces, en lugar de producir vida, producimos mercancías, necesidades ficticias. En la medida que empleamos más tiempo y energía en la producción de cosas que no necesitamos, más escasean y más se elevan los costos de los bienes y servicios para vivir, como por ejemplo, una vivienda digna. Esto es alienación de las necesidades. Esto es la ideología del consumo. Esto es alienación ideológica.
Queda claro, pues, que nosotros los trabajadores, quienes producimos, no solo nos alienamos con la producción sino también con el consumo. De manera que, cuando producimos realizamos una actividad que no nos pertenece, y cuando consumimos lo hacemos sólo para satisfacer el cuerpo o la vanidad. Las personas solo se sienten libre en sus funciones animales: comer, dormir, procrear; y en cambio, en sus funciones humanas: trabajar, producir, transformar la naturaleza, se sienten como un animal. En otras palabras, se humaniza lo animal, y se animaliza lo humano. [5] Y esto vale también para el empresario.
Hasta ahora hemos revisado grosso modo algunas formas de cómo nos alienamos en esta sociedad capitalista. Sin embargo, creo que es bueno revisar un poco más sobre este tema para tratar de entender la forma pura y escuetamente económica de la alienación, la alienación celular, o primaria, como la llama Ludovico [6], quién realizó un análisis profundo del pensamiento y obra de Marx. Nos dice Ludovico, que ésta es la forma más importante de todas porque de aquí germinan todas las demás y las sostiene. Pues bien, en pocas palabras, la alienación primaria es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio” [7], en el sistema compuesto por la división del trabajo, la propiedad privada y la producción mercantil.[8]
Interpretemos esta forma de alienación. Veamos. Si las mercancías tienen para los empresarios capitalistas valor de cambio para poder venderlas, y, para nosotros que las compramos por su utilidad tienen valor de uso, entonces, es necesario transformar las mercancías en valores de uso para poder utilizarlas. Pero resulta que “el proceso de transformación de las mercancías en valores de uso supone la alienación universal de éstos, su entrada en el proceso de cambio, pero su existencia para el cambio es su existencia como valores de cambio”. [9] Esto quiere decir que para que los valores de uso puedan circular y ser útiles tienen primero que alienar su forma y transformarse en valores de cambio, es decir, en mercancías. En otras palabras, para que podamos usar un producto que nos sea útil, primero éste debe pasar de las manos del trabajador a las manos del capitalista, luego al mercado donde se iguala a otros productos en el valor de cambio, hasta que finalmente llega a nuestras manos para satisfacer nuestras necesidades humanas. Pero en el camino ocurre algo curioso. Veámoslo en términos simplificados. Dos productos pueden requerir para su elaboración el mismo tiempo de trabajo social, pueden representar el mismo valor de cambio, como por ejemplo un pote de leche y un collar, y sin embargo, uno puede ser muy valioso para vivir, y el otro sólo tener un valor decorativo, o sea, que tienen distinto valor de uso. Lo mismo ocurre entre un libro de poemas y una caja de cigarros. Mientras el primero da vida, el segundo la quita. A pesar de esta disparidad, ambas mercancías se igualan universalmente en el mercado.[10] Pareciera como si ambos productos fueran igualmente valiosos para satisfacer nuestras necesidades. De esta manera, nosotros producimos valor de cambio, orientado a la ganancia, y no para satisfacer nuestras necesidades humanas. Esto es la alienación del valor de uso en el valor de cambio. Esta es la alienación celular, o primaria. Igual ocurre con la fuerza de trabajo de nosotros, la cual ya vimos de forma general más arriba. En efecto, para que nosotros podamos aprovechar nuestra fuerza de trabajo a fin de lograr nuestros medios de subsistencia, primero tenemos que alienar nuestro valor de uso en el valor de cambio de modo que el capitalista pueda comprarnos como una mercancía cualquiera a cambio de un salario que nos servirá para subsistir. Como consecuencia de todo lo anterior, ahora las cosas valen tanto o más que las personas. El doble valor del trabajo y las mercancías genera tantas contradicciones, que surge la necesidad de desarrollar modos de producción orientados a la producción de valores de uso y no de valores de cambio.
Bueno, como dijimos, la alienación celular de la era capitalista es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio”.[11] Aquí se produce el fetichismo. Esto es, “la personificación de las cosas y materialización [cosificación] de las personas”.[12] Es por esto que lo que caracteriza al trabajo creador de valor de cambio es que las relaciones sociales entre las personas se presentan como una relación social entre las cosas. O sea, se tienen relaciones materiales [cósicas] entre personas y relaciones sociales (o personales) entre cosas.[13]
El resultado de ese proceso es más o menos así: El trabajo humano se cosifica, se convierte en mercancía, en dinero, las cuales parecen cosas pero que en realidad son una relación social. El trabajador también se cosifica, se convierte en mercancía con valor de cambio, o sea, en máquina-mercancía. El capital se personifica, se convierte en persona hostil hacia nosotros. Por otro lado, las mercancías se convierten en ídolos para adorar, en modelos que nos esclavizan, y más aún, las personas se relacionan entre sí como mercancías para su uso, como objeto de placer u objeto erótico. O sea, el trabajo humano, así como también la persona misma se cosifican como mercancías. Además, las relaciones íntimas también se cosifican, pues valoran a sus semejantes por su capacidad para atesorar objetos, prendas, artefactos que le confieren a su personalidad un prestigio especial. Por otro lado, las relaciones entre capitalistas no son relaciones entre personas, sino entre capitales. El capital se personifica en el capitalista. Pero también el lenguaje se cosifica. De hecho, las palabras no hablan a nuestra alma sensitiva sino que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las mercancías mismas, cuya esencia está en el ser relaciones sociales, al aparecer como cosas, se convierten en fetiches, esto es, en idolillos que tienen fuerzas sobrenaturales y que dominan todas las relaciones humanas. Esto quiere decir que en la medida que más valor se da a las cosas, menos valor se da a las personas. Se aman los objetos y se utilizan las personas. En todo esto existe alienación. Esta alienación es una pérdida del propio ser que no es el que le corresponde al sujeto. Tanto el sujeto como el objeto quedan despojados de su propia condición. O sea, el objeto, como mercancía, maquina o capital, se erige como sujeto y se vuelve contra el sujeto que lo creó. Y el sujeto creador queda finalmente reducido a objeto, a una máquina, a una mercancía.
Este fenómeno de cosificación, como parte de la alienación, es tan poderoso, que hasta la moneda, que es una relación social y no una cosa como parece, transformada en representante de todas las mercancías, se aliena, se separa de las mercancías, le perdemos la pista, y se convierte en un poder independiente que se reproduce a sí misma. Esto es la alienación monetaria. Marx lo describe así: “En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento”.[14] Es por esto que Lukács extiende el proceso de cosificación a la conciencia humana, y en particular a la conciencia del proletariado. Sobre esto nos dice: “Al igual que el sistema capitalista se produce y se reproduce económicamente a un nivel cada vez más elevado, así en el curso de la evolución del capitalismo, la estructura de la cosificación se clava cada vez más profundamente, más fatal y constitutivamente en la conciencia de los hombres”.[15] O sea, no nos damos cuenta de que el capital a interés es producto del trabajo humano, que lo producimos nosotros y no los capitalistas. Es trabajo robado.
De manera pues que, en la “personalización de las cosas y cosificación de las personas”, se subvierten todos los valores. Sobre este particular, Ludovico nos dice que si la cultura es el modo de organización de la utilización de los valores de uso, tal como lo entiende Samir Amin, entonces la verdadera cultura del planeta entero es contracultural. Basta ver la producción artística, que está en constante lucha contra los sistemas establecidos, contra la ideología dominante. [16] Porque, como ya dijimos, hasta el mismo lenguaje que empleamos para comunicarnos se considera como objeto y se ha mercantilizado hasta los extremos en que hoy se nos hace difícil distinguir entre los lenguajes que realmente hablan a nuestra alma sensitiva y los lenguajes cosificados que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las palabras nos dan su alma y nos dominan, en lugar de que nosotros las dominemos a ellas para que reproduzcan nuestra alma, nuestros valores, para incorporar al objeto el propio sujeto. Los medios tienen mucha responsabilidad en esto. El lenguaje de los medios es una conciencia cosificada que se adueña casi totalmente de la conciencia de nosotros. Las palabras encierran ellas mismas un contenido ideológico. Esto es alienación del lenguaje. En esta sociedad mercantil estamos dominados totalmente por los valores de cambio. De modo que, al igual que las mercancías, las palabras y el lenguaje también nos dominan.
Ahora bien, si es verdad, como dice Marx, que “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” [17], entonces no solo estamos dominados mentalmente por la cosificación de manera horizontal, sino también de manera vertical por la ideología. O sea, estamos dominados por la cosificación de manera horizontal siempre que determinamos nuestra conciencia actuando espontáneamente bajo las formas de comprar, vender, valorar, y por otra parte, también estamos dominados por la ideología de manera vertical dentro de relaciones de dominación, desde arriba, y sometido bajo las formas de derecho burgués, de moral burguesa, de religiones, así como por la ideología del consumo que nos enseñan por televisión, y también por la ideología de la competencia durante la jornada de trabajo. Esta última se manifiesta cuando los trabajadores determinan su conciencia a través de determinadas relaciones de dominación que ejerce la clase dominante sobre sus empleados, quienes ven la jerarquía como algo natural. Por supuesto, todo lo que tiene que ver con esas relaciones jerárquicas está muy alejado de la verdad. Es por ello que los empleados sucumben sumisamente a la ideas de los ricos, o sea, a la ideología, que fomenta el individualismo y reprime la conciencia de clase.
La ideología, entendida como el pensamiento que nos domina, se caracteriza por ocultar la realidad. La cultura, en cambio, la descubre. La ideología es el aspecto ilusorio que se ve en la superficie de los fenómenos, y es comparable al edificio o superestructura. La cultura, en cambio, descubre la realidad en las bases de ese edificio o estructura económica, y coexiste junto con la ideología en la superestructura. Esto quiere decir que no todo el espacio de la superestructura es ideológico. El edificio o superestructura reposa sobre las bases del edificio o estructura económica. Sin embargo, mientras que la ideología oculta las bases del edificio, la cultura la descubre. O sea, mientras que la ideología encubre la realidad, la ciencia la descubre. En consecuencia, en el edificio o superestructura coexisten el espacio ideológico y el espacio cultural como manifestaciones de la inconciencia social y la conciencia social, como las llama Ludovico.[18] En otras palabras, la ideología, que es divulgada por mercenarios de la ciencia y el arte al servicio de las transnacionales, encubren las verdaderas relaciones sociales de la estructura, y es la manifestación de la inconciencia social. Mientras que la cultura, se resiste y sobrevive en la medida que la ciencia y el arte descubren lo que realmente ocurre en esa estructura social, y es la manifestación de la conciencia social. Sin embargo, la ideología todavía es hegemónica porque los ideólogos tienen el monopolio de los medios de propaganda como arma de transformación de conciencias, y además porque ellos mismos están alienados. De hecho, la propia estructura psíquica de los ideólogos les impide ver el bosque por estar viendo el árbol. Tanto los ideólogos como las personas muy alienadas creen que la realidad es tal cual ellos la ven. Por eso es que las personas muy alienadas no tienen conciencia de la realidad. Por ejemplo, si un trabajador está muy alienado y no ve que lo están explotando, entonces decimos que la inconciencia del trabajador es ideológica porque justifica, sin saberlo, la explotación de la cual esta siendo objeto. A su vez, la inconciencia del explotador es más ideológica aún, porque el capitalista no hace sino reprimir u olvidar el movimiento real del proceso de producción a fin de proteger sus propios intereses. De modo que el capitalista, al tiempo que oculta la realidad, defiende lo aparente, y luego se impone para que lo existente se haga norma y se convierta en ideología.
En efecto, con la ideología nos engañan para tapar la explotación. Nos dicen que la fuente de la renta de la tierra es el suelo, como si fuera un regalo que le hace la naturaleza al terrateniente por ser elegido del señor, cuando en realidad la fuente de la riqueza del suelo es el trabajo, el sudor del obrero agrícola, y la ganancia no es más que la plusvalía que le roban. Los ideólogos nos dicen que la fuente del salario es el trabajo y que la fuente de la ganancia es el capital, como que si el empresario no le debe nada al trabajador, como si el dinero pariera dinero, cuando en realidad, la ganancia no es más que el sudor del trabajador. O sea, ocultan la plusvalía, que es nuestro sudor, y la llaman ganancia y capital a intereses, para engañarnos. Nos dicen que por fin somos libres, independientes, que tenemos libertad para competir, cuando en realidad, se han rotos los lazos amistosos de dependencia personal, para quedar sujetos bajo la dependencia y dominación del capital. Pues, sabemos que es una libertad aparente, porque en la libre competencia no se pone libre a los individuos, sino al capital. Todo esto no son más que mistificaciones ideológicas. Porque la ideología más que entender al mundo lo que busca es justificarlo. De manera que, mientras haya que justificar la explotación, habrá ideología. Esto es alienación ideológica. Es la alienación que maneja la estructura psíquica de las personas, engendrando un conflicto entre su conciencia y su inconciencia.
Es verdad que en todas las sociedades ha existido una formación ideológica, y que estas convienen a un fin, tales como la ideología fetichista primitiva, la ideología esclavista, la ideología de la servidumbre, pero ninguna que fabricara tantos robots egoístas como lo hace la ideología burguesa. Si el ser social determina la conciencia, los medios la manipulan, la transforman, hasta que hoy en día la psique de las personas se ha convertido en un problema de salud pública. Se impuso la competencia, el individualismo, el consumismo, y la automatización del ser. A la alienación del trabajo, se le sumó la alienación ideológica de la persona que contribuye a la pérdida de la relación consigo mismo como ser social, como conjunto de sus relaciones sociales. Sólo consume y se divierte, pero no alcanza a ver la totalidad social. No distingue al enemigo. Con la globalización de los capitales, la totalidad se hace más compleja. El flujo financiero viaja como el viento y nadie lo ve. El enemigo se hace cada vez más invisible. Cuando Lukács escribió su polémica obra “Historia y conciencia de clase” por allá por 1923, donde estudió la relación sujeto-objeto, decía que el trabajador no puede tener conciencia de su ser social salvo si tiene conciencia de sí mismo como mercancía.[19] Para entonces, reconocerse como mercancía era más viable que ahora. En esa época no había televisión, y la cosificación no había llegado a los extremos que hoy padecemos. Hoy en día, todas las relaciones sociales se hacen entre cosas, y las personas no visualizan el proceso de producción. De modo que las personas poco se comunican, y cuando lo hacen poco se toca el tema de la explotación. Hoy las personas solo luchan por adquirir bienes y servicios para su subsistencia y para que le proporcionen momentos instantáneos de placer. La actividad vital creadora se transformó en un simple empleo con valor de cambio. Así, el origen del trabajo como actividad de objetivación del ser, de reconocimiento de sí, se esfumó.
Bueno camaradas, recapitulando, se entiende que la alienación es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio” en el sistema capitalista compuesto por la división del trabajo, la propiedad privada y la producción mercantil. De modo que, la causa de la dominación que sufrimos es el mismo sistema capitalista, y la clase oprimida tiene el deber histórico de superarlo. Según entiende Ludovico, la forma de la alienación seguirá existiendo mientras exista la forma capitalista. Cuando ésta se extinga, se extinguirá la alienación, al menos como forma dominante de la sociedad y del proceso de trabajo.[20] Aspiramos a alcanzar un tipo de sociedad en la que, sin haber desaparecido por completo la alienación, ya no sea ésta el factor dominante, sino un residuo, una reliquia del pasado, del mismo modo como en la actual sociedad los restos de feudalismo y esclavitud que aún persisten no son factores dominantes, sino meros residuos. [21]
Compatriotas, para liberarnos tenemos que superar la alienación. Pero no basta superar la alienación en el pensamiento, en la conciencia, sino desde su raíz, superando la alienación material para que no se reproduzca nuevamente una ideología que justifique la dominación. Y esto se hace en la práctica con la revolución, hasta que algún día se reconcilien el sujeto y el objeto. O sea, nosotros y el mundo que creamos. En otras palabras, nosotros como sujetos tenemos que entender el mundo que construimos. Sin embargo, para superar la alienación material, el capitalismo, primero tenemos que superar en buena medida la alienación en el pensamiento. O sea, tenemos que entender que nos hemos convertimos en mercancía. Tenemos que saber a quién beneficia la publicidad de mercancías. Tenemos que entender de qué manera nos afectan las decisiones de los ricos. Tenemos que entender de qué manera estamos vinculados con las demás personas y con los demás pueblos. Tenemos que entender cómo nos afectan los acontecimientos de cualquier parte del mundo. Tenemos que saber que a los ricos dueños de medios no les conviene informarnos la verdad. Para ello, pues, es necesario que las mujeres y los hombres tomen conciencia de sí mismos como seres sociales, como sujeto y objeto simultáneamente del devenir histórico y social.[22] El proceso en el cual nos reconocemos en el objeto que creamos, es la evolución misma de la conciencia de clase del proletariado, que seguirá evolucionando incluso hasta después de desaparecido el Estado.
Finalmente, camaradas, después de hacer esta breve revisión e interpretación del tema de la alienación, la cual es necesaria para entender de qué manera estamos dominados, puedo ahora comprender mejor por qué las personas se sienten libres cuando en realidad no lo son, y por qué confunden inconcientemente sus frustraciones atribuyendo a estas un origen interno, cuando en realidad tiene un origen externo y se llama capitalismo.
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[1] Karl Marx, IV Tesis sobre Feuerbach. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 25.
[2] Ludovico Silva, La alienación como sistema. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2006, pág. 277.
[3] Karl Marx, VI y VII Tesis sobre Feuerbach, pág. 25.
[4] Karl Marx, Manuscritos Económicos-Filosóficos, Karl Marx. Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pág. 149.
[5] Ludovico, pág. 50.
[6] Ibídem, pág. 24, 276.
[7] Ibídem, pág. 11.
[8] Ibídem, pág. 12.
[9] Karl Marx, Crítica de la Economía Política. Citado por Ludovico, pág. 24, 52, 274.
[10] Ludovico, pág. 272.
[11] Ibídem, pág. 323, 375.
[12] Karl Marx, El Capital, volumen I. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 73.
[13] Ibídem, pág. 38.
[14] Karl Marx, El Capital, volumen III. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 374.
[15] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 120.
[16] Ludovico, pág. 275.
[17] Karl Marx, Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 182.
[18] Ludovico, pág. 287.
[19] Georg Lukács, pág. 192.
[20] Ludovico, pág.385.
[21] Ibídem, pág. 249.
[22] Georg Lukács, pág. 53.
Publicado en Aporrea.org en 3 partes:
Alienación (I), el 13/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63685.html
Alienación (II), el 15/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63816.html
Alienación (III), el 16/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63858.html
Más artículos del autor en:
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16 septiembre 2008
Me mueve a escribir este artículo dos conversaciones que sostuve recientemente. Una con una compañera de trabajo, y otra con una vecina. La compañera de trabajo, quien tiene una conciencia corporativa poco disimulada, me decía frente a su computador que estaba estresada. Traté de consolarla diciéndole que nosotros nos sentíamos mal porque no teníamos libertad, debido a que estábamos alienados, dominados. Ella inmediatamente, no sé si con ingenuidad, o más bien a la defensiva, me respondió: ¡no sé tú, pero yo me siento libre! Así, tajante. Por otra parte, cuando una vecina un poco deprimida me contaba sobre sus frustraciones, entre otras cosas le pregunté: ¿tú no te sientes alienada, dominada? Más vale que no. Totalmente desconcertada, a mi vecina se le transformó el rostro. De repente se me quedó viendo como quién ve a una especie de insecto por primera vez. Luego, muy formal ella, me siguió la corriente por unos tres minutos más, el tiempo suficiente. Finalmente, se levantó del asiento, y se despidió. No la he vuelto a ver.
Que se le va a hacer. No me queda otra que revisar algunos escritos, y reflexionar sobre estas reacciones. Pero antes de hacer una aproximada interpretación de algunas formas de alienación que existen y que nos pueden ayudar a entender las reacciones de estas personas, debo aclarar que todas y todos nosotros quienes vivimos en una sociedad capitalista global como esta, la cual arropa todos los espacios de las relaciones sociales, estamos de alguna manera y medida alienados, expropiados y dominados, material y mentalmente. De modo que, quien les escribe, no escapa a esa realidad, y la breve interpretación que hago sobre el fenómeno de la alienación que sigue a continuación, no está exenta de alienación ideológica.
Entiendo aquí por alienación —alejamiento— al proceso mediante el cual se aleja el objeto del sujeto que lo creó y, en lugar de reconciliarse el sujeto con el objeto creado, termina con la inesperada inversión del sujeto y del objeto, quedando el sujeto dominado por el objeto. Este objeto que es creado por nosotros se convierte en sujeto independiente de nosotros, y finalmente nos domina. En otras palabras, todo lo que nosotros producimos todos los días con nuestras manos y con nuestras mentes, que forma parte de nosotros y nos es propio, se hace independiente de nosotros, no nos reconocemos en él, y luego nosotros tenemos que depender de él. O sea, nosotros construimos un mundo que aparece como un mundo distinto a nosotros. La dominación del sujeto por el objeto es el resultado final de este proceso de alienación. De esta manera se vive alienado material y mentalmente. O sea, con escasez material, y sin conciencia de clase. En otras palabras, estamos dominados.
Veámoslo de una manera más ilustrativa. Por ejemplo, si nosotros nos sentimos impotentes ante la muerte, las enfermedades, las fuerzas de la naturaleza, la escasez, o impotentes ante la injusticia social, entonces podemos dividirnos interiormente y crear un dios para que nos proteja.[1] Luego este dios se independiza de nosotros y nos hacemos dependientes de él. Así construimos mentalmente una religión. Esto es alienación religiosa. Por otro lado, sacando provecho de esto, los ricos utilizan la religión como parte de la ideología, y nos la recuerdan todos los días para que suframos con paciencia y resignación la explotación del hombre por el hombre, porque según ellos, es natural, y no hay escapatoria alguna. De esta manera, un dios y unos vivos dominan nuestra existencia. Esto es alienación ideológica.
Del mismo modo, nosotros como sociedad creamos el Estado para que nos preste un servicio justo a todos los ciudadanos y nos sirva para protegernos, ayudarnos y desarrollarnos. Pero luego el Estado se erige como un poder independiente que defiende los intereses de una clase que se hace dominante y se convierte en sujeto dominador. Se invirtió el sujeto y objeto. Esto es alienación estatal. Por otro lado, una estructura de relaciones humanas representantes del Estado, la burocracia, se transforma en una máquina ciega, autónoma, que domina al hombre y lo destruye tanto en el ámbito laboral como en todos los espacios de la vida de los ciudadanos. Esto es alienación burocrática. Y de manera similar ocurre cuando un grupo de trabajadores y trabajadoras se organizan y crean un sindicato, luego esta organización no responde a los intereses de ellos. Esto puede suceder por la falta de democracia interna. Ahora los trabajadores no se identifican con los objetivos del sindicato, y los líderes sindicalistas explotan a los trabajadores. Esto es burocracia obrera. Esto es alienación sindical.
Ahora veamos como es este proceso cuando nosotros trabajamos. Esto es más o menos así: si nosotros fabricamos una mesa en nuestra casa con nuestras herramientas, y luego de terminada, la utilizamos para comer todos los días en comunión con nuestra familia, fácilmente la vamos a reconocer como propia, porque la construimos en comunión y nuestro trabajo se quedó en casa como un bien útil. O sea, el sujeto se identifica con el objeto creado. En cambio, si nosotros nos empleamos en una empresa que produce muebles, y fabricamos la misma mesa, sucede algo distinto. El empresario pone la mesa en venta e inmediatamente se convierte en mercancía. Luego, cuando la vende, el empresario se coge el dinero para él, y sólo nos retribuye con una pequeña parte de nuestro esfuerzo en forma de salario, justo lo necesario para que no nos desmayemos del hambre frente a la maquinaria. Pero eso no es todo. Con el dinero que nos roba —la plusvalía— nos vuelve a comprar o a contratar nuestra fuerza de trabajo como una máquina-mercancía. Y más aún, con ese mismo dinero que nos roba le paga a los sicarios que asesinan a nuestros sindicalistas honestos cuando éstos le exigen al empresario que no nos robe tanto. Es obvio que aquí el sujeto no se identifica con el objeto creado. El objeto, el producto que creamos, y que ahora es capital personificado en el capitalista, se convirtió en un poder hostil frente a nosotros. A diferencia de la mesa que elaboramos en casa, la que produjimos en la empresa se convirtió en capital que nos domina. Entonces, otra vez el objeto domina al sujeto. Esto es la alienación del producto del trabajo. Y la medida de esta alienación es la plusvalía.
Pero la plusvalía no sólo es la medida económica sino también la medida moral, porque además de que nos explotan físicamente e intelectualmente, vivimos una degradación ética. Entonces, no solo hay una explotación de plusvalía en sentido material, sino también de plusvalía ideológica, como la llama Ludovico Silva.[2] Entonces, mientras más aumenta el poder del capital, más nos empobrecemos, mientras más nos roba el empresario más nos alienamos. Así, cuando producimos percibimos que no trabajamos para nosotros sino para otro. Nuestro trabajo nos es extraño, se nos enfrenta como una actividad enemiga, forzada. Esto es la alienación de la actividad productiva. La alienación del trabajo mismo.
Además, la cosa se empeora con el mecanismo social de producción, que no fue organizado por nosotros, sino que pertenece al capitalista. Por un lado, el empresario crea una jerarquía entre nosotros, y por otro lado, distribuye los diversos trabajos parciales entre diversos trabajadores. De esta manera, se secciona al individuo como un aparato automático con trabajo parcial. Algo así como un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo. Esto es la reducción de nuestras capacidades mentales que la división del trabajo hace de nosotros mismos. Esto es la alienación que la división del trabajo produce en nosotros.
Estas formas de alienación que acabamos de describir dominan el proceso de trabajo. Esto es la alienación del trabajo. Es la alienación de nuestra actividad vital creadora, y la alteración de las relaciones sociales entendidas como las relaciones de producción de la sociedad. Porque sabemos que es con el trabajo que se puede producir al ser humano. De manera que, con la alienación del trabajo, el ser humano concreto [3] pierde la relación consigo mismo como ser social, como conjunto de sus relaciones sociales. Se convierte en mercancía, y no puede construir la historia de modo conciente. O sea, se convierte en un robot sin conciencia que desconoce de qué manera está vinculado a sus semejantes.
Ahora bien, como consecuencia directa de la alienación productiva que ya vimos, toda la economía mundial se basa en las necesidades de las mercancías, del mercado, del capital, y no en las necesidades humanas como debe ser. El producto que creamos no nos pertenece y no podemos utilizarlo para satisfacer nuestras necesidades, al punto que también nos toca producir los portaviones que utilizan para invadirnos. La mercancía se impuso sobre nosotros en lugar de estar subordinada a nosotros. A esto le agregamos la creación de necesidades ficticias, pues, en el capitalismo, nos dice Marx, “todo hombre especula con la creación de una nueva necesidad en otro para obligarlo a hacer un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva dependencia y atraerlo a un nuevo tipo de placer y, por tanto, a la ruina económica”.[4] Es por ello que los ricos con la colaboración de psicólogos mercenarios, fabrican ilusiones a través de la publicidad para inducirnos a comprar y consumir productos que no necesitamos, pero que sí son necesarios para acumular capital. Además, debido al carácter fetichista de la mercancía, el consumidor se encuentra vulnerable, pues, siente debilidad por rodearse de cosas, de fetiches. Este fenómeno del fetichismo lo conocen bien los ideólogos, sin embargo, lo ocultan para seguir acumulando. Entonces, en lugar de producir vida, producimos mercancías, necesidades ficticias. En la medida que empleamos más tiempo y energía en la producción de cosas que no necesitamos, más escasean y más se elevan los costos de los bienes y servicios para vivir, como por ejemplo, una vivienda digna. Esto es alienación de las necesidades. Esto es la ideología del consumo. Esto es alienación ideológica.
Queda claro, pues, que nosotros los trabajadores, quienes producimos, no solo nos alienamos con la producción sino también con el consumo. De manera que, cuando producimos realizamos una actividad que no nos pertenece, y cuando consumimos lo hacemos sólo para satisfacer el cuerpo o la vanidad. Las personas solo se sienten libre en sus funciones animales: comer, dormir, procrear; y en cambio, en sus funciones humanas: trabajar, producir, transformar la naturaleza, se sienten como un animal. En otras palabras, se humaniza lo animal, y se animaliza lo humano. [5] Y esto vale también para el empresario.
Hasta ahora hemos revisado grosso modo algunas formas de cómo nos alienamos en esta sociedad capitalista. Sin embargo, creo que es bueno revisar un poco más sobre este tema para tratar de entender la forma pura y escuetamente económica de la alienación, la alienación celular, o primaria, como la llama Ludovico [6], quién realizó un análisis profundo del pensamiento y obra de Marx. Nos dice Ludovico, que ésta es la forma más importante de todas porque de aquí germinan todas las demás y las sostiene. Pues bien, en pocas palabras, la alienación primaria es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio” [7], en el sistema compuesto por la división del trabajo, la propiedad privada y la producción mercantil.[8]
Interpretemos esta forma de alienación. Veamos. Si las mercancías tienen para los empresarios capitalistas valor de cambio para poder venderlas, y, para nosotros que las compramos por su utilidad tienen valor de uso, entonces, es necesario transformar las mercancías en valores de uso para poder utilizarlas. Pero resulta que “el proceso de transformación de las mercancías en valores de uso supone la alienación universal de éstos, su entrada en el proceso de cambio, pero su existencia para el cambio es su existencia como valores de cambio”. [9] Esto quiere decir que para que los valores de uso puedan circular y ser útiles tienen primero que alienar su forma y transformarse en valores de cambio, es decir, en mercancías. En otras palabras, para que podamos usar un producto que nos sea útil, primero éste debe pasar de las manos del trabajador a las manos del capitalista, luego al mercado donde se iguala a otros productos en el valor de cambio, hasta que finalmente llega a nuestras manos para satisfacer nuestras necesidades humanas. Pero en el camino ocurre algo curioso. Veámoslo en términos simplificados. Dos productos pueden requerir para su elaboración el mismo tiempo de trabajo social, pueden representar el mismo valor de cambio, como por ejemplo un pote de leche y un collar, y sin embargo, uno puede ser muy valioso para vivir, y el otro sólo tener un valor decorativo, o sea, que tienen distinto valor de uso. Lo mismo ocurre entre un libro de poemas y una caja de cigarros. Mientras el primero da vida, el segundo la quita. A pesar de esta disparidad, ambas mercancías se igualan universalmente en el mercado.[10] Pareciera como si ambos productos fueran igualmente valiosos para satisfacer nuestras necesidades. De esta manera, nosotros producimos valor de cambio, orientado a la ganancia, y no para satisfacer nuestras necesidades humanas. Esto es la alienación del valor de uso en el valor de cambio. Esta es la alienación celular, o primaria. Igual ocurre con la fuerza de trabajo de nosotros, la cual ya vimos de forma general más arriba. En efecto, para que nosotros podamos aprovechar nuestra fuerza de trabajo a fin de lograr nuestros medios de subsistencia, primero tenemos que alienar nuestro valor de uso en el valor de cambio de modo que el capitalista pueda comprarnos como una mercancía cualquiera a cambio de un salario que nos servirá para subsistir. Como consecuencia de todo lo anterior, ahora las cosas valen tanto o más que las personas. El doble valor del trabajo y las mercancías genera tantas contradicciones, que surge la necesidad de desarrollar modos de producción orientados a la producción de valores de uso y no de valores de cambio.
Bueno, como dijimos, la alienación celular de la era capitalista es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio”.[11] Aquí se produce el fetichismo. Esto es, “la personificación de las cosas y materialización [cosificación] de las personas”.[12] Es por esto que lo que caracteriza al trabajo creador de valor de cambio es que las relaciones sociales entre las personas se presentan como una relación social entre las cosas. O sea, se tienen relaciones materiales [cósicas] entre personas y relaciones sociales (o personales) entre cosas.[13]
El resultado de ese proceso es más o menos así: El trabajo humano se cosifica, se convierte en mercancía, en dinero, las cuales parecen cosas pero que en realidad son una relación social. El trabajador también se cosifica, se convierte en mercancía con valor de cambio, o sea, en máquina-mercancía. El capital se personifica, se convierte en persona hostil hacia nosotros. Por otro lado, las mercancías se convierten en ídolos para adorar, en modelos que nos esclavizan, y más aún, las personas se relacionan entre sí como mercancías para su uso, como objeto de placer u objeto erótico. O sea, el trabajo humano, así como también la persona misma se cosifican como mercancías. Además, las relaciones íntimas también se cosifican, pues valoran a sus semejantes por su capacidad para atesorar objetos, prendas, artefactos que le confieren a su personalidad un prestigio especial. Por otro lado, las relaciones entre capitalistas no son relaciones entre personas, sino entre capitales. El capital se personifica en el capitalista. Pero también el lenguaje se cosifica. De hecho, las palabras no hablan a nuestra alma sensitiva sino que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las mercancías mismas, cuya esencia está en el ser relaciones sociales, al aparecer como cosas, se convierten en fetiches, esto es, en idolillos que tienen fuerzas sobrenaturales y que dominan todas las relaciones humanas. Esto quiere decir que en la medida que más valor se da a las cosas, menos valor se da a las personas. Se aman los objetos y se utilizan las personas. En todo esto existe alienación. Esta alienación es una pérdida del propio ser que no es el que le corresponde al sujeto. Tanto el sujeto como el objeto quedan despojados de su propia condición. O sea, el objeto, como mercancía, maquina o capital, se erige como sujeto y se vuelve contra el sujeto que lo creó. Y el sujeto creador queda finalmente reducido a objeto, a una máquina, a una mercancía.
Este fenómeno de cosificación, como parte de la alienación, es tan poderoso, que hasta la moneda, que es una relación social y no una cosa como parece, transformada en representante de todas las mercancías, se aliena, se separa de las mercancías, le perdemos la pista, y se convierte en un poder independiente que se reproduce a sí misma. Esto es la alienación monetaria. Marx lo describe así: “En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento”.[14] Es por esto que Lukács extiende el proceso de cosificación a la conciencia humana, y en particular a la conciencia del proletariado. Sobre esto nos dice: “Al igual que el sistema capitalista se produce y se reproduce económicamente a un nivel cada vez más elevado, así en el curso de la evolución del capitalismo, la estructura de la cosificación se clava cada vez más profundamente, más fatal y constitutivamente en la conciencia de los hombres”.[15] O sea, no nos damos cuenta de que el capital a interés es producto del trabajo humano, que lo producimos nosotros y no los capitalistas. Es trabajo robado.
De manera pues que, en la “personalización de las cosas y cosificación de las personas”, se subvierten todos los valores. Sobre este particular, Ludovico nos dice que si la cultura es el modo de organización de la utilización de los valores de uso, tal como lo entiende Samir Amin, entonces la verdadera cultura del planeta entero es contracultural. Basta ver la producción artística, que está en constante lucha contra los sistemas establecidos, contra la ideología dominante. [16] Porque, como ya dijimos, hasta el mismo lenguaje que empleamos para comunicarnos se considera como objeto y se ha mercantilizado hasta los extremos en que hoy se nos hace difícil distinguir entre los lenguajes que realmente hablan a nuestra alma sensitiva y los lenguajes cosificados que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las palabras nos dan su alma y nos dominan, en lugar de que nosotros las dominemos a ellas para que reproduzcan nuestra alma, nuestros valores, para incorporar al objeto el propio sujeto. Los medios tienen mucha responsabilidad en esto. El lenguaje de los medios es una conciencia cosificada que se adueña casi totalmente de la conciencia de nosotros. Las palabras encierran ellas mismas un contenido ideológico. Esto es alienación del lenguaje. En esta sociedad mercantil estamos dominados totalmente por los valores de cambio. De modo que, al igual que las mercancías, las palabras y el lenguaje también nos dominan.
Ahora bien, si es verdad, como dice Marx, que “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” [17], entonces no solo estamos dominados mentalmente por la cosificación de manera horizontal, sino también de manera vertical por la ideología. O sea, estamos dominados por la cosificación de manera horizontal siempre que determinamos nuestra conciencia actuando espontáneamente bajo las formas de comprar, vender, valorar, y por otra parte, también estamos dominados por la ideología de manera vertical dentro de relaciones de dominación, desde arriba, y sometido bajo las formas de derecho burgués, de moral burguesa, de religiones, así como por la ideología del consumo que nos enseñan por televisión, y también por la ideología de la competencia durante la jornada de trabajo. Esta última se manifiesta cuando los trabajadores determinan su conciencia a través de determinadas relaciones de dominación que ejerce la clase dominante sobre sus empleados, quienes ven la jerarquía como algo natural. Por supuesto, todo lo que tiene que ver con esas relaciones jerárquicas está muy alejado de la verdad. Es por ello que los empleados sucumben sumisamente a la ideas de los ricos, o sea, a la ideología, que fomenta el individualismo y reprime la conciencia de clase.
La ideología, entendida como el pensamiento que nos domina, se caracteriza por ocultar la realidad. La cultura, en cambio, la descubre. La ideología es el aspecto ilusorio que se ve en la superficie de los fenómenos, y es comparable al edificio o superestructura. La cultura, en cambio, descubre la realidad en las bases de ese edificio o estructura económica, y coexiste junto con la ideología en la superestructura. Esto quiere decir que no todo el espacio de la superestructura es ideológico. El edificio o superestructura reposa sobre las bases del edificio o estructura económica. Sin embargo, mientras que la ideología oculta las bases del edificio, la cultura la descubre. O sea, mientras que la ideología encubre la realidad, la ciencia la descubre. En consecuencia, en el edificio o superestructura coexisten el espacio ideológico y el espacio cultural como manifestaciones de la inconciencia social y la conciencia social, como las llama Ludovico.[18] En otras palabras, la ideología, que es divulgada por mercenarios de la ciencia y el arte al servicio de las transnacionales, encubren las verdaderas relaciones sociales de la estructura, y es la manifestación de la inconciencia social. Mientras que la cultura, se resiste y sobrevive en la medida que la ciencia y el arte descubren lo que realmente ocurre en esa estructura social, y es la manifestación de la conciencia social. Sin embargo, la ideología todavía es hegemónica porque los ideólogos tienen el monopolio de los medios de propaganda como arma de transformación de conciencias, y además porque ellos mismos están alienados. De hecho, la propia estructura psíquica de los ideólogos les impide ver el bosque por estar viendo el árbol. Tanto los ideólogos como las personas muy alienadas creen que la realidad es tal cual ellos la ven. Por eso es que las personas muy alienadas no tienen conciencia de la realidad. Por ejemplo, si un trabajador está muy alienado y no ve que lo están explotando, entonces decimos que la inconciencia del trabajador es ideológica porque justifica, sin saberlo, la explotación de la cual esta siendo objeto. A su vez, la inconciencia del explotador es más ideológica aún, porque el capitalista no hace sino reprimir u olvidar el movimiento real del proceso de producción a fin de proteger sus propios intereses. De modo que el capitalista, al tiempo que oculta la realidad, defiende lo aparente, y luego se impone para que lo existente se haga norma y se convierta en ideología.
En efecto, con la ideología nos engañan para tapar la explotación. Nos dicen que la fuente de la renta de la tierra es el suelo, como si fuera un regalo que le hace la naturaleza al terrateniente por ser elegido del señor, cuando en realidad la fuente de la riqueza del suelo es el trabajo, el sudor del obrero agrícola, y la ganancia no es más que la plusvalía que le roban. Los ideólogos nos dicen que la fuente del salario es el trabajo y que la fuente de la ganancia es el capital, como que si el empresario no le debe nada al trabajador, como si el dinero pariera dinero, cuando en realidad, la ganancia no es más que el sudor del trabajador. O sea, ocultan la plusvalía, que es nuestro sudor, y la llaman ganancia y capital a intereses, para engañarnos. Nos dicen que por fin somos libres, independientes, que tenemos libertad para competir, cuando en realidad, se han rotos los lazos amistosos de dependencia personal, para quedar sujetos bajo la dependencia y dominación del capital. Pues, sabemos que es una libertad aparente, porque en la libre competencia no se pone libre a los individuos, sino al capital. Todo esto no son más que mistificaciones ideológicas. Porque la ideología más que entender al mundo lo que busca es justificarlo. De manera que, mientras haya que justificar la explotación, habrá ideología. Esto es alienación ideológica. Es la alienación que maneja la estructura psíquica de las personas, engendrando un conflicto entre su conciencia y su inconciencia.
Es verdad que en todas las sociedades ha existido una formación ideológica, y que estas convienen a un fin, tales como la ideología fetichista primitiva, la ideología esclavista, la ideología de la servidumbre, pero ninguna que fabricara tantos robots egoístas como lo hace la ideología burguesa. Si el ser social determina la conciencia, los medios la manipulan, la transforman, hasta que hoy en día la psique de las personas se ha convertido en un problema de salud pública. Se impuso la competencia, el individualismo, el consumismo, y la automatización del ser. A la alienación del trabajo, se le sumó la alienación ideológica de la persona que contribuye a la pérdida de la relación consigo mismo como ser social, como conjunto de sus relaciones sociales. Sólo consume y se divierte, pero no alcanza a ver la totalidad social. No distingue al enemigo. Con la globalización de los capitales, la totalidad se hace más compleja. El flujo financiero viaja como el viento y nadie lo ve. El enemigo se hace cada vez más invisible. Cuando Lukács escribió su polémica obra “Historia y conciencia de clase” por allá por 1923, donde estudió la relación sujeto-objeto, decía que el trabajador no puede tener conciencia de su ser social salvo si tiene conciencia de sí mismo como mercancía.[19] Para entonces, reconocerse como mercancía era más viable que ahora. En esa época no había televisión, y la cosificación no había llegado a los extremos que hoy padecemos. Hoy en día, todas las relaciones sociales se hacen entre cosas, y las personas no visualizan el proceso de producción. De modo que las personas poco se comunican, y cuando lo hacen poco se toca el tema de la explotación. Hoy las personas solo luchan por adquirir bienes y servicios para su subsistencia y para que le proporcionen momentos instantáneos de placer. La actividad vital creadora se transformó en un simple empleo con valor de cambio. Así, el origen del trabajo como actividad de objetivación del ser, de reconocimiento de sí, se esfumó.
Bueno camaradas, recapitulando, se entiende que la alienación es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio” en el sistema capitalista compuesto por la división del trabajo, la propiedad privada y la producción mercantil. De modo que, la causa de la dominación que sufrimos es el mismo sistema capitalista, y la clase oprimida tiene el deber histórico de superarlo. Según entiende Ludovico, la forma de la alienación seguirá existiendo mientras exista la forma capitalista. Cuando ésta se extinga, se extinguirá la alienación, al menos como forma dominante de la sociedad y del proceso de trabajo.[20] Aspiramos a alcanzar un tipo de sociedad en la que, sin haber desaparecido por completo la alienación, ya no sea ésta el factor dominante, sino un residuo, una reliquia del pasado, del mismo modo como en la actual sociedad los restos de feudalismo y esclavitud que aún persisten no son factores dominantes, sino meros residuos. [21]
Compatriotas, para liberarnos tenemos que superar la alienación. Pero no basta superar la alienación en el pensamiento, en la conciencia, sino desde su raíz, superando la alienación material para que no se reproduzca nuevamente una ideología que justifique la dominación. Y esto se hace en la práctica con la revolución, hasta que algún día se reconcilien el sujeto y el objeto. O sea, nosotros y el mundo que creamos. En otras palabras, nosotros como sujetos tenemos que entender el mundo que construimos. Sin embargo, para superar la alienación material, el capitalismo, primero tenemos que superar en buena medida la alienación en el pensamiento. O sea, tenemos que entender que nos hemos convertimos en mercancía. Tenemos que saber a quién beneficia la publicidad de mercancías. Tenemos que entender de qué manera nos afectan las decisiones de los ricos. Tenemos que entender de qué manera estamos vinculados con las demás personas y con los demás pueblos. Tenemos que entender cómo nos afectan los acontecimientos de cualquier parte del mundo. Tenemos que saber que a los ricos dueños de medios no les conviene informarnos la verdad. Para ello, pues, es necesario que las mujeres y los hombres tomen conciencia de sí mismos como seres sociales, como sujeto y objeto simultáneamente del devenir histórico y social.[22] El proceso en el cual nos reconocemos en el objeto que creamos, es la evolución misma de la conciencia de clase del proletariado, que seguirá evolucionando incluso hasta después de desaparecido el Estado.
Finalmente, camaradas, después de hacer esta breve revisión e interpretación del tema de la alienación, la cual es necesaria para entender de qué manera estamos dominados, puedo ahora comprender mejor por qué las personas se sienten libres cuando en realidad no lo son, y por qué confunden inconcientemente sus frustraciones atribuyendo a estas un origen interno, cuando en realidad tiene un origen externo y se llama capitalismo.
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[1] Karl Marx, IV Tesis sobre Feuerbach. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 25.
[2] Ludovico Silva, La alienación como sistema. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2006, pág. 277.
[3] Karl Marx, VI y VII Tesis sobre Feuerbach, pág. 25.
[4] Karl Marx, Manuscritos Económicos-Filosóficos, Karl Marx. Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pág. 149.
[5] Ludovico, pág. 50.
[6] Ibídem, pág. 24, 276.
[7] Ibídem, pág. 11.
[8] Ibídem, pág. 12.
[9] Karl Marx, Crítica de la Economía Política. Citado por Ludovico, pág. 24, 52, 274.
[10] Ludovico, pág. 272.
[11] Ibídem, pág. 323, 375.
[12] Karl Marx, El Capital, volumen I. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 73.
[13] Ibídem, pág. 38.
[14] Karl Marx, El Capital, volumen III. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 374.
[15] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 120.
[16] Ludovico, pág. 275.
[17] Karl Marx, Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 182.
[18] Ludovico, pág. 287.
[19] Georg Lukács, pág. 192.
[20] Ludovico, pág.385.
[21] Ibídem, pág. 249.
[22] Georg Lukács, pág. 53.
Publicado en Aporrea.org en 3 partes:
Alienación (I), el 13/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63685.html
Alienación (II), el 15/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63816.html
Alienación (III), el 16/09/08
http://www.aporrea.org/ideologia/a63858.html
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