Miguel Acosta Saignes: Latifundio

Fernando Saldivia Najul
28 octubre 2012


Miguel Acosta Saignes
Leer Latifundio del camarada Miguel Acosta Saignes es recorrer la triste historia del campesino abandonado en los barrios de Caracas. Escrito entre 1936 y 1937, Acosta Saignes nos cuenta la Venezuela semicolonial y semifeudal que heredamos del gobierno de Juan Vicente Gómez, y que aún hoy, a pesar del enorme esfuerzo en la lucha contra el latifundio que libra la Revolución Bolivariana, esa Venezuela semifeudal la sufren muchos de nuestros campesinos. Van más de 270 campesinas y campesinos asesinados durante la Revolución Agraria que lidera el Comandante Chávez.

Todo comenzó cuando nos invadieron los españoles. Las tierras que durante milenios poseían nuestros ancestros fueron arrebatadas por los invasores y genocidas españoles, y se creó de esta manera, desde el primer instante, el problema latifundista. Indios y Negros esclavos eran obligados a cultivar las haciendas de los señores. Luego la independencia no solucionó en América la cuestión latifundista. El régimen colonial de la tierra subsistió a pesar del movimiento emancipador y de unas manos pasaron a otras.

En Venezuela llega el latifundismo a su máximum con el régimen de Gómez. A sus hombres de confianza los hizo señores feudales y se acentuó la servidumbre del campesinado.

Es así como miles de trabajadores sin tierras, hombres desposeídos por el acaparamiento latifundista, sometidos a la más espantosa miseria, se vieron en la necesidad de incorporarse al empleo ofrecido por las compañías petroleras. Para los campesinos una mayor remuneración significaba una vida más estable. Sin embargo, luego se dan cuenta que no les da ni remotamente lo que es justo. Además, la servidumbre en que vivía el trabajador del agro venezolano permitió a las compañías petroleras mantener a los trabajadores en condiciones malísimas: sin higiene, sin luz, sin agua potable. Vivieron un infierno. Fue en estas condiciones que estalló la huelga petrolera de 1936.

En las haciendas continuaba la cruel servidumbre del régimen latifundista. El latifundista no mejora sus cultivos con el empleo de maquinaria o métodos modernos. El latifundista, poseedor de una renta fácil, no quiere “calentadores de cabeza”. Por eso evita la introducción de nuevos métodos. Las haciendas producen solo cuanto el suelo puede dar. Ahí está la fuerza humana a la orden, para realizar siempre el mismo trabajo y llenar las arcas del propietario.

Cuenta Acosta Saignes, que latifundistas de los Andes dopaban a los peones con guarapo fermentado para obtener mayor rendimiento. El peón convive con sus familiares en una choza de cuatro metros de largo por tres de ancho y duermen sobre montones de trapos.

En el campo no hay letrinas. No hay acueductos. El agua tomada es la misma de los riegos. En ningún latifundio se encuentra siquiera una escuela. El analfabetismo conviene al latifundista, ya que si el peón aprende a leer podría abandonar el latifundio, u organizar una protesta consciente. En el campo hay hambre. Cuando no es la época de cosechas, hombres y mujeres del campo viven como pueden. A veces les toca alimentarse de frutas, de raíces y hojas, como ha acontecido a veces en regiones del Llano.

Peones o colonos, simples jornaleros o arrendatarios, están sometidos a la voluntad omnímoda de los terratenientes. Quien se atrevía a ausentarse en los años del gomezalato era perseguido fieramente. Los calabozos y los azotes formaban eficaz parte del régimen. En tiempo de Gómez todavía había terratenientes que ejercían tareas de policía. En septiembre de 1934 se publicó en el Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas una elogiosa nota sobre la mayor hacienda del Distrito Federal, en la cual se dan interesantes datos sobre la organización de un latifundio. En la nota se puede leer: “Cada predio tiene un mayordomo que funciona a la vez como Comisario de Policía, dependiente de la Inspectoría General de Policía, ejercida por el propietario”.[1] Esta organización feudaloide explica el pago en fichas y otras medidas análogas.

Hablar de latifundio es hablar de esclavitud. Es una esclavitud por deudas. Es el sistema de atar al trabajador por medio de interminables deudas, cobrables a los hijos y hasta los nietos. Así, los latifundistas esclavizan a los jornaleros indefinidamente.

La causa de la miseria del hombre del campo es la tierra en poder de unos cuantos favorecidos. Correr la cerca y luego sostenerla con violencia es práctica habitual. Mientras más poder se tenga más fácil resulta. Durante el régimen de Gómez, cualquier Jefe Civil decidía correr unas cercas o daba autorización para ello a los mayordomos o encargados de los fundos gomecistas.

El problema del Indio es también el de la tierra. En la Guajira viven muchos, sufriendo sed y hambre. En haciendas del Zulia y algunos otros campos se les utiliza sin pagarles, y para retribuir sus labores, solo les dan aguardiente y tabaco.

En las haciendas de cañamelar, en el Distrito Torres del Estado Lara, trabajan hasta dieciséis horas diarias, con un alimento mezquino, y sin asistencia médica. No solo metafóricamente “hambre de tierras” experimenta nuestro campesino. Tiene, primordialmente, hambre real. Se muere de hambre porque contrae la tuberculosis por alimentación insuficiente. Es consumirse con lentitud y morir de paludismo, sin defensa orgánica, desaparecida por la desnutrición. Es ser pasto fácil de enfermedades, porque el organismo carece de resistencia.

La alimentación de los peones venezolanos, cultivadores de la tierra en este país tan ponderado por su riqueza agrícola, consiste en caraotas, arepas y guarapo de papelón, en las tres comidas. De modo que podemos decir que nuestro campesino está muy mal alimentado. Cuando el peón carece de trabajo, se alimenta de las frutas que encuentra en la orilla de los ríos o de las quebradas. Muchos de ellos sancochan, en tiempo de cosecha, los mangos verdes, para alimentar a sus hijos y cuando no hay cosecha, pasan días íntegros sin comer.

En estas condiciones, el éxodo del campo a la ciudad es inevitable. No es exclusivo de Venezuela este fenómeno. Acontece en todos los países azotados por el latifundismo. En Checoslovaquia decía Rauchberg palabras perfectamente aplicables a nuestro país: “Lo que ahuyenta a los más, no es hastío del campo y el ansia de vivir en la ciudad, sino la falta de esperanza en su anhelo por la tierra”.[2]

Y agrega Miguel Acosta Saignes: “No es ansia de aventuras como dicen los sociólogos ñoños, sino hambre, la causa fomentadora del urbanismo. Aunque no estén contentos en las ciudades, los hombres van allí con la esperanza de incorporarse a las Obras Públicas o a la industria”.[2]

La sanidad ha sido hasta hace poco, lujo exclusivo de la Capital de la República. Basta alejarse unos cuantos kilómetros de Caracas para penetrar en nuestra zona rural. Entonces, presenciamos el mismo espectáculo: niños de abultado abdomen, pálidos, con brazos y piernas muchas veces esqueléticos. En los hombres, úlceras, rostro y abulia de palúdicos, caras y lentitud de hambre.

No es solo indirecta la participación de los señores latifundistas en la mortalidad infantil. Culpables de niños abandonados son los señoritos que van de paseo a las haciendas de la familia. Allí ejercen una especie de derecho de pernada, mediante el cual cargan de hijos a la mujer ignorante, abandonada luego. También hay el latifundista cuya residencia habitual es Caracas y quien periódicamente va al pueblo cercano a sus posesiones, donde se dedica a la compra de vírgenes. Siembra dos o tres hijos, y ahí están tres pequeños más, dados a la miseria, la enfermedad y la ignorancia.

¿Quién no conoce en Venezuela ese tipo de “bon vivant”? Con el jefe civil se ha repartido siempre la tarea de semental. Del campo y de los pueblos se nutre así los prostíbulos ciudadanos. Cosa corriente es encontrar en los prostíbulos de Caracas muchachas de 15, 16, 17 años, tímidas, con el aire de primerizas en la tarea mercenaria. Algunas veces han sido víctimas de la seducción, otras, de la más repugnante venta.

Bueno camaradas, no me extiendo más. Miguel Acosta Saignes nos da suficientes razones para acabar con el suelo feudal. La burguesía venezolana ni siquiera fue capaz de hacer su Reforma Agraria, tarea que es propia de la Revolución Burguesa si tomamos en cuenta que el latifundio no solo es contrario al socialismo sino también al capitalismo. De manera que no nos queda otra que transitar del feudalismo al socialismo, a través de la Revolución Agraria, dirigida por el Comandante Chávez.


El Comandante Chávez continúa la lucha de Ezequiel Zamora y recorre
las tierras rescatadas del Hato El Frío en el estado Apure,
el 23 de agosto de 2009, durante el Aló Presidente 338.

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[1] Miguel Acosta Saignes, Latifundio. Fundación Editorial el perro y la rana, Caracas, 2009. pág. 81.
[2] Ibídem, pág. 104.

Publicado en Aporrea.org el 28/10/12
http://www.aporrea.org/desalambrar/a153201.html

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Se acabaron los pendejos, de ahora en adelante no dar propinas…(Pásalo)

Fernando Saldivia Najul
14 octubre 2012


Después del triunfo del Comandante Chávez el domingo en la noche se escuchó un silencio sepulcral en las urbanizaciones de la clase media. Apagaron los televisores, los equipos de sonido, y mandaron a los chamos y a las mascotas a dormir. Pero eso no se quedó así. El día siguiente colapsaron las redes sociales con mensajes de odio. Uno de ellos fue una cadena que llamaba a no dar más propina como castigo a los malagradecidos pobres quienes hicieron ganar a Chávez otra vez. Lean esta perla:

"Se acabaron los pendejos, de ahora en adelante no dar propinas ni a parqueros, ni a bomberos, ni a caleteros, ni a los que lavan carros, ni a la señora que nos ayuda en la casa, ni a los chamos en supermercados, cero aguinaldos, no comprar a buhoneros, que se jodan, porque aunque siempre reciban ayuda directa de nosotros, siempre votan por Chávez. Que empiecen a sentir el impacto de sus acciones, porque todos ellos viven de nosotros y del rebusque. Se acabó la regaladera de propinas. Estamos en un país socialista y tendremos que vivir así. Pásalo".

Este mensaje caló muy bien entre las capas medias y corrió como pólvora por las redes sociales. Lo que más me llamó la atención del mensaje fue la parte donde se lee: “todos ellos viven de nosotros”. La creencia está clara: La clase media mantiene a los pobres. Es decir, la clase media vive de su trabajo, de su propio esfuerzo, y los pobres que no quisieron estudiar por flojos viven de la clase media. Esto es insólito.

Pero mientras se pasaba este mensaje por las redes sociales muchos lo completaban llamando a no dar más limosnas en la calle, y que sea Chávez el que les dé limosna con las Misiones. Carajo, cómo duelen las Misiones. Cómo duele la inversión social del Gobierno Bolivariano. Para los escuálidos las niñas y niños de piel oscura no deben comer carne, ni tener médicos, ni deben tener maestras, ni deben hacer las tareas escolares en una vivienda digna, porque sus padres son pobres, y son pobres porque son flojos. Por tanto, que se jodan los padres y los niños, y que se conformen con las limosnas y propinas. Así es la democracia.

Tenemos que recordarles a los escuálidos que los buenos sueldos de que están gozando una buena parte de los trabajadores intelectuales de la clase media se lo deben a la acertada política petrolera del Comandante Chávez, que permite a la burguesía pagar la fuerza de trabajo intelectual por encima de su valor, y así mantener contento a su ejército de escuálidos para que los defiendan. Porque es verdad que el Gobierno Revolucionario ahora controla la renta petrolera, pero no controla completamente su distribución. De hecho, a pesar de que la renta petrolera se invierte en los programas sociales, aún tenemos 7% de pobreza extrema, y todavía la burguesía parásita y especuladora se apropia de a una buena tajada de esa renta por diversas vías. El gobierno sabe que tenemos que seguir perfeccionando los mecanismos de distribución de la renta petrolera, y así lo está haciendo.

Pero además tenemos que recordarles a los escuálidos de dónde sale la renta petrolera que se invierte en las Misiones. Esa renta que permite que ellos gocen de mejores sueldos que sus colegas en otros países de América Latina. Escuálidos, en líneas generales, la renta petrolera no la pagamos nosotros, la pagan los extranjeros, y depende del grado de monopolio que se ejerza sobre el recurso natural. Es decir, nosotros no producimos la renta petrolera, la captamos cuando se distribuye la riqueza del mundo. Es un privilegio. Por cierto, riqueza que no produce el burgués, sino la clase trabajadora explotada del mundo. (Pásalo).


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Publicado en Aporrea.org el 14/10/12
http://www.aporrea.org/oposicion/a152213.html

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