Alejandra Kollontai: el amor-camaradería

Fernando Saldivia Najul
24 junio 2011



Alejandra Kollontai
Cuando Alejandra Kollontai visitó la conocida fábrica de telas Krengolm que empleaba a 12.000 obreras y obreros, se indignó de tal manera que escribió en sus memorias que ella no podía ser feliz si las mujeres y hombres eran esclavizados de esa forma tan inhumana.

Los padres de Alejandra pertenecían a la antigua nobleza rusa, pero ella no era indiferente al mundo que la rodeaba. Desde muy pequeña criticaba la injusticia de los adultos. Le parecía una contradicción que a ella le dieran todo y a los otros niños les fuesen negadas tantas cosas. Su crítica se fue agudizando con los años y creció el sentimiento de protesta contra las diferencias que veía en su entorno. De modo que muy temprano adquirió clara conciencia de las injusticias sociales, y decidió luchar de manera incansable por la liberación de la mujer.

Su concepción marxista del mundo le hacía ver con absoluta claridad que la liberación de la mujer solo podía ocurrir con la victoria de un nuevo orden social y un sistema económico diferente. Alejandra Kollontai llegó a convertirse en miembra del primer Gabinete bolchevique en los años 1917 y 18, y llegó a ser la primera mujer que fue nombrada embajadora. Y nos dejó una amplia obra literaria que incluye un valioso análisis histórico y materialista del amor.

La camarada Alejandra, una mujer sexualmente emancipada, nos habla en sus escritos del “Eros de alas desplegadas” y del “amor-camaradería”. Nos habla de una nueva moral sexual, liberadora y necesaria para crear el solidario tejido social. Una moral que permita a las mujeres y hombres la posibilidad de establecer múltiples relaciones amorosas y sexuales necesarias para la construcción de la nueva sociedad que está naciendo.

El ser humano es, a la vez que creador, resultado de la sociedad en que vive. Por lo tanto, si somos creadores, para construir un mundo mejor es necesaria la aparición y formación de una mujer nueva y un hombre nuevo, incluso con una nueva moral sexual. La moral sexual forma parte de la superestructura que se deriva del sistema económico de la sociedad, pero no podemos esperar a que se experimente la total transformación de la base económica de la sociedad para que tenga lugar la moral sexual de la clase trabajadora. “La experiencia de la historia enseña —afirma Alejandra— que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas”.[1]

Del mismo modo como la burguesía sabe utilizar sus normas morales para guiar al amor por la vía que mejor sirva a sus intereses de clase, nosotros debemos tener en cuenta la importancia de la emoción amorosa en tanto factor que puede ser utilizado, como cualquier otro fenómeno psíquico social, en beneficio de la colectividad. El amor supone un principio de unión valioso para la colectividad. En todas las etapas de su desarrollo histórico, la humanidad ha establecido normas que determinan cuándo y en qué condiciones el amor era considerado “legítimo”, es decir, que respondía a los intereses de la colectividad del momento, y cuando es “culpable”, criminal, es decir, que va contra los objetivos de la sociedad.

Desde hace tiempo que el ideal burgués del amor no satisface a la colectividad, pero la burguesía se resiste. Podemos ver cómo la industria cultural refuerza los afectos en el amor de pareja a favor de sus intereses económicos y políticos. Por supuesto, un amor que lo muestran romántico, pero que en la realidad está subordinado a las leyes del mercado y a los valores de la sociedad capitalista, tales como: consumismo, clasismo, racismo, patrones de belleza, etc.

La burguesía refuerza los afectos en el amor de pareja porque le sirve como mecanismo de división y control de la clase trabajadora, también como mecanismo machista de dominación de la mujer, y claro, para afirmar el individualismo liberal. Nuestro enemigo de clase siempre ha luchado para frenar el amor colectivo y hacerlo retroceder. La idea limitada de amor que se nos impone hoy desde los medios de comunicación, amor de pareja y amor de familia, es un amor que dificulta la expansión de los afectos hacia otras personas e incluso hacia la naturaleza.

El amor de pareja y de la familia se nos presenta como un concepto universal, ahistórico y propio de la naturaleza humana. Pero no es así. Nos cuenta Alejandra Kollontai, que desde las primeras etapas de su existencia social, la humanidad empezó a reglamentar no solo las relaciones sexuales, sino también los sentimientos amorosos.

En el mundo antiguo, por ejemplo, solo se apreciaba el sentimiento de amistad. Solo en la amistad se veía un conjunto de emociones, de sentimientos susceptibles de cimentar los vínculos espirituales entre los miembros de la tribu y de consolidar un organismo social que entonces todavía era débil. Por el contrario, en las etapas ulteriores del desarrollo de la cultura, la amistad dejó de ser considerada como una virtud moral. En la sociedad burguesa —que aún sobrevive— fundada en el individualismo, competencia desenfrenada y emulación, no hay lugar para la amistad considerada como factor moral.

En las familias de artesanos de la Edad Media no se tomaba en consideración el amor cuando se concertaba un matrimonio. En el sistema artesanal, la familia era la unidad productora, y su cohesión descansaba en el trabajo, en intereses económicos y no en el amor. El ideal de amor en el matrimonio solo comienza a aparecer en la clase burguesa cuando la familia se transforma poco a poco de unidad de producción en unidad de consumo y, al mismo tiempo, se vuelve guardiana del capital acumulado. Todo lo que antes se producía en el seno de la familia, pasó a fabricarse en grandes cantidades en los talleres y en las fábricas. Por tanto, la burguesía requería del ideal del amor para mantener la cohesión de la familia y cuidar el capital acumulado.

De modo que toda la moral de la burguesía estaba basada en esa voluntad de garantizar la concentración del capital. Ese ideal era dictado por consideraciones puramente económicas: la voluntad de impedir la dispersión del capital entre los hijos naturales, y trasmitir por línea directa el patrimonio adquirido. Con el utilitarismo que la caracteriza, la burguesía se dedicó a sacar provecho también del amor, transformando ese sentimiento en fermento de matrimonio, en medio para consolidar a la familia.

Por supuesto, el sentimiento amoroso no pudo encontrar su sitio dentro de los límites que le asignó la ideología burguesa. Nacieron, se reprodujeron y se multiplicaron los “conflictos amorosos”. El amor se salía constantemente de los límites que le imponían las relaciones conyugales legítimas, para extenderse tanto bajo la forma de uniones libres como bajo la forma de adulterio, condenado por la moral burguesa pero realizado en la práctica.

El ideal burgués del amor no responde a las necesidades de la clase más numerosa de la población, la clase obrera. Tampoco corresponde al modo de vida de los trabajadores intelectuales. De modo que la humanidad necesita establecer relaciones entre los sexos para que esas relaciones, a la vez que aumenten la felicidad, no entren en contradicción con los intereses de la colectividad. La humanidad trabajadora, armada con el método científico del marxismo y con la experiencia del pasado, tiene que reservar un lugar al ideal de amor que responda a los intereses de la clase que lucha para extender su dominio por todo el mundo.

Cada época tiene su ideal de amor, cada clase, en su propio interés, quiere introducir en la noción moral del amor su propio contenido. El contenido de la noción de amor ha cambiado según los grados sucesivos del desarrollo de la economía y de la vida social. Algunos de los matices de las emociones que constituyen el sentimiento del amor se han reforzado, mientras que otros se han atrofiado.

Bajo su forma actual, el amor es un estado psicológico extremadamente complejo que desde hace mucho tiempo se desprendió de su fuente originaria —el instinto de reproducción—, e incluso a menudo se halla en clara contradicción con ella. El amor es un conglomerado complejo de pasión, amistad, ternura maternal, inclinación amorosa, comunidad de espíritus, piedad, admiración, costumbre, y otros muy numerosos matices de sentimientos y emociones. Ante tal complejidad de matices y del amor mismo, cada vez es más difícil establecer un vínculo directo entre la voz de la naturaleza, “Eros sin alas” (atracción física de los sexos), y “Eros de alas desplegadas (atracción carnal mezclada con emociones espirituales y morales).

Bajo la dominación de la ideología burguesa y del modo e vida capitalista-burgués, el carácter multiforme del amor engendra una serie de dramas psicológicos dolorosos e insolubles. La moralidad burguesa, con su familia individualista encerrada en sí misma basada completamente en la propiedad privada, ha cultivado con esmero la idea de que un compañero debería “poseer” completamente al otro. La ideología burguesa ha grabado en la cabeza de la gente la idea de que el amor, incluido el amor recíproco, daba el derecho de poseer completa y exclusivamente el corazón del ser amado.

Ante esta triste realidad, en las Cartas a la juventud obrera, Alejandra se pregunta: ¿puede corresponder tal ideal a los intereses de la clase obrera? ¿No es, por el contrario, importante y deseable, desde el punto de vista de la ideología proletaria, que los sentimientos de la gente se vuelvan más ricos, más diversos?

Y responde:

«Cuánto más numerosos son los hilos tendidos entre las almas, entre los corazones y las inteligencias, más sólidamente se enraiza el espíritu de solidaridad, y más fácil resulta la realización del ideal de la clase obrera: la camaradería y la unidad.

«(…) El hecho de que el amor sea multiforme no está en contradicción con los intereses del proletariado. Por el contrario, facilita el triunfo de ese ideal de amor en las relaciones entre los sexos que ya está tomando forma y cristalizándose en el seno de la clase obrera. Se trata precisamente del amor-camaradería.

«La humanidad patriarcal imaginó el amor bajo su forma de afecto consanguíneo (amor entre hermanos y hermanas, amor por los padres). La antigua anteponía a todo, el amor-amistad. El mundo feudal elevaba al rango de ideal al amor “platónico” del caballero, amor independiente del matrimonio y que no llevaba consigo la satisfacción de la carne. El ideal de amor de la moral burguesa era el amor conyugal, la pareja legítima.

«El ideal de amor de la clase obrera, que se deriva de la cooperación en el trabajo y de la solidaridad de espíritu y de voluntad de los miembros de esa clase, hombres y mujeres, se distingue naturalmente, tanto por la forma como por el contenido, de las nociones de amor propias de otras épocas culturales.

«(…)El amor-camaradería es el ideal que necesita el proletariado en el periodo lleno de responsabilidades y dificultades en que lucha por establecer y afirmar su dictadura. Pero no hay duda de que, cuando la sociedad comunista sea ya una realidad, el amor, “Eros de alas desplegadas”, se presentará bajo un aspecto completamente renovado, completamente desconocido para nosotros. En ese momento, los “lazos de simpatía” entre todos los miembros de la sociedad nueva, se habrán desarrollado y afirmado, la “capacidad amorosa” será mucho más alta y el amor-solidaridad tendrá un papel de motor análogo al de la competencia y del amor-propio en la sociedad burguesa». [2]

Más nada que decir.


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[1] Alejandra Kollontai, Las relaciones sexuales y la lucha de clases. Marxists Internet Archive.
[2] Alejandra Kollontay, El marxismo y la nueva moral sexual: Cartas a la juventud obrera: Sitio a Eros alado. Editorial Grijalbo, S.A., México, 1977, p. 212 - 215.


Publicado en Aporrea.org el 24/06/11
 
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