Fernando Saldivia Najul
23 diciembre 2010
«Cuando una clase ha perdido la superioridad moral que la hacía predominante, debe desvanecerse si no quiere ser cruel, porque la crueldad es el único recurso de los poderes que caen». [1]
Esto lo decía Varlin, obrero, héroe y el mártir más glorioso de la Comuna de París. Y no se equivocaba. Más tarde sufriría en carne propia la venganza de la alta burguesía cuando ésta, tras ocho días de combate desigual, derrotó a la Comuna de París. Se trata de la gloriosa Revolución obrera de París de 1871. Revolución, que por cierto, fue apoyada por la clase media parisina que se encontraba arruinada por la gran burguesía financiera.
Nos cuenta Lissagaray, miembro de la Comuna, que el camarada Varlin fue arrastrado durante más de una hora por las empinadas calles de Montmartre. Cuando llegó a la calle Rosiers, al estado mayor, ya no podía ni caminar. Para fusilarlo lo tuvieron que sentar. Luego los soldados destrozaron su cadáver a culetazos. [2]
Las calles de París estaban cubiertas de cadáveres. El Sena estaba jaspeado por un largo reguero de sangre que pasaba bajo el segundo arco del puente de las Tullerías. Mujeres elegantes iban a mirar los cadáveres y, para gozar de los valerosos muertos, levantaban sus últimas ropas con la punta de sus sombrillas.
Los mayores asesinatos no tuvieron lugar hasta después de la batalla. El ejército, que no disponía de policía ni de informes precisos, mataba a diestra y siniestra. Cualquiera que señalase a un transeúnte con un nombre revolucionario, podía hacerlo fusilar. Algunas mujeres y niños seguían a su marido, a su padre, gritando: “Fusílenos con ellos”.
Los periodistas versalleses publicaban los nombres, los escondites de aquellos a quienes había que fusilar. Se mostraban inagotables en invenciones para atizar el furor del burgués. Después de cada fusilamiento, gritaban: “Hay más. Hay que cazar a los comunalistas”. [3]
Ya nosotros en Venezuela vimos algo de esto durante la dictadura de Carmona, cuando desde Globovisión se llamaba la madrugada del 12 de abril a “denunciar a los chavistas del vecindario”.
En París fusilaron a veinte mil personas, de las cuales tres cuartas partes, por lo menos, no habían combatido. Los oficiales bonapartistas no desmayaban en su ferocidad. Remataban con sus propias manos a los prisioneros. A muchos los enterraron vivos. Thiers, el despiadado representante de la burguesía francesa, telegrafió a sus prefectos: “El suelo está sembrado de sus cadáveres. Este espantoso espectáculo servirá de lección”. [4] Por su parte, los curas, grandes consagradores de asesinatos, celebraron un oficio solemne ante la Asamblea en pleno. [5]
Luego vino el calvario de los prisioneros. Los cautivos, formados en largas cadenas eran conducidos a Versalles. Al que se negaba a andar lo aguijoneaban con la bayoneta. Si se resistía, lo fusilaban sobre la marcha o lo ataban a la cola de un caballo. Ante las iglesias de los barrios ricos se les obligaba a arrodillarse, con la cabeza descubierta, mientras la turba de lacayos, elegantes y prostitutas gritaba: “¡Mátenlos! ¡Mátenlos! ¡No vayan más lejos! ¡Fusílenlos aquí mismo!”.
La multitud los esperaba a la entrada de Versalles. Siempre lo más escogido de la sociedad francesa: funcionarios, diputados, sacerdotes, mujeres de todas las esferas. Las avenidas de París y de Saint-Cloud estaban bordeadas por estos salvajes que rodeaban a los convoyes son su griterío y sus golpes, arrojándoles inmundicias y cascos de botellas. Se veían mujeres del gran mundo, que insultan a los prisioneros a su paso e incluso los golpeaban con su sombrilla. Algunas recogían polvo con sus enguantadas manos y lo arrojaban a la cara de los cautivos.
Hubo cuatrocientas mil delaciones. Las denuncias llegaron a la fabulosa cifra oficial de 399.823, una veinteava parte de las cuales, a lo sumo, iban firmadas. Las equivocaciones fueron innumerables. La mayoría de esas denuncias se debe a la prensa. Por espacio de varias semanas ésta vivió de atizar la rabia y el pánico de los burgueses.
En suma, veinte mil hombres, mujeres y niños, muertos durante la batalla o después de la resistencia en París y en las provincias. Tres mil, por lo menos, muertos en los depósitos, en los portones, en los fuertes, en las cárceles, en Nueva Caledonia, en el destierro, o de enfermedades contraídas en el cautiverio. Trece mil setecientos condenados a penas que para muchos duraron nueve años. Setenta mil mujeres, niños y viejos, privados de su sostén natural o arrojados fuera de Francia. Ciento siete mil víctimas, aproximadamente. Tal es el balance de la venganza de la alta burguesía por la revolución de dos meses del 18 de marzo. [6]
Podemos ver cuán despiadada es la burguesía apropiadora contra el Pueblo productor. Cuánto desprecio por la clase que produce la riqueza. Thiers, el representante de la burguesía, era partidario del “máximo rigor”, para poder lanzar su célebre frase: “El socialismo ha acabado por mucho tiempo”. [7]
Así es cómo nuestros enemigos de clase acostumbran a pacificar al Pueblo cuando lucha por liberarse de la explotación. Esto me hace recordar la conversación telefónica que sostuvieron dos sindicalistas patronales cuando planeaban en 2003 otro golpe de Estado contra el Pueblo de Venezuela para pacificarlo y recuperar el botín. Uno de ellos comentaba:
— Yo no tengo problema, yo estoy ya mentalmente preparado para esa vaina. ¿Cuántos años son: 10, 20, 30, 200? Lamentablemente yo creo que vamos a necesitar de unos 10, 12 o 15 años de dictadura para poder rescatar esa vaina. [8]
23 diciembre 2010
«Cuando una clase ha perdido la superioridad moral que la hacía predominante, debe desvanecerse si no quiere ser cruel, porque la crueldad es el único recurso de los poderes que caen». [1]
Barricada de la Plaza Blanche,
defendida
por mujeres, durante
la Semana
Sangrienta. |
Nos cuenta Lissagaray, miembro de la Comuna, que el camarada Varlin fue arrastrado durante más de una hora por las empinadas calles de Montmartre. Cuando llegó a la calle Rosiers, al estado mayor, ya no podía ni caminar. Para fusilarlo lo tuvieron que sentar. Luego los soldados destrozaron su cadáver a culetazos. [2]
Las calles de París estaban cubiertas de cadáveres. El Sena estaba jaspeado por un largo reguero de sangre que pasaba bajo el segundo arco del puente de las Tullerías. Mujeres elegantes iban a mirar los cadáveres y, para gozar de los valerosos muertos, levantaban sus últimas ropas con la punta de sus sombrillas.
Los mayores asesinatos no tuvieron lugar hasta después de la batalla. El ejército, que no disponía de policía ni de informes precisos, mataba a diestra y siniestra. Cualquiera que señalase a un transeúnte con un nombre revolucionario, podía hacerlo fusilar. Algunas mujeres y niños seguían a su marido, a su padre, gritando: “Fusílenos con ellos”.
Los periodistas versalleses publicaban los nombres, los escondites de aquellos a quienes había que fusilar. Se mostraban inagotables en invenciones para atizar el furor del burgués. Después de cada fusilamiento, gritaban: “Hay más. Hay que cazar a los comunalistas”. [3]
Ya nosotros en Venezuela vimos algo de esto durante la dictadura de Carmona, cuando desde Globovisión se llamaba la madrugada del 12 de abril a “denunciar a los chavistas del vecindario”.
En París fusilaron a veinte mil personas, de las cuales tres cuartas partes, por lo menos, no habían combatido. Los oficiales bonapartistas no desmayaban en su ferocidad. Remataban con sus propias manos a los prisioneros. A muchos los enterraron vivos. Thiers, el despiadado representante de la burguesía francesa, telegrafió a sus prefectos: “El suelo está sembrado de sus cadáveres. Este espantoso espectáculo servirá de lección”. [4] Por su parte, los curas, grandes consagradores de asesinatos, celebraron un oficio solemne ante la Asamblea en pleno. [5]
Luego vino el calvario de los prisioneros. Los cautivos, formados en largas cadenas eran conducidos a Versalles. Al que se negaba a andar lo aguijoneaban con la bayoneta. Si se resistía, lo fusilaban sobre la marcha o lo ataban a la cola de un caballo. Ante las iglesias de los barrios ricos se les obligaba a arrodillarse, con la cabeza descubierta, mientras la turba de lacayos, elegantes y prostitutas gritaba: “¡Mátenlos! ¡Mátenlos! ¡No vayan más lejos! ¡Fusílenlos aquí mismo!”.
La multitud los esperaba a la entrada de Versalles. Siempre lo más escogido de la sociedad francesa: funcionarios, diputados, sacerdotes, mujeres de todas las esferas. Las avenidas de París y de Saint-Cloud estaban bordeadas por estos salvajes que rodeaban a los convoyes son su griterío y sus golpes, arrojándoles inmundicias y cascos de botellas. Se veían mujeres del gran mundo, que insultan a los prisioneros a su paso e incluso los golpeaban con su sombrilla. Algunas recogían polvo con sus enguantadas manos y lo arrojaban a la cara de los cautivos.
Hubo cuatrocientas mil delaciones. Las denuncias llegaron a la fabulosa cifra oficial de 399.823, una veinteava parte de las cuales, a lo sumo, iban firmadas. Las equivocaciones fueron innumerables. La mayoría de esas denuncias se debe a la prensa. Por espacio de varias semanas ésta vivió de atizar la rabia y el pánico de los burgueses.
En suma, veinte mil hombres, mujeres y niños, muertos durante la batalla o después de la resistencia en París y en las provincias. Tres mil, por lo menos, muertos en los depósitos, en los portones, en los fuertes, en las cárceles, en Nueva Caledonia, en el destierro, o de enfermedades contraídas en el cautiverio. Trece mil setecientos condenados a penas que para muchos duraron nueve años. Setenta mil mujeres, niños y viejos, privados de su sostén natural o arrojados fuera de Francia. Ciento siete mil víctimas, aproximadamente. Tal es el balance de la venganza de la alta burguesía por la revolución de dos meses del 18 de marzo. [6]
Podemos ver cuán despiadada es la burguesía apropiadora contra el Pueblo productor. Cuánto desprecio por la clase que produce la riqueza. Thiers, el representante de la burguesía, era partidario del “máximo rigor”, para poder lanzar su célebre frase: “El socialismo ha acabado por mucho tiempo”. [7]
Así es cómo nuestros enemigos de clase acostumbran a pacificar al Pueblo cuando lucha por liberarse de la explotación. Esto me hace recordar la conversación telefónica que sostuvieron dos sindicalistas patronales cuando planeaban en 2003 otro golpe de Estado contra el Pueblo de Venezuela para pacificarlo y recuperar el botín. Uno de ellos comentaba:
— Yo no tengo problema, yo estoy ya mentalmente preparado para esa vaina. ¿Cuántos años son: 10, 20, 30, 200? Lamentablemente yo creo que vamos a necesitar de unos 10, 12 o 15 años de dictadura para poder rescatar esa vaina. [8]
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[1] H. Prosper-Olivier Lissagaray, La Comuna de París. Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A. Caracas, 2009, p. 29.
[2] Ídem, p. 579-580
[3] Ídem, p. 580.
[4] Ídem, p. 582.
[5] Ídem, p. 586.
[6] Ídem, p. 712.
[7] Ídem, p. 575
[8]http://www.asambleanacional.gob.ve/index.php?option=com_content&view=article&id=5724&lang=es
Publicado en Aporrea.org el 23/12/10
http://www.aporrea.org/ideologia/a114467.html
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http://www.fernandosaldivia.blogspot.com
[1] H. Prosper-Olivier Lissagaray, La Comuna de París. Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A. Caracas, 2009, p. 29.
[2] Ídem, p. 579-580
[3] Ídem, p. 580.
[4] Ídem, p. 582.
[5] Ídem, p. 586.
[6] Ídem, p. 712.
[7] Ídem, p. 575
[8]http://www.asambleanacional.gob.ve/index.php?option=com_content&view=article&id=5724&lang=es
Publicado en Aporrea.org el 23/12/10
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