¿Por qué los escuálidos consumen y creen todo lo que ven y oyen por Globovisión?

Fernando Saldivia Najul
29 noviembre 2008


Cuando sale un nuevo modelo de carro, o de moto, y lo presentan por la televisión, los escuálidos van y lo compran aunque tengan un vehículo en perfectas condiciones. Del mismo modo, si les dicen que ganaron las elecciones regionales del 23 de noviembre, van y se lo cuentan a todo el mundo y no los restriegan en la cara, sin al menos revisar la página Web del Consejo Nacional Electoral. Son 24 horas de manipulación de las conciencias. Acabo de escuchar a un adeco por Globovisión diciendo, palabras más palabras menos, que el pueblo no tiene la libertad de elegir al Presidente indefinidamente, y que en cambio las emisoras de televisión sí tienen el derecho a que los burócratas del Estado le otorguen una concesión para siempre. Semejante disparate lo creen y lo repiten los escuálidos a cada rato. Todo esto no es más que el consumo y la opinión pública irracional.

A lo largo de la historia, el poder siempre se las ha ingeniado para engañar y manipular a las masas. Pero a partir de los estudios de Freud esto se profundizó a unos niveles que sorprendieron. Por allá por los años veinte, el padre de la manipulación mediática, Edward Bernays, el sobrino de Freud, fue el primero en utilizar los descubrimientos sobre el inconciente para manipular a las masas. Bernays logró que las grandes corporaciones de los Estados Unidos les vendieran a las personas bienes y servicios que no necesitaban. Esta idea de crear necesidades no era nueva, sabemos que ya existía cuando comenzó la revolución industrial, pero en los años ’20 adquirió más fuerza. Los Estados Unidos ya vivían en “democracia” y la represión física estaba limitada. De modo que era necesario que las personas se distrajeran consumiendo para que no molestaran a las elites. Bernays luego utilizó las mismas técnicas en la propaganda de guerra y la propaganda política, y también para montar dictaduras en los países más democráticos que los Estados Unidos.

Recordemos que Freud era pesimista, escéptico, no creía en las masas organizadas. Freud desconfiaba de la naturaleza humana del ser humano. Pensaba que las personas tienen instintos animales peligrosos y que no siempre pueden controlarlos de manera conciente. Por lo tanto, creía que “una masa ávida de goce y de destrucción debe ser sofrenada por la fuerza de una sabia y prudente clase superior”.[1] Como no creía en una sociedad no represiva, pensaba que el comunismo era una ilusión.[2] “Evidentemente —decía Freud—, al hombre no le resulta fácil renunciar a la satisfacción de estas tendencias agresivas suyas; no se siente nada a gusto sin esa satisfacción”.[3] Más tarde, el filósofo alemán Herbert Marcuse criticó las creencias de Freud. Inspirado en Marx, consideraba que no había tal tendencia oculta en la naturaleza humana, sino que era más bien un fenómeno histórico. Marcuse hablaba de la “represión sobrante”, y del principio de actuación que modifica el principio de realidad freudiano. [4] Según él, esta cuota adicional y monstruosa de represión es la que la humanidad paga porque la sociedad está estructurada bajo la dominación. Y ésta, históricamente hablando, es la dominación del capital. En la misma corriente de pensamiento, el filósofo alemán, Wilhelm Reich, consideraba que la represión social era la causa de que los seres humanos fueran peligrosos. Donde Freud veía un incontrolable y violento infierno de emociones, Reich veía simplemente el resultado de no permitir que estos impulsos se expresaran libremente. Pensaba que se debía liberar a las personas de las estructuras patriarcales de índole vertical, de represión y control, que convierten a los seres humanos en entes infelices y dóciles dispuestos a obedecer ciegamente los designios de las elites económico-políticas de la así llamada civilización occidental.

Sin embargo, el poder ignora el análisis freudomarxista, y se apoya desde entonces en las creencias de Freud, con el objeto de controlar a las masas en democracia. Es así como Bernays, al servicio de las corporaciones y del gobierno, utilizó la manipulación de los deseos inconcientes para promover el consumo irracional y aumentar las ganancias de las empresas, al tiempo que servía como mecanismo de control social. De esta manera se hacía a las personas “felices” y dóciles. Y tuvo mucho éxito. De hecho, Bernays logró manipular el inconciente de las mujeres estadounidenses y las persuadió para que empezaran a fumar. Él supo que el cigarrillo era un símbolo fálico, y conectó la idea de fumar con el desafío del poder. De modo que la idea de fumar producía en las mujeres un sentimiento de independencia y libertad. Esta idea era completamente irracional, las mujeres no eran más libres, pero ellas se lo creyeron. Inmediatamente, aumentaron las ventas de las tabacaleras.

A partir de ese momento, la compra de productos era mucho más emocional que racional. Los objetos se convertían en símbolos de cómo quieres que te vean los demás. La publicidad ya no mostraba el valor práctico de las cosas. Los carros, por ejemplo, se empezaron a vender como símbolos de sexualidad masculina. El automóvil los hacía sentir más hombres. Es así como finalmente se pasó de una cultura de la “necesidad” a una cultura del “deseo”.

Uno de los banqueros líderes de Wall Street, Paul Mazer, de Lehman Brothers, lo tenía bien claro. Nosotros —dijo— “debemos cambiar este país de necesidad por un país de deseo: las personas deben ser entrenadas para desear cosas nuevas, incluso antes de que las anteriores estén totalmente inutilizable (…) debemos formar una nueva mentalidad en los Estados Unidos; los deseos de las personas deben subyugar sus necesidades”.[5] Por su parte, el presidente Herbert Hoover, una vez en el poder le dijo a un grupo de anunciantes y relacionistas públicos: “Se les ha asignado el trabajo de generar deseo y de trasformar a las personas en «máquinas de felicidad» en constante movimiento…máquinas que se han trasformado en la clave del progreso.[5] Si las élites estadounidenses subestimaban a los propios ciudadanos estadounidenses, nos podemos imaginar lo que piensan de nosotros.

Más tarde, los manipuladores de oficio, al servicio de las grandes corporaciones, hicieron una conexión entre la idea de democracia y las empresas privadas, y hacían creer a la gente que no se podía tener una verdadera democracia fuera de una sociedad capitalista. Pero ésta era una forma de democracia que dependía de tratar a la gente no como ciudadanos activos, sino como consumidores pasivos. Se trataba de la democracia de masas. Entonces, deciden lanzar una campaña para crear apegos sentimentales entre el público y las grandes empresas. Así lo hicieron y tuvieron tal éxito que trascendió sus propias fronteras. Hoy podemos ver cómo los escuálidos sienten simpatía por los empresarios aunque los exploten y aunque no les permitan tomar decisiones, al tiempo que, sienten animadversión por el Presidente Hugo Chávez, quién ha gestionado clínicas gratuitas para todos y ha reconocido el poder de los ciudadanos, así como el derecho que tenemos de decidir todos los años por elecciones, y de participar todos los días en los consejos comunales, inclusive los consejos comunales de los sectores acomodados.

Cuando EEUU entró en la segunda guerra mundial, Bernays trabajó para el gobierno para promover la guerra. Él sabía cómo se construía el poder de las élites, y se puso a su servicio. Ya en 1928 decía que “aquellos que manipulan el mecanismo oculto de la sociedad constituyen un gobierno invisible, que es el verdadero poder que gobierna nuestro país. Somos gobernados, nuestras mentes moldeadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas mayormente por hombres de los que nunca hemos oído hablar. Esto es un resultado lógico de la manera en que está organizada nuestra sociedad democrática. Grandes números de seres humanos deben cooperar de esta forma, si quieren vivir juntos como una sociedad que funciona con fluidez. (…) en casi cualquier acto de nuestras vidas, sea en la esfera de la política, de los negocios, en nuestra conducta social, o en nuestro pensamiento ético, estamos dominados por un número relativamente pequeño de personas que entienden los procesos mentales y los patrones sociales de las masas. Son ellos quiénes manejan los hilos que controlan la opinión pública,…". [6]

También decía que es posible "reglamentar la mente pública exactamente igual que un ejército reglamenta a sus soldados".[6] Este era el sobrinito de Freud. Otro de sus logros fue cuando dirigió la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en 1954 con el fin de preparar la intervención militar de los Estados Unidos para derribar al gobierno democrático de Guatemala.

Pues bien, amigas y amigos, si en el pasado, cuando fumar era tabú, se pudo manipular el inconciente para las mujeres empezaran a fuman, y también se pudo persuadir a los estadounidenses de que Guatemala era una amenaza para la seguridad de la potencia militar más grande de la historia, no debe sorprendernos que hoy con mejores técnicas de propaganda, Globovisión en pocas horas haya fabricado la opinión de que los escuálidos ganaron las elecciones.

Walter Lippmann, que era el decano de los periodistas americanos, y un importante analista político, consideraba que la propaganda podía utilizarse para “fabricar consenso”. Según nos dice Noam Chomsky, el propio Lippmann sostuvo a principios de los años veinte, que la propaganda se había convertido ya en “un órgano regular del gobierno popular” y que su sofisticación e importancia aumentaba sin cesar.[7] Para Lippmann, esto no era censurable, puesto que los intereses comunes en gran parte eluden a toda la opinión pública, y sólo pueden ser dirigidos por una clase especializada cuyos intereses personales trascienden lo meramente local.[7] Aquellos “hombres responsables” que son los indicados para tomar decisiones, prosigue Lippmann, deben “vivir libres del pisoteo y el bullicio de un rebaño azorado”. Esos “extraños entrometidos e ignorantes” deben ser “espectadores”, no “participantes”.[8] De modo que en la democracia de masas conviven la clase especializada que piensa, entiende y planifica los intereses comunes, y el rebaño desconcertado que son espectadores y no miembros participantes. Y no podía ser de otra manera. Ya en los debates celebrados en 1787 en la Constitución Federal, James Madison, el cuarto presidente de los Estados Unidos, conocido como el padre de la constitución de los Estados Unidos, consideraba que se debía “proteger a la minoría de los opulentos de la mayoría”.[9] ¡Qué bolas!

Es con este espíritu que nace la democracia de los Estados Unidos, y es el mismo espíritu que mueve a las burguesías criollas de la América Latina. Pero los escuálidos nunca creerían esto, porque lo dice Chomsky, y no lo dice Globovisión. Como que si Globovisión se la pasara investigando en las bibliotecas y archivos históricos. No me jodan.

A Globovisión solo le toca manipular a la masa de profesionales y alzar las banderas de libertad y democracia. Porque ellos piensan que es muy peligroso dejar a los seres humanos expresarse totalmente. Se les debe controlar continuamente, pero este control no los hace sentir verdaderamente felices. Y como siempre están descontentos porque no toman decisiones, y porque están esclavizados en un trabajo alienado, a cambio de esto se les invita a consumir, y se sienten “libres” y “felices” cuando consumen. Es de esta manera que drenan la energía erótica que no pueden canalizar a través del trabajo creativo, y la toma de decisiones. Porque entiendo que una persona libre es aquella que no recibe órdenes de nadie. Y esto no lo inventó Marx, esto es una idea de la ilustración.

De manera que viven en una rutina de represión y consumo irracional, de trabajo forzado y consumo irracional, de miedos y consumo de opinión fabricada. Opinión que comparten en la calle con los demás esclavos para tratar de drenar el miedo que les inocula la misma Globovisión. Pero es en vano, el miedo persiste. El miedo es necesario para que vuelvan a encender la televisión. Y eso está fríamente calculado. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque si no están atemorizados, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso, ya que, según las élites, el rebaño humano no tiene inteligencia social. Por ello es importante distraerles y marginarles. Hoy día la opresión hacia los sectores consumistas ha sido ampliamente interiorizada y aceptada como legitima y apropiada. Sin embargo, las elites le temen. El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. Es por ello que Globovisión tiene que necesariamente disparar mensajes las 24 horas.

De manera que el capitalismo crea la represión, y también crea la liberación a través del consumismo para que el poder no se le vaya de las manos. Es una herramienta de control social. Y este consumismo a su vez es necesario para la acumulación infinita de capital. Ya no hace falta la represión física. Hoy se controla a los escuálidos con la alimentación de sus infinitos deseos. En lugar de utilizarse las teorías de Freud para liberar a las personas internamente, para desalienarlas, lo que se hizo fue utilizarlas para profundizar su sometimiento y alienación.

El activista político y mártir surafricano Stephen Biko sufrió, al igual que nosotros hoy, cuando percibía la ignorancia de sus hermanos africanos, y cuan fácil resultaba la manipulación de sus conciencias. Lo expresó de esta manera:

“El arma más potente en manos del opresor es la mente del oprimido”.


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[1] Sigmund Freud, Mi relación con Josef Popper-Lynkeus, 1932. Obras Completas de Sigmund Freud. Editorial Biblioteca Nueva, Tercera Edición, Madrid, 1973.Tomo III, pág. 3097.
[2] Sigmund Freud, El Malestar en la Cultura. Alianza Editorial, Madrid, 1995, pág. 54.
[3] Ibídem, pág. 55.
[4] Herbert Marcuse, Eros y Civilización. Sarpe, S.A., Madrid, 1983, pág. 13-14.
[5] Citado por Adam Curtis, The Century of the Self, BBC, 2002.
[6] Edward L. Bernays, Propaganda. Horace Liveright, New York, 1928.
[7] Walter Lippmann, Public Opinion, Allen & Unwin, Londres, 1932, pág. 248 y 310. Citado por Noam Chomsky y Edgard S. Herman, Los Guardianes de la Libertad (Manufacturing Consent. The Political Economy of the Mass Media). Grijalbo Mondadori, S.A., Barcelona, 1990, pág. 13.
[8] Noam Chomsky, Hegemonía o Supervivencia: El dominio mundial de EEUU. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004, pág. 14.
[9] Ibídem, pág. 15.


Publicado en Aporrea.org el 29/11/08
http://www.aporrea.org/actualidad/a67895.html

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