Fernando Saldivia Najul
17 agosto 2006
Para resistir y contraatacar las pretensiones de Bush y Olmert de exterminar a la mayoría de los seres humanos, es obligatorio navegar por la mente de los empresarios privados transnacionales, la de sus asesores, y la de estos matones que hoy se erigen como los últimos jueces y verdugos de la ley de la selva. Estas mentes tienen que tener en alguna zona del cerebro, algunas nociones sobre el origen de su propia locura terrorista de estado.
Por allá en 1688, veo que los burgueses desplazaron a los reyes, en un “quítate tú pa’ ponerme yo”. Los burgueses, hoy conocidos como los empresarios privados, transformaron la Revolución Inglesa de 1649, en una Revolución Gloriosa en 1688. Por supuesto, la gloria no era para la mayoría. Como cosa rara, la gloria era para la nueva élite.
A esta élite muy pronto le entraron ganas de expandirse. Pero había un pequeño obstáculo. Los derechos humanos establecidos por la Revolución Inglesa ya habían declarado la igualdad humana ante la ley. ¡Qué vaina! Esto no les convenía. Entonces, ¿Qué hacer? Estuvieron pensando varios minutos y dijeron: ¡Vamos a invertirlos! Pero si ya están invertidos —advirtió uno—. Bueno, entonces vamos a escribir lo que es de hecho. Y así lo hicieron. ¡Que viva John Locke! De esta manera, legitimaron la inversión de los derechos humanos [1] y la expansión que ya se veía venir. He aquí el origen de la locura. ¿Lo saben los matones de Bush y Olmert? ¿O esta información histórica se la reservan los autores intelectuales del crimen globalizador?
Ahora todos los hombres son iguales por naturaleza, pero con la inversión de los derechos humanos, también son libres de matar o esclavizar a todos los que vayan en contra del orden natural de la selva, o del mercado, con trampa incluida. O sea, los que violan los derechos humanos, a juicio de los empresarios, no tienen derechos humanos. La esclavitud y el asesinato son legítimos. Con esto se mantiene el estado natural de libertad e igualdad. Pero se trata de una libertad e igualdad “contractual” de mercado, y no de una libertad e igualdad “humana”. ¡Qué ironía!
Además, la expansión, que arbitrariamente los reyes y los papas justificaban por derecho divino, ahora los burgueses la consideran como una ley natural de la selva, y se autonombran jueces para sentenciar a todo aquel que se oponga al estado natural de la selva. Entonces, por arte de magia, juzgan y sentencian por mandato de una ley: la ley de la selva. Una ley natural que busca el estado de “paz” y de conservación del género humano. Ojo, pero no de todos los seres humanos. Solamente la de aquellos que dicte la ley natural de la selva, la cual es perfeccionada por los empresarios.
Los empresarios privados transnacionales tienen ahora el derecho de ser jueces sobre esta misma ley natural. Hoy día los empresarios privados transnacionales, como jueces legítimos, se reúnen en el “Tribunal Penal de la Burguesía” de Davos, o en el de Nueva York, para elegir cuales son los pueblos que perjudican la perpetuación de la especie.
Palestina siempre es la favorita. También, en las últimas reuniones, los jueces han sentenciado a los pueblos hermanos de Afganistán, Irak y el Líbano. Quedan en la agenda, Siria e Irán. Y en sus mentes perversas, Cuba, Venezuela y Bolivia.
Todos los que estamos en contra del orden natural de la selva, cometemos un crimen, y por lo tanto estamos renunciando a nuestros derechos humanos. O sea, ya no somos seres humanos porque nos hemos levantamos contra el género humano, que son los empresarios. Los jueces tienen el deber de mandar a sus matones para invadirnos y aniquilarnos. Si se compadecen, pueden hacernos prisioneros pero con una condición: tenemos que pagarles los costos de la invasión, y si no les alcanza, debemos someternos libremente a trabajo forzado, tortura incluida, hasta cubrir todos los gastos.
Ya lo han hecho varias veces. Cuando exterminaron a nuestros hermanos africanos, los acusaron de canibalismo. O sea, de violadores de derechos humanos. Cuando lo hicieron con nuestros hermanos amerindios, los acusaron de realizar sacrificios humanos. Cuando le tocó a los indios de la India, los acusaron de realizar quema de viudas. Y a sus propios vecinos, los Negros afrodescendientes, los sometieron por más de trescientos años a trabajo forzado. Todo lo anterior por haber atentado contra el orden natural de la selva.
Para finalizar amigos, voy a navegar nuevamente por las mentes enfermas de los empresarios transnacionales. Aquí leo: "una vez que hayamos limpiado todos los tumores del género humano, ahora sí, nosotros los empresarios, le exigiríamos al congreso y al gobierno de los Estados Unidos que ratifiquen de una buena vez el “Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales” de la ONU, 1966. Por lo pronto, no conviene". ¡Qué descaro!
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[1] El Sujeto y la Ley. El retorno del sujeto reprimido. Franz J. Hinkelammert. Fundación Editorial El perro y la rana, 1ª Edición, 2006. Capítulo II. La inversión de los derechos humanos: el caso de John Locke.
Publicado en Aporrea.org el 17/08/06
http://www.aporrea.org/tiburon/a24507.html
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