Marines no saben la paliza que los haitianos le dieron al ejército de Napoleón

Fernando Saldivia Najul
22 enero 2010



Los marines de Estados Unidos se sumaron a los cascos azules para reprimir al pueblo de Haití en plena tragedia por los daños del terremoto. Con el burdo pretexto de conservar el orden público, buscan reprimir a los movimientos sociales, y cercar a los países del Alba. Está claro que Haití, la primera república negra del mundo, la primera república de nuestra América y la primera y única revolución antiesclavista victoriosa de la historia, es un mal ejemplo para los pueblos que luchan por liberarse del capital.

El capitalismo es necesariamente jerárquico y no puede sostenerse sin la superexplotación racista y sexista de negros y mujeres que se encuentran en la base de la pirámide de explotación. Superar esta contradicción dentro del sistema del capital no es nada fácil, y si se alcanzara algún día, otros grupos sociales necesariamente ocuparían este lugar. El sistema solo puede agudizar, ocultar o desplazar las contradicciones.

De modo que la lucha es contra el sistema, y muy oportuno es recordar la “paliza” que los haitianos les dieron a las tropas de élite de Napoleón cuando se liberaron de la esclavitud. Lección que ignoran los marines que acaban de invadir la isla, y también nuestros escuálidos que solo conocen a los haitianos porque han visto algunos de ellos y ellas cuando venden helados en las calles de Caracas. Por cierto, de la misma manera como llegaron los españoles, italianos, portugueses, árabes y colombianos, quienes se vieron forzados a buscar otros caminos motivados por el hambre causada por la opresión imperialista y las guerras intercapitalistas.

Marie-Jeanne Lamartinière, la heroína de
la Batalla de Crête-à-Pierrot.
Los marines no conocen al valeroso pueblo de Haití, pero el general francés Pamphile de Lacroix sí lo conoció en marzo de 1802, en la batalla de Crête-à-Pierrot. Cuando los franceses sitiaron la fortaleza de Crête-à-Pierrot, escribió esa mala experiencia en un cuaderno. [1]

Durante la batalla Lacroix se lamentaba porque los haitianos no resistían de manera regular. Eran como una hidra de cien cabezas que bastaba una orden de Toussaint para que reaparecieran y cubrieran toda la tierra. (p. 148) Los haitianos desafiaban a los franceses, no tenían miedo. Los primeros proyectiles no asustaron a los negros, y se pusieron a cantar y a bailar. Calaban sus bayonetas gritando: “Vamos, disparen contra nosotros” (p. 152)

Cuando los franceses se acercaban para atacar a la fortaleza, los haitianos los esperaban con una lluvia de fuego que los hacía retroceder. En el segundo ataque Lacroix entendió quienes eran los haitianos, y escribió: “En esta corta retirada tuve la ocasión de reconocer cuán aguerridos eran lo negros de Santo-Domingo”. (p. 161)

Por otro lado, los agricultores haitianos con sus familias observaban los movimientos de los franceses y empleaban tácticas de guerrilla. Cuando los soldados franceses se aislaban, los haitianos los atacaban. Cuando los franceses se unían, los agricultores huían. Y volvían a aparecer tan pronto como los franceses se aislaban. Con esta experiencia Lacroix escribió: “Es evidente que ya nosotros no infundimos un terror moral, y eso es lo peor que le puede pasar a un ejército”. (p. 161–162)

Eran tantos los cadáveres de soldados franceses que no tenían suficientes herramientas para enterrarlos. A Lacroix no le quedó otra que quemarlos. Sin embargo, aquello era un infierno, y no podían deshacerse del hedor que los infectaba. (p. 163)

De paso, mientras llevaban a cabo el sitio de la fortaleza, los franceses escuchaban la música de los esclavos rebeldes cantando canciones patrióticas a la gloria de Francia, como si estas canciones les pertenecieran. Esto causaba tanta indignación moral al ejército francés que Lacroix reflexionaba y se preguntaba: “Más allá de la indignación que sentíamos por las atrocidades cometidas por los negros, aquellos cantos nos producían un sentimiento penoso. Las miradas interrogantes de nuestros soldados se cruzaban con las nuestras; parecían preguntarnos: ¿Tendrán razón nuestros bárbaros enemigos? ¿Nos habremos convertido en instrumentos serviles de la política? “. (p. 164)

No era para menos. Hasta el final de la batalla Lacroix no salió de su asombro cuando los haitianos hicieron su retirada de la fortaleza: “La retirada, que se atrevió a concebir y llevar a cabo el comandante de la Crête-à-Pierrot, es un hecho de armas notable. Rodeábamos aquel reducto en número de más de doce mil hombres, y el jefe negro se salvó no perdiendo sino la mitad de su guarnición, y no dejándonos más que sus muertos y heridos”. (p. 170)

La pela fue tan grande que al capitán general Leclerc no le quedó otra que maquillar el número de bajas por razones políticas. Nos cuenta Lacroix: “Nuestra pérdida había sido tan considerable que afligió vivamente al capitán general Leclerc, quien nos encargó que la atenuáramos, por política, como lo hacía él mismo en sus informes oficiales”. (p. 171)

¡Viva el pueblo valiente y digno de Haití!

Escena de la Batalla de Vertières, la batalla final.

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[1] Mémoires pour servir à l'histoire de la Révolution de Saint-Domingue, Pamphile de Lacroix. Chez Pillet Aine (ed.), Tome Deuxième, Paris, 1819.


Publicado en Aporrea.org el 22/01/10
 
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Libertad o muerte

Fernando Saldivia Najul
07 enero 2010


Nuestro enemigo de clase sigue hablando de “libertad”. Las trabajadoras y trabajadores que ven Globovisión lo repiten como consigna sin ningún tipo de reflexión. Creen que están perdiendo la libertad de la cual nunca han gozado. Me obligan a sentarme a escribir algunas líneas.

Entiendo que con la ayuda del fetichismo de la mercancía y con las técnicas psicoanalíticas, la clase dominante finalmente logró que muchas personas vivan con una sensación de libertad que emana del poder de compra de bienes, y también del poder de venta de la fuerza de trabajo al capitalista, con la creencia de que el trabajador contrata con el capitalista en igualdad de condiciones. La sensación de libertad también la experimentan cuando conducen su carro o su moto y la brisa les levanta el cabello, o cuando se visten libre de los trapos de antaño, o cuando bailan sobre las mesas de los bares. Pura ilusión, puro espejismo, porque el capitalismo más bien perfeccionó la esclavitud cuando aumentó la tasa de explotación física y mental.

Por lo tanto, el socialismo es liberarse de la esclavitud, es liberarse de la explotación capitalista, y también liberarse del alienante sistema del capital constituido por la tríade capital, trabajo y estado. El socialismo es libertad.

El socialismo es vivir como “productores libres asociados”. Es vivir libre de jefes. Es vivir con libertad para tomar decisiones colectivas en asambleas periódicas. Es vivir con libertad para elegir a las voceras y voceros, coordinadoras y coordinadores temporales del proceso de producción y distribución comunal y mundial.

Es vivir con libertad para desarrollar nuestro potencial intelectual, nuestro pensamiento heurístico capaz de descubrir, desarrollar la ciencia, e inventar tecnología para ponerlas al servicio de la comunidad.

Es vivir con libertad para consumir sin el acoso de la publicidad. Es vivir libre de la dictadura de la moda. Es vivir con libertad para sublimar nuestras pulsiones eróticas en realizaciones artísticas, científicas e incluso deportivas, sin la necesidad de derrocharlas en el consumo.

Es vivir libre de patrones de belleza impuestos por la televisión. Es vivir con libertad para amar: libre de acuerdos, libre de contratos, libre de ser comprado.

El socialismo es vivir libre de jerarquías verticales y horizontales. Libre de clases sociales. Libre de jefes. Libre del dominio patriarcal y del dominio machista. Libre de vestidos clasistas como el flux, y libre de títulos clasistas como: patrón, señor, usted, doctor.

Libre de la expropiación de los bienes comunes: espectro radioeléctrico, tierras, recursos naturales, medios de producción, y la fuerza de trabajo de cada uno que también es un bien común.

El socialismo es vivir libre de la destrucción del ambiente. Es vivir con libertad para tomar agua limpia de cualquier río. Vivir con libertad para bañarse en la playa libre de bolsas de plásticos flotando en el agua. Vivir con libertad para contemplar el paisaje natural sin vallas ni edificios altos, y sentado en un banco “con espaldar” en cualquier parte.

Es vivir con libertad de tránsito sin necesidad de que te aborden para raquetearte ni para pedirte cédula de identidad. Es vivir libre de fronteras nacionales y libre de muros de la muerte. Es vivir con libertad para comunicarse por ferrocarril por toda América y el mundo con el fin de conocernos, perder el miedo a lo desconocido y organizarnos para la producción y reproducción de vida humana con pleno control humano del metabolismo social.

El socialismo es vivir con libertad para “dar según la capacidad de cada uno y recibir según la necesidad de cada uno”, como está escrito en la factura de la Arepera Socialista de Parque Central, y en el Nuevo Testamento, Hechos 4, 34 - 35.

Libertad o muerte


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Publicado en Aporrea.org el 07/01/10
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