La clase media consumista crece y reacciona

Fernando Saldivia Najul
19 febrero 2009



La clase media consumista es un sector de la población que produce más con la mente que con las manos, y que se beneficia materialmente con la plusvalía que el capitalista le arrebata a los obreros y a los campesinos, quienes pertenecen al sector de la población que trabaja más con las manos que con la mente. En otras palabras, el capitalista se apropia del producto excedente del trabajo del obrero industrial y agrario y comparte algo de la plusvalía con la clase profesional consumista, que representa la base social de las corporaciones y su ejército ideológico.

Sin embargo, este sector consumista que forma parte de la clase trabajadora se encuentra oprimida emocional, intelectual, moral, y espiritualmente por la clase capitalista. De modo que, tanto la clase obrera como la clase profesional pertenecen ambos a la clase trabajadora explotada, son los oprimidos, solo que mientras a la primera la explotan más físicamente, a la segunda la explotan más mentalmente, sobretodo en términos de plusvalía ideológica. Por otro lado, en el caso particular de Venezuela, país petrolero, la clase media tiene además el privilegio de disfrutar de los precios del petróleo que son pagados de manera indirecta con la plusvalía de la mano de obra barata de los pueblos más explotados. No obstante los privilegios materiales de la clase media, los profesionales al servicio del capital no dejan de ser unos siervos vestidos de títulos.

Al encontrarse la clase media más en contacto con la clase burguesa, por el trabajo intelectual que desempeña, ésta es más susceptible de asimilar hábitos y creencias propias de la clase dominante. Es por esto que el concepto de clase media se entiende más como una categoría ideológica que como una categoría económica. La clase media asimila la ideología del consumo, y también se refugia en el consumismo porque el capitalismo no es capaz de satisfacer las necesidades humanas. El capitalismo solo es capaz de satisfacer las necesidades animales y proporcionar confort a una minoría a costillas de la mayoría.

De manera que, esta clase media es consumista porque está insatisfecha, no es feliz, y como no es feliz tiene que consumir, en otras palabras, tiene que drogarse. En lugar de luchar para construir una sociedad donde pueda satisfacer sus necesidades humanas, se siente impotente, y se aferra al consumismo como una terapia de resignación. Es una terapia permanente de estimulación de los sentidos, acompañada por la magia que produce el fetichismo de la mercancía. Para ellos, las mercancías no las fabrican los trabajadores explotados, sino que las ven como objetos que tienen vida propia.

En consecuencia, este sector está obligado a reaccionar en contra de la igualdad social porque tiene miedo a perder los privilegios que le permiten adquirir la droga que los libera: el consumismo. Es una sensación de libertad que emana del poder de compra. Es la magia de entrar a un centro comercial y consumir las mercancías. Los centros comerciales son como grandes templos donde se adoran los fetiches, y luego los compran para montar un altar en sus apartamentos. Cuando los fetiches ya no les alivian las frustraciones, los desechan y van por otros. También viven la sensación de libertad que experimentan cuando circulan con sus vehículos dejando atrás a los peatones.

Pero esto no lo reflexionan ellos. El capitalismo no les permite descubrir o al menos entender cuáles son sus necesidades humanas, porque todos los días cuando sale el sol, a ellos los encierran en unas oficinas con luz artificial hasta que se pone el sol, para repetir la misma tarea todos los días.

Aristóteles escribió en La ética a Nicómaco que la felicidad humana es el sumo bien del hombre, y está más relacionada con lo que es propio del ser humano, o sea, el intelecto, la razón. Habla del ejercicio de las virtudes morales, pero sobre todo del ejercicio de las virtudes contemplativas: el entendimiento, la sabiduría, el conocimiento. La persona dichosa —decía— se entiende que ha de vivir bien y obrar bien. La acción misma es felicidad. A diferencia del dinero que se desea para un fin, o sea, para comprar deleites y disfrutarlos en los raticos “libres”, la contemplación se desea por sí misma, porque es más duradera. Por su parte, Marx hablaba de la autorrealización, de la actividad vital creadora, del desarrollo de las capacidades humanas como seres integrales, y no como una pieza de una gran maquinaria donde el cerebro se atrofia.

Todo esto suena muy romántico, es verdad. Nosotros vivimos bajo el sistema capitalista, y el capitalismo no ofrece las condiciones para satisfacer las necesidades humanas. Pero en la rebeldía también hay satisfacciones humanas. El mismo Marx, por allá por 1865, cuando sus familiares llenaban el “Álbum de las confesiones”[1], le preguntaron qué idea tenía él de la felicidad, y él respondió: la lucha. Y cuando le preguntaron que entendía por la desdicha, respondió: la sumisión.

Por otro lado, esta clase media consumista reacciona porque también es egoísta. Y es egoísta porque fue formada para competir, y no para cooperar. Se les estimuló más el instinto del egoísmo que el instinto de la solidaridad. De sus padres, maestros, curas, profesores, jefes, y sobretodo la televisión, solo recibieron y reciben la información necesaria para que actúen a favor de los capitalistas quienes son los que controlan la información, o sea, controlan los planes de estudios, las doctrinas religiosas, la ideología, las noticias. Esto es histórico. La clase dominante, la capitalista en este caso, informa conforme a sus intereses de clase. O sea, informa solo lo que es necesario para domesticar a las personas y orientarlas hacia la competencia, el productivismo, el consumismo, y así convertirlos en instrumentos para la acumulación de capital.

Esta información se transmitió, y aún se transmite a los jóvenes, confinados en las aulas y en las habitaciones con la tele para que no descubran el mundo. No hubo formación crítica, no hubo debate, solo se les facilitó la formación académica. De modo que las personas están diseñadas para servir al capital y no para la felicidad, no para autorrealizarse, ni para sentirse útiles a la comunidad, y mucho menos para transformar el mundo. El goce intelectual se sustituye por el goce corporal, el premio moral se sustituye por el premio material. Los déficits racionales, las carencias afectivas, las frustraciones, y las angustias, se compensan con la distracción, y hasta con las bajas pasiones, tal cuál los vemos cuando se expresan libremente en las marchas oposicionistas.

Este sector, además de consumista y egoísta, es aún en su mayoría racista. Racista porque esta conducta irracional se alimenta todos los días en las novelas y en la publicidad. Racista porque en sus centros de estudios tienen poco roce con los amerindios, Negros afrodescendientes y mestizos, ya que estos venezolanos tienen el acceso restringido a las escuelas y universidades que se encuentran en poder de la derecha. No es por casualidad que desde la colonia siempre han sido los excluidos.

Las personas que pertenecen a este sector no se sienten corresponsables del genocidio de niños y niñas palestinas porque no entienden la totalidad social. Conocen el mundo a través de una ventana: la televisión. No conocen la relación que tiene el consumo de productos israelitas o estadounidenses con la fabricación de bombas de fósforo blanco. No entienden el sistema de capital, ni la estructura social. Para ellos la responsabilidad estructural no tiene ninguna validez en un mundo que ellos no construyeron. Y cuando se les invita a que reflexionen y condenen a los líderes sionistas asesinos de niños, responden que ese no es su problema.

Ahora, a diez años del proceso revolucionario, esta clase media consumista crece y reacciona. Un porcentaje de hijos e hijas de la clase obrera que se han beneficiado materialmente con las políticas de redistribución de la riqueza, se están sumando a las filas de los consumistas y egoístas. Era de esperarse, porque el ser social —y la televisión— determinan la conciencia. Si bien algunos se quedan en los barrios junto a los que crecieron con ellos, para luchar por el poder popular en los consejos comunales, otros en cambio, los desclasados, los más alienados por la televisión, se mudan a las urbanizaciones y abrazan el consumismo. Ahora viven en otras condiciones sociales. Tanto el consumismo como la dura competencia por “ascender” en la pirámide social los hace más egoístas e insensibles.

Para concluir, compatriotas, si queremos ganarnos a la clase consumista para la causa revolucionaria, en un país petrolero, y por el camino gradualista, pacífico, si es que esto es viable, creo que es necesario demoler los centros comerciales, construir bibliotecas en las urbanizaciones, rescatar los campos de golf para construir espacios públicos, fabricar más trenes y menos carros y reducir la jornada laboral a cuatro horas. Todo con el objeto de abrir espacios para fortalecer el tejido social, el ocio creador, para que este sector pueda enriquecer sus necesidades, para que investiguen y descubran el mundo que heredamos, para que amplíen la visión del mundo, para que adquieran a mediano plazo conciencia social, y a largo plazo conciencia de clase trabajadora.


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[1] Karl Marx’s “Confession”, Zalt-Bommel, 1 April 1865. MECW Volume 42, p. 567.http://www.marxists.org/archive/marx/works/1865/04/01.htm


Publicado en Aporrea.org el 19/02/09
 
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