¿Por qué los escuálidos consumen y creen todo lo que ven y oyen por Globovisión?

Fernando Saldivia Najul
29 noviembre 2008


Cuando sale un nuevo modelo de carro, o de moto, y lo presentan por la televisión, los escuálidos van y lo compran aunque tengan un vehículo en perfectas condiciones. Del mismo modo, si les dicen que ganaron las elecciones regionales del 23 de noviembre, van y se lo cuentan a todo el mundo y no los restriegan en la cara, sin al menos revisar la página Web del Consejo Nacional Electoral. Son 24 horas de manipulación de las conciencias. Acabo de escuchar a un adeco por Globovisión diciendo, palabras más palabras menos, que el pueblo no tiene la libertad de elegir al Presidente indefinidamente, y que en cambio las emisoras de televisión sí tienen el derecho a que los burócratas del Estado le otorguen una concesión para siempre. Semejante disparate lo creen y lo repiten los escuálidos a cada rato. Todo esto no es más que el consumo y la opinión pública irracional.

A lo largo de la historia, el poder siempre se las ha ingeniado para engañar y manipular a las masas. Pero a partir de los estudios de Freud esto se profundizó a unos niveles que sorprendieron. Por allá por los años veinte, el padre de la manipulación mediática, Edward Bernays, el sobrino de Freud, fue el primero en utilizar los descubrimientos sobre el inconciente para manipular a las masas. Bernays logró que las grandes corporaciones de los Estados Unidos les vendieran a las personas bienes y servicios que no necesitaban. Esta idea de crear necesidades no era nueva, sabemos que ya existía cuando comenzó la revolución industrial, pero en los años ’20 adquirió más fuerza. Los Estados Unidos ya vivían en “democracia” y la represión física estaba limitada. De modo que era necesario que las personas se distrajeran consumiendo para que no molestaran a las elites. Bernays luego utilizó las mismas técnicas en la propaganda de guerra y la propaganda política, y también para montar dictaduras en los países más democráticos que los Estados Unidos.

Recordemos que Freud era pesimista, escéptico, no creía en las masas organizadas. Freud desconfiaba de la naturaleza humana del ser humano. Pensaba que las personas tienen instintos animales peligrosos y que no siempre pueden controlarlos de manera conciente. Por lo tanto, creía que “una masa ávida de goce y de destrucción debe ser sofrenada por la fuerza de una sabia y prudente clase superior”.[1] Como no creía en una sociedad no represiva, pensaba que el comunismo era una ilusión.[2] “Evidentemente —decía Freud—, al hombre no le resulta fácil renunciar a la satisfacción de estas tendencias agresivas suyas; no se siente nada a gusto sin esa satisfacción”.[3] Más tarde, el filósofo alemán Herbert Marcuse criticó las creencias de Freud. Inspirado en Marx, consideraba que no había tal tendencia oculta en la naturaleza humana, sino que era más bien un fenómeno histórico. Marcuse hablaba de la “represión sobrante”, y del principio de actuación que modifica el principio de realidad freudiano. [4] Según él, esta cuota adicional y monstruosa de represión es la que la humanidad paga porque la sociedad está estructurada bajo la dominación. Y ésta, históricamente hablando, es la dominación del capital. En la misma corriente de pensamiento, el filósofo alemán, Wilhelm Reich, consideraba que la represión social era la causa de que los seres humanos fueran peligrosos. Donde Freud veía un incontrolable y violento infierno de emociones, Reich veía simplemente el resultado de no permitir que estos impulsos se expresaran libremente. Pensaba que se debía liberar a las personas de las estructuras patriarcales de índole vertical, de represión y control, que convierten a los seres humanos en entes infelices y dóciles dispuestos a obedecer ciegamente los designios de las elites económico-políticas de la así llamada civilización occidental.

Sin embargo, el poder ignora el análisis freudomarxista, y se apoya desde entonces en las creencias de Freud, con el objeto de controlar a las masas en democracia. Es así como Bernays, al servicio de las corporaciones y del gobierno, utilizó la manipulación de los deseos inconcientes para promover el consumo irracional y aumentar las ganancias de las empresas, al tiempo que servía como mecanismo de control social. De esta manera se hacía a las personas “felices” y dóciles. Y tuvo mucho éxito. De hecho, Bernays logró manipular el inconciente de las mujeres estadounidenses y las persuadió para que empezaran a fumar. Él supo que el cigarrillo era un símbolo fálico, y conectó la idea de fumar con el desafío del poder. De modo que la idea de fumar producía en las mujeres un sentimiento de independencia y libertad. Esta idea era completamente irracional, las mujeres no eran más libres, pero ellas se lo creyeron. Inmediatamente, aumentaron las ventas de las tabacaleras.

A partir de ese momento, la compra de productos era mucho más emocional que racional. Los objetos se convertían en símbolos de cómo quieres que te vean los demás. La publicidad ya no mostraba el valor práctico de las cosas. Los carros, por ejemplo, se empezaron a vender como símbolos de sexualidad masculina. El automóvil los hacía sentir más hombres. Es así como finalmente se pasó de una cultura de la “necesidad” a una cultura del “deseo”.

Uno de los banqueros líderes de Wall Street, Paul Mazer, de Lehman Brothers, lo tenía bien claro. Nosotros —dijo— “debemos cambiar este país de necesidad por un país de deseo: las personas deben ser entrenadas para desear cosas nuevas, incluso antes de que las anteriores estén totalmente inutilizable (…) debemos formar una nueva mentalidad en los Estados Unidos; los deseos de las personas deben subyugar sus necesidades”.[5] Por su parte, el presidente Herbert Hoover, una vez en el poder le dijo a un grupo de anunciantes y relacionistas públicos: “Se les ha asignado el trabajo de generar deseo y de trasformar a las personas en «máquinas de felicidad» en constante movimiento…máquinas que se han trasformado en la clave del progreso.[5] Si las élites estadounidenses subestimaban a los propios ciudadanos estadounidenses, nos podemos imaginar lo que piensan de nosotros.

Más tarde, los manipuladores de oficio, al servicio de las grandes corporaciones, hicieron una conexión entre la idea de democracia y las empresas privadas, y hacían creer a la gente que no se podía tener una verdadera democracia fuera de una sociedad capitalista. Pero ésta era una forma de democracia que dependía de tratar a la gente no como ciudadanos activos, sino como consumidores pasivos. Se trataba de la democracia de masas. Entonces, deciden lanzar una campaña para crear apegos sentimentales entre el público y las grandes empresas. Así lo hicieron y tuvieron tal éxito que trascendió sus propias fronteras. Hoy podemos ver cómo los escuálidos sienten simpatía por los empresarios aunque los exploten y aunque no les permitan tomar decisiones, al tiempo que, sienten animadversión por el Presidente Hugo Chávez, quién ha gestionado clínicas gratuitas para todos y ha reconocido el poder de los ciudadanos, así como el derecho que tenemos de decidir todos los años por elecciones, y de participar todos los días en los consejos comunales, inclusive los consejos comunales de los sectores acomodados.

Cuando EEUU entró en la segunda guerra mundial, Bernays trabajó para el gobierno para promover la guerra. Él sabía cómo se construía el poder de las élites, y se puso a su servicio. Ya en 1928 decía que “aquellos que manipulan el mecanismo oculto de la sociedad constituyen un gobierno invisible, que es el verdadero poder que gobierna nuestro país. Somos gobernados, nuestras mentes moldeadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas mayormente por hombres de los que nunca hemos oído hablar. Esto es un resultado lógico de la manera en que está organizada nuestra sociedad democrática. Grandes números de seres humanos deben cooperar de esta forma, si quieren vivir juntos como una sociedad que funciona con fluidez. (…) en casi cualquier acto de nuestras vidas, sea en la esfera de la política, de los negocios, en nuestra conducta social, o en nuestro pensamiento ético, estamos dominados por un número relativamente pequeño de personas que entienden los procesos mentales y los patrones sociales de las masas. Son ellos quiénes manejan los hilos que controlan la opinión pública,…". [6]

También decía que es posible "reglamentar la mente pública exactamente igual que un ejército reglamenta a sus soldados".[6] Este era el sobrinito de Freud. Otro de sus logros fue cuando dirigió la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en 1954 con el fin de preparar la intervención militar de los Estados Unidos para derribar al gobierno democrático de Guatemala.

Pues bien, amigas y amigos, si en el pasado, cuando fumar era tabú, se pudo manipular el inconciente para las mujeres empezaran a fuman, y también se pudo persuadir a los estadounidenses de que Guatemala era una amenaza para la seguridad de la potencia militar más grande de la historia, no debe sorprendernos que hoy con mejores técnicas de propaganda, Globovisión en pocas horas haya fabricado la opinión de que los escuálidos ganaron las elecciones.

Walter Lippmann, que era el decano de los periodistas americanos, y un importante analista político, consideraba que la propaganda podía utilizarse para “fabricar consenso”. Según nos dice Noam Chomsky, el propio Lippmann sostuvo a principios de los años veinte, que la propaganda se había convertido ya en “un órgano regular del gobierno popular” y que su sofisticación e importancia aumentaba sin cesar.[7] Para Lippmann, esto no era censurable, puesto que los intereses comunes en gran parte eluden a toda la opinión pública, y sólo pueden ser dirigidos por una clase especializada cuyos intereses personales trascienden lo meramente local.[7] Aquellos “hombres responsables” que son los indicados para tomar decisiones, prosigue Lippmann, deben “vivir libres del pisoteo y el bullicio de un rebaño azorado”. Esos “extraños entrometidos e ignorantes” deben ser “espectadores”, no “participantes”.[8] De modo que en la democracia de masas conviven la clase especializada que piensa, entiende y planifica los intereses comunes, y el rebaño desconcertado que son espectadores y no miembros participantes. Y no podía ser de otra manera. Ya en los debates celebrados en 1787 en la Constitución Federal, James Madison, el cuarto presidente de los Estados Unidos, conocido como el padre de la constitución de los Estados Unidos, consideraba que se debía “proteger a la minoría de los opulentos de la mayoría”.[9] ¡Qué bolas!

Es con este espíritu que nace la democracia de los Estados Unidos, y es el mismo espíritu que mueve a las burguesías criollas de la América Latina. Pero los escuálidos nunca creerían esto, porque lo dice Chomsky, y no lo dice Globovisión. Como que si Globovisión se la pasara investigando en las bibliotecas y archivos históricos. No me jodan.

A Globovisión solo le toca manipular a la masa de profesionales y alzar las banderas de libertad y democracia. Porque ellos piensan que es muy peligroso dejar a los seres humanos expresarse totalmente. Se les debe controlar continuamente, pero este control no los hace sentir verdaderamente felices. Y como siempre están descontentos porque no toman decisiones, y porque están esclavizados en un trabajo alienado, a cambio de esto se les invita a consumir, y se sienten “libres” y “felices” cuando consumen. Es de esta manera que drenan la energía erótica que no pueden canalizar a través del trabajo creativo, y la toma de decisiones. Porque entiendo que una persona libre es aquella que no recibe órdenes de nadie. Y esto no lo inventó Marx, esto es una idea de la ilustración.

De manera que viven en una rutina de represión y consumo irracional, de trabajo forzado y consumo irracional, de miedos y consumo de opinión fabricada. Opinión que comparten en la calle con los demás esclavos para tratar de drenar el miedo que les inocula la misma Globovisión. Pero es en vano, el miedo persiste. El miedo es necesario para que vuelvan a encender la televisión. Y eso está fríamente calculado. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque si no están atemorizados, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso, ya que, según las élites, el rebaño humano no tiene inteligencia social. Por ello es importante distraerles y marginarles. Hoy día la opresión hacia los sectores consumistas ha sido ampliamente interiorizada y aceptada como legitima y apropiada. Sin embargo, las elites le temen. El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. Es por ello que Globovisión tiene que necesariamente disparar mensajes las 24 horas.

De manera que el capitalismo crea la represión, y también crea la liberación a través del consumismo para que el poder no se le vaya de las manos. Es una herramienta de control social. Y este consumismo a su vez es necesario para la acumulación infinita de capital. Ya no hace falta la represión física. Hoy se controla a los escuálidos con la alimentación de sus infinitos deseos. En lugar de utilizarse las teorías de Freud para liberar a las personas internamente, para desalienarlas, lo que se hizo fue utilizarlas para profundizar su sometimiento y alienación.

El activista político y mártir surafricano Stephen Biko sufrió, al igual que nosotros hoy, cuando percibía la ignorancia de sus hermanos africanos, y cuan fácil resultaba la manipulación de sus conciencias. Lo expresó de esta manera:

“El arma más potente en manos del opresor es la mente del oprimido”.


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[1] Sigmund Freud, Mi relación con Josef Popper-Lynkeus, 1932. Obras Completas de Sigmund Freud. Editorial Biblioteca Nueva, Tercera Edición, Madrid, 1973.Tomo III, pág. 3097.
[2] Sigmund Freud, El Malestar en la Cultura. Alianza Editorial, Madrid, 1995, pág. 54.
[3] Ibídem, pág. 55.
[4] Herbert Marcuse, Eros y Civilización. Sarpe, S.A., Madrid, 1983, pág. 13-14.
[5] Citado por Adam Curtis, The Century of the Self, BBC, 2002.
[6] Edward L. Bernays, Propaganda. Horace Liveright, New York, 1928.
[7] Walter Lippmann, Public Opinion, Allen & Unwin, Londres, 1932, pág. 248 y 310. Citado por Noam Chomsky y Edgard S. Herman, Los Guardianes de la Libertad (Manufacturing Consent. The Political Economy of the Mass Media). Grijalbo Mondadori, S.A., Barcelona, 1990, pág. 13.
[8] Noam Chomsky, Hegemonía o Supervivencia: El dominio mundial de EEUU. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004, pág. 14.
[9] Ibídem, pág. 15.


Publicado en Aporrea.org el 29/11/08
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Escoger pareja en el mercado de hombres y mujeres

Fernando Saldivia Najul
09 noviembre 2008


La televisión nos presenta el mundo como un gran mercado. Y dentro de ese mercado nos encontramos nosotros como una mercancía más. En el paso universal del valor de uso al valor de cambio se produce la cosificación de las personas. En consecuencia, todos nosotros tenemos un valor de uso y un valor de cambio, somos intercambiables, somos comprables, estamos en las estanterías como cualquier producto. Nos puede comprar un empresario para utilizarnos como a una máquina, o como a una computadora, con un valor económico, pero también nos puede comprar una persona del sexo opuesto para utilizarnos como un proveedor de bienes y servicios, o como un objeto, o para adquirir prestigio o poder por transferencia, como valores de la sociedad capitalista. Salvo raras excepciones, es de esta manera como lamentablemente se escoge a una pareja en la sociedad capitalista.

En la esfera del consumo del otro o la otra en la relación de pareja, tenemos un valor de cambio de acuerdo a un valor social. Pero este valor social que tenemos no es el valor social que pudiéramos tener, por ejemplo, en una sociedad socialista, sino que es el valor social que tenemos en la actual sociedad capitalista y con el cual somos intercambiados como mercancías a favor del capital. Dentro de este escenario, la industria cultural, la cual depende de las corporaciones, es la encargada de promover y reforzar todos los días estos valores por medio de películas, periódicos, revistas, libros, y muy especialmente, a través de la publicidad y las novelas que transmiten por los medios de comunicación.

Por ser el capitalismo una sociedad necesariamente machista y racista, el hombre tiene más valor social que la mujer, y el ario tiene más valor social que el africano, el amerindio, el indio, el asiático, el árabe, el persa. Sin embargo, como la mayor relación antagónica del capitalismo, la conforman los opuestos históricos: capital y trabajo, ya que el primero domina al segundo, entonces el dinero vale más que el fenotipo de la persona. De modo que, sin un africano tiene dinero vale más que un trabajador ario.

Pues bien, desde la infancia se es víctima de este bombardeo de símbolos, y ahora las personas tienen en la cabeza los patrones de belleza mediáticos. Inocularon en la mente de las personas los esquemas de selección de pareja. Cuando lo natural es que las personas se vean atraídas por su sexo opuesto con su propio fenotipo, lo que garantizaría la supervivencia de su etnia, y la diversidad, ahora las personas se ven inconcientemente atraídas por el fenotipo de quienes los dominan. Todo esto favorece al capital.

Pero las características que hacen atractiva a una persona no son solamente físicas, también es importante la forma de pensar. Mientras más alienada, más valor social tiene la persona. Ésta debe producir suficiente dinero como para poder consumir lo que diga la televisión. Si produce solo lo necesario para consumir las necesidades materiales reales, queda muy por debajo de aquel que emplea todo su tiempo para producir el dinero necesario para obtener bienes y servicios innecesarios que son creados por el mercado a favor del capital. De modo que, cuando escogemos pareja, inconcientemente lo hacemos con un criterio de selección que favorece a quienes nos dominan.

Por ejemplo, cuando un hombre compra un vehículo, lo hace principalmente porque las mujeres, a través de la publicidad y de las novelas, ven que un hombre las valora y las quiere en la medida que las transportan y las pasean en un vehículo último modelo. Igual pasa con los restaurantes. Las mujeres aprenden por la televisión que los hombres las quieren en la medida que las llevan a restaurantes. Así, mientras más gasta el hombre para darle gustos y comodidades a la mujer, en esa misma medida la mujer se siente valorada, “amada”. Y ni hablar cuando se antojan de un viaje de placer a los Estados Unidos o a Europa. De modo que los hombres tienen que pasar de 8 a 12 horas realizando un trabajo alienante, que los agobia, que no los satisface, para ganarse el dinero necesario para que las mujeres les hagan compañía. Igual pasa con la mujer. La mujer tiene que hacerse las tetas, vestirse a la moda, y maquillarse, solo para conseguir a un hombre que la represente y la acompañe a alcanzar las metas que le impone la sociedad capitalista.

Ya lo dijimos al comienzo de este artículo, el mundo es un gran mercado, y nosotros somos unas mercancías. En consecuencia, la sensación de enamorarse también se desarrolla con respecto a las mercancías humanas que están a nuestro alcance. Es un negocio como cualquier otro. El objeto —mi pareja— debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social —definido por la televisión— y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. En este sentido, los que piensan y visten a la moda son mayoría y tienen un universo mayor de selección de pareja.

Erich Fromm, freudomarxista alemán-estadounidense, decía en el El Arte de Amar, que “dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo”. [1]

Todo un negocio. De modo que, no nos debe sorprender que la industria cultural edite libros de autoayuda para parejas, donde se aconseja a sus lectores que no discutan ni peleen, sino que “negocien” con su pareja. El lenguaje de la ideología capitalista está también de manera inconciente en los escritores al servicio del capital, y en las relaciones de pareja mercantiles al servicio del capital. Cuando dos personas se “enamoran” a partir de valores de intercambio, hablamos del “amor” como mercancía, hablamos del mercadeo del “amor”. Amor entre comillas, porque no puede nacer el verdadero amor del interés material, ya que el interés y el amor son antagónicos. Igual pasa con los contratos matrimoniales. No puede nacer el verdadero amor enre parejas con contratos matrimoniales. Y de esto saben bastante los anarquistas: no se puede amar a una persona que no es libre.

Sobre el amor del hombre moderno, Fromm nos dice que “nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo. La situación en lo que atañe al amor corresponde, inevitablemente, al carácter social del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, pueden intercambiar su «bagaje de personalidad» y confiar en que la transacción sea equitativa”. [2]

Si los autómatas no pueden amar, como dice Fromm, entonces las hijas e hijos que vienen a este mundo no son producto del amor, sino producto de una empresa. Y esa empresa está al servicio del capital. La niña y el niño serán domesticados y disciplinados para producir plusvalía.

Ahora bien, cuando escogemos pareja nos podemos equivocar. Por ejemplo, si un hombre se antoja de una mujer que tenga el patrón de belleza mediático, lo más probable es que tenga que invertir más dinero en gimnasio, cosméticos, restaurantes, vehículos, y viajes. De igual manera si una mujer se antoja de un hombre con patrones de belleza mediáticos, lo más probable es que la trate como el mejor de los machistas. Esto es así, sencillamente porque tanto la mujer como el hombre que tienen los patrones de belleza mediáticos, están siendo permanentemente promocionados por la televisión, amén de los halagos, piropos, y de las llamadas por teléfono que reciben a diario de parte del sexo opuesto para mostrar su valor social. Cuando eufemísticamente se habla de “conquistar a alguien”, lo que se está haciendo no es otra cosa que “negociando con alguien”.

Puro negocio. El verdadero amor, los verdaderos sentimientos, no se pueden negociar, pero sí se puede negociar el sexo, y también las emociones. De hecho, desde la infancia, las mujeres son más reprimidas que los hombres. Hoy en día, muchas de ellas suelen reprimir sus deseos, y sus emociones hasta tanto no tengan certeza de que están haciendo un buen negocio. Por ejemplo, es frecuente escuchar a los machistas decir que si se invierte en un buen restaurante es factible recibir sexo de una amiga que se encuentre bastante alienada por la televisión. Aquí ambos, hombre y mujer, son víctimas del sistema. La mujer tiene menos valor social que el hombre, por lo tanto, se ve obligada a administrar su cuerpo porque éste representa para ella, según la televisión, algo valioso que puede ofrecer en los acuerdos con los hombres. La represión emocional de la mujer, hace que, aludiendo a la ley de la oferta y la demanda, su sexo sea más demandado que ofertado, en consecuencia, el sexo del hombre es más barato que el de la mujer, y éste debe entonces exponerse más a la explotación, trabajar y producir más dinero para comprar compañía femenina. En el capitalismo no hay compañía gratuita.

Ya vimos como nosotros actuamos espontáneamente bajo las formas de comprar, vender, y valorar. Este esquema de pensamiento se hace más rígido en la medida que más nos adentramos en el campo laboral. Esto es, mientras más producimos dinero, y más consumimos necesidades creadas, más nos alienamos. De hecho, cuando uno es adolescente y aun se encuentra estudiando, las relaciones de pareja suelen ser menos mercantilistas que cuando estamos inmersos hasta los tuétanos en el gran mercado. La televisión trabaja la mente de las personas desde la infancia. Con los años aumenta la alienación. Ya a los 25 o 30 años de edad, estamos entrenados para mercadear lo que sea.

Pero no podemos ser tan pesimistas. Se puede abandonar el intercambio para aprender a amar. “Amar —dice Fromm— es fundamentalmente dar, no recibir. (…) El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para él, dar sin recibir significa una estafa. (…) Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad. (…) Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él —da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza—, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se le da en cambio”. [3]

Entonces, el amor es un poder que produce amor, y la impotencia es la incapacidad de producir amor. Sobre este particular, Marx nos dice: “Si te imaginas ahora a un hombre como hombre y su relación con el mundo como relación humana, podrán cambiar el amor sólo por el amor, la confianza sólo por la confianza, y así sucesivamente. (…) Si amas sin ser correspondido, es decir, si tu amor como amor no genera amor recíproco, si con tu manifestación vital como hombre que ama no logras ser un hombre amado, tu amor es impotente, es una desgracia” [4]

Marx habla de cambiar amor por amor. Sin embargo, se podría interpretar que amor por amor no es un intercambio como tal, ya que lo que se cambia es la dirección o el sentido, porque el amor es el mismo. Y es con este amor verdadero como realmente se puede superar el sentimiento de soledad y angustia que produce la separatidad. Porque tenemos conciencia de nuestra separatidad cuando nos separamos de nuestros vínculos primarios: el niño se separa de la madre y el ser humano se separa de la naturaleza.

Para concluir, amigas y amigos lectores, así como tenemos que combatir el hambre, proteger el ambiente, liberarnos del trabajo alienado, la revolución también tiene que producir una nueva educación sentimental. En otras palabras, tenemos que liberarnos del mercadeo del “amor”, liberarnos de la alienación del amor. Cuando ya no exista el salario y la explotación, entonces las relaciones de pareja no se harán por intercambio, el sexo será libre de pago, y nacerá el verdadero amor. El amor verdadero es un valor cultural necesario para superar el sentimiento de soledad. Porque se puede estar acompañado y sentirse solo, como cuando se mercadea el “amor”, y al contrario, se puede estar solo y sentirse acompañado, como cuando se está realmente enamorado y la persona amada está ausente.


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[1] Erich Fromm, El Arte de Amar. Ediciones Paidos Ibérica, S.A., Barcelona, 1988, pág. 15.
[2] Ibídem, págs. 87 y 88.
[3] Ibídem, págs. 31-33.
[4] Karl Marx, Manuscritos Filosóficos Económicos de 1844, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición).Tercer Manuscrito, pág. 116.


Publicado en Aporrea.org el 09/11/08
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Ludovico Silva: La Plusvalía Ideológica

Fernando Saldivia Najul
05 noviembre 2008



Ludovico Silva
Sabemos que Marx estudió los elementos básicos de la teoría de la ideología desde el punto de vista del materialismo histórico, sin embargo, no alcanzó a elaborar una teoría madura de la ideología. Siguiendo a Marx, el pensador venezolano Ludovico Silva, como una contribución a la teoría general de la ideología, elaboró el concepto de “plusvalía ideológica” a partir de la descripción y el análisis de la estructura económica de la sociedad. [1] Así como la ideología de la sociedad capitalista es un hecho objetivo, Ludovico trata de presentar también como un fenómeno objetivo la producción de plusvalía ideológica. Aunque el término “plusvalía ideológica” es original de Ludovico, la idea siempre estuvo latente en la obra de Marx.

La expresión “plusvalía ideológica” nace de una analogía entre cosas que ocurren en el plano material —el taller oculto de la producción— y cosas que ocurren en el plano espiritual —producción de la conciencia. De modo que, así como en el taller de la producción material capitalista se produce la plusvalía material, así también en el taller de la producción espiritual dentro del capitalismo se produce una plusvalía ideológica, cuya finalidad es la de fortalecer y enriquecer el capital ideológico del capitalismo. Y este capital ideológico, a su vez, tiene como finalidad proteger y preservar el capital material.

Se dice que la analogía no constituye propiamente una explicación científica, ya que el principio de ciencia es el principio de determinación. Sin embargo, la analogía que se plantea aquí puede concebirse como algo más que una analogía. Lo verdaderamente importante de este caso es que entre la realidad material y la realidad espiritual que decimos análogas sí existe una determinación, pues la realidad material, que se explicita como estructura social, determina dialécticamente a las formaciones ideológicas. En otras palabras, la ideología es la reproducción de una situación económico-social existente. De manera que, lo que al trabajo físico es la plusvalía material, eso mismo es al trabajo psíquico la plusvalía ideológica.

Pero ambas plusvalías están ocultas. Así como el proceso de producción de la plusvalía material es un proceso oculto, estructural, que necesita ser develado y denunciado, del mismo modo el proceso de producción de la plusvalía ideológica es también algo que ocurre por debajo de las apariencias. Aquí ya estamos hablando de la “falsa conciencia” de la que hablaba Engels, y de la diferenciación de lo psíquico en conciente e inconciente, descrito por Freud, como premisa fundamental del psicoanálisis. Mientras Engels hablaba de “falsa conciencia”, Freud hablaba del “inconciente”. Así como hoy nosotros tenemos que luchar contra los creyentes del capitalismo, Freud tuvo que luchar, cuando lanzó su teoría, contra todas aquellas personas de “cultura filosófica” que no creían en la idea de un psiquismo no-conciente. Se trata de las teorías científicas que deconstruyen las creencias ideológicas.

Según Freud, hay dos clases de inconciente: lo inconciente latente —capaz de conciencia—, y lo inconciente reprimido, que es incapaz de conciencia por sí mismo. A lo latente que solo es inconciente lo denomina “preconciente”, y reserva el nombre de inconciente para lo reprimido. Todo lo reprimido es inconciente, pero no todo lo inconciente es reprimido. El material de una representación inconciente permanece oculto, mientras que el material de una representación preconciente se muestra enlazada con representaciones verbales. Estas representaciones verbales son restos de memoria. Fueron en un momento dado percepciones, y pueden volver a ser concientes, como todos los restos de memoria. Sólo puede hacerse conciente lo que ya fue alguna vez percepción conciente.

Pues bien, apoyado en estos descubrimientos de Freud, Ludovico elabora su tesis:

«Nuestra tesis es que la base de sustentación ideológica del capitalismo imperialista se encuentra en forma preconciente en el hombre medio de esta sociedad, y que todos los restos mnémicos [de memoria] que componen ese preconciente se han formado al contacto diario y permanente con percepciones acústicas y visuales suministradas por los medios de comunicación; y decimos que ellos constituyen la base de sustentación ideológica del capitalismo, no sólo en el sentido descriptivo de que "la ideología se forma a través de los medios de comunicación" —noción que por sí misma sería insuficiente—, sino en el sentido más preciso y dinámico de que el capitalismo no suministra a sus hombres cualquier ideología, sino concretamente aquella que tiende a preservarlo, justificarlo y presentarlo como el mejor de los sistemas posibles. Habría que añadir que la forma como el capitalismo suministra esa ideología es pocas veces la de mensajes explícitos doctrinales, en comparación con la abrumadora mayoría de mensajes ocultos, disfrazados de miles de apariencias y ante los cuales sólo puede reaccionar en contra, con plena conciencia, la mente lúcidamente entrenada para la revolución espiritual permanente. Y no sólo el hombre medio, sin conciencia revolucionaria, vive inconcientemente infiltrado de ideología, sino también todos aquellos revolucionarios que, como decía Lenin, se quedan en las consignas o en el activismo irracional, pues tienen falsa conciencia, están entregados ideológicamente al capitalismo, sin saber que lo están; la razón por la cual todos estos revolucionarios se precipitan en el dogmatismo es precisamente su falta de entrenamiento teórico para la revolución interior permanente. Todo aquel que, en su taller interior de trabajo espiritual, obedezca a una conciencia falsa, ilusoria, ideológica, y no a una conciencia real y verdadera, será eso que llamamos un productor típico de plusvalía ideológica para el sistema capitalista. Y tanta más plusvalía ideológica producirá cuanto más revolucionario sea, si lo es sólo en apariencia». [2]

Vemos como Ludovico adopta el “preconciente” como el lugar dinámico de las representaciones fundamentales de la ideología, ya que éste es capaz de conciencia. Y así como el preconciente, al convertirse en conciencia, deja de ser lo que era y de actuar como actuaba, también la ideología, al hacerse conciente, deja de ser ideología. De modo que con el propio esfuerzo, y con la ayuda de intelectuales y con la lectura de estudios científicos, las personas pueden elevar a la conciencia el pantano ideológico en el cual están atrapados sin saberlo. En este sentido, la misión de los intelectuales dentro del capitalismo y contra él, es hacer un psicoanálisis colectivo.

Ahora bien, así como el lugar individual de la ideología es el preconciente, el lugar social de la ideología es la industria cultural o la industria ideológica o la industria de la conciencia. Pero no solo la industria cultural es productora de ideología. Todo el aparato económico del capitalismo es productor de ideología. Aunque solo fuese porque para vender las mercancías deberá realizar campañas, y presentar al mundo como un mercado de mercancías.

La industria cultural es una industria como cualquier otra que pertenece a la estructura económica general del capitalismo en su fase industrial avanzada, y ésta depende principalmente de las grandes corporaciones. De tal manera que, como dicen los jefes de la industria cultural, la industria cultural es un negocio, y todo debe adaptarse a ese negocio. Sin embargo, el lugar de producción de la ideología no puede limitarse a la consideración de la industria cultural. Aun sin la ayuda de los medios de comunicación actuales, el capitalismo segregaría su ideología.

En esa industria no solo se gana dinero y se acumula capital como en cualquier otra industria, en la industria cultural se produce, además, un ingrediente específico: plusvalía ideológica. Así como al obrero se le sustrae la plusvalía material ocultamente, sin que él lo perciba, del mismo modo, al individuo medio del capitalismo se les extrae de su psique la plusvalía ideológica, que se traduce como esclavitud inconciente al sistema. Se trata, en suma, de un excedente de energía mental del cual se apropia el capitalismo.

Es la misma explotación del hombre por el hombre. Solo que la industria ideológica esclaviza y explota al hombre en cuanto hombre, no en cuanto dueño de una fuerza de trabajo. La plusvalía ideológica, originariamente producida y determinada dialécticamente por la plusvalía material, se convierte así no solo en su expresión ideal, sino además en su guardiana y protectora desde el interior mismo de cada hombre.

En el caso particular de los artistas e intelectuales ideologizados, por tratarse de una venta, hay más elementos de conciencia en el proceso de producción de la plusvalía. La mayoría de los artistas e intelectuales, esclavos ideológicos del capitalismo, se ideologizan con las relaciones de producción capitalista. Estos artistas e intelectuales son los mayores productores de plusvalía ideológica para el sistema.

Dentro del capitalismo y merced a él, en el interior de las personas habita la falsedad, la ideología minuciosamente controlada. Las “respuestas” colocadas en la preconciencia de las personas —y que constituyen su ideología— funcionan exactamente como mecanismos: se disparan ciegamente, como resortes psíquicos, y constituyen eso que suele llamarse visión del mundo, y que más valdría llamar: punto o perspectiva de visión del mundo.

Vivimos en una sociedad represiva. La ideología nos aliena. La persona que vive esclavizada a las mercancías que consume vorazmente, cree que es feliz gracias a esas mercancías. Pero esconde el odio reprimido a la explotación ideológica de que es objeto, a la plusvalía ideológica que incesantemente produce para alimentar el capital ideológico del capitalista.

En esta fase avanzada del capitalismo, ser capitalista no es ya solo ser dueño del capital material, sino también del capital ideológico. El capitalismo no solo controla a las personas económicamente, sino que además las explota ideológicamente. Coloca en su preconciente la imagen del mundo como un mercado, lo convierte en un arsenal de valores de cambio, hace del trabajo espiritual una mercancía. Es verdad que la jornada de trabajo se ha reducido, pero no puede decirse verdaderamente que haya aparecido el “tiempo libre” del que hablaba Marx, y que se entiende como el tiempo del “desarrollo pleno del individuo”. Lo que ha aparecido es un falso tiempo libre. Los hombres pasan su tiempo sin sentido y permanecen en realidad sujetos a los ritmos del trabajo y a su ideología. Es un “tiempo libre” en el que trabajamos para la preservación del sistema, es el tiempo de producción de la plusvalía ideológica. De manera que, el “tiempo libre” de la sociedad capitalista-imperialista no es un tiempo libre, es el tiempo de producción de la plusvalía ideológica.

Nuestra energía psíquica permanece concentrada en los múltiples mensajes que el sistema distribuye. Permanecemos atados a la ideología capitalista, y se trata de un tiempo de nuestra jornada que no es indiferente a la producción capitalista, sino al contrario, es utilizado como el tiempo óptimo para el condicionamiento ideológico. Es el tiempo de la radio, la televisión, los diarios, el cine, las revistas y, si tan solo se va de paseo, el tiempo de los anuncios luminosos, las tiendas, las mercancías. Los medios de comunicación son la industria de la conciencia que produce plusvalía ideológica. Su función principal es la manipulación de la población sometida.

De tal manera que el capitalismo, y en especial la industria ideológica explota al hombre en aquello que es específicamente suyo: la conciencia. Además, dice Ludovico, así como la fuerza de trabajo humana se vuelve una mercancía en la que el trabajador “enajena su valor de uso y realiza su valor de cambio”, asimismo la fuerza de trabajo intelectual también se vuelve una mercancía bajo el capitalismo: a cambio de esa especie de salario espiritual que es la “seguridad” de no tener que pensar por cuenta propia, el hombre explotado por la industria ideológica vende su fuerza de trabajo espiritual y produce un excedente ideológico; o mejor dicho, compra su “seguridad” a cambio de su conciencia. El fenómeno, en cuanto compra, es lo habitual; pero en el caso de los artistas e intelectuales que sirven a los intereses ideológicos del capitalismo, se trata de venta de fuerza espiritual de trabajo. En ambos casos hay plusvalía ideológica.[3]

En suma, nos desgastamos cuando empleamos energía física y mental para producir bienes y servicios, la cual nos es arrebatada en forma de plusvalía material a favor del capital, y además, nos desgastamos cuando empleamos energía mental, sobretodo durante el “tiempo libre”, para producir plusvalía ideológica también a favor del capital.


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[1] Ludovico Silva, La Plusvalía Ideológica, 1970, Fondo Editorial Ipasme, Tercera Reedición, Caracas, 2006.
[2] ibídem, pág. 202.
 

Publicado en Aporrea.org el 05/11/08 
http://www.aporrea.org/ideologia/a66667.html

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