Artistas y periodistas de RCTV se levantan al grito de libertad

Fernando Saldivia Najul
18 abril 2007



Me contaron que en un evento reciente celebrado en el Teatro La Campiña, artistas y periodistas de RCTV se pusieron a llorar unos, y a gritar otros, porque ellos están acostumbrados a hacer y decir lo que les da la gana, y ahora presienten que la libertad que ellos se ganaron con sus luchas durante muchos años está seriamente amenazada.

Me hubiese gustado escucharlos al menos unos dos minutos. Me dijeron que estuvo de melodrama. Pero, afortunadamente, yo dejé de ver ese canal cuando me di cuenta que Diego de la Vega, el protagonista de la serie de El Zorro, luchaba solamente contra el abuso de poder, y nunca lo hacía en contra de las injustas leyes de Indias. Mientras que Teresa, la vendedora de tamales de la plaza, y su novio Joaquín Castañeda, rebelde y aguerrido, como también lo eran sus seguidores, sólo aparecían en escena como personajes secundarios representados por artistas invitados. ¡Que desilusión! Así no vale Walt.

¿Dónde quedaba mi derecho a la libertad de ver todas las tardes a una Teresa y a un Joaquín luchar por la independencia de México? Cuando era niño, no recuerdo que algún canal tuviese una serie que nos animara a liberarnos del Banco Mundial ni del Fondo Monetario Internacional. Y mucho menos de la Organización Mundial del Comercio, la rata de las ratas. Entonces, ¿para qué me servía el control remoto? Sólo para peleármelo con mis hermanos. Recuerdo que el que llegaba primero, se arrogaba el derecho de seleccionar la basura que nos inoculaban esa tarde.

Entonces, ¿de qué libertad hablan los artistas y periodistas de RCTV? ¿Hasta cuándo se caen a mojones? Aquí nadie es libre. Ni siquiera el Presidente de la República es un ciudadano libre. Nosotros estamos acorralados por un macro sistema mercantil. Vivimos sometidos por una dictadura económica-militar y una hegemonía cultural. La diferencia es que ahora hay más venezolanos y venezolanas luchando para liberarse que hace algunos años atrás. Eso es todo. Pero lo que no me parece justo es que sus jefes de la planta los animen a emplear el término "libertad" para lo que sea. Ya no aguanta más manoseadera.

Dejen la lloradera. Ensériense un poquito, que ya están bastante grandecitos.

Los ayudo a recapacitar. Veamos. Hay muchas maneras de clasificar la libertad, pero vamos a hacerlo de una forma sencilla para que no me dejen el artículo por la mitad. Evaluemos tres: Libertad infantil, libertad de decisión o libre albedrío, y libertad para la autorrealización.

La libertad infantil es la que trató de explicar el filósofo inglés Thomas Hobbes. Pero afortunadamente le salió gallo. El obispo Bramhall le brincó encima. En palabras de Bramhall, Hobbes pensaba que la libertad es aquella que experimentan los niños cuando todavía no tienen uso de razón. Algo así como la libertad del agua cuando fluye a través de un canal. A esta libertad, el obispo Bramrall la llamó la libertad infantil, bruta y ridícula [1]. Por otro lado hablamos de la libertad de decisión. O sea, que nosotros suponemos que tenemos libre albedrío. Somos libres de la determinación instintiva de obrar. Y por último, hablamos de libertad para la autorrealización, cuando somos libres de disfrutar la actividad espontánea de nuestra personalidad integrada.

Amigos y amigas de la pantalla chica —los que aún no son fascistas—, estas tres ideas de libertad suelen tomarse en consideración para construir una sociedad dada. Eso si, siempre bajo unas restricciones mínimas para la convivencia. O sea, se trata de libertades sujetas a la ley. Por lo menos hasta que algún día todos seamos hombres nuevos. Cuándo llegue ese día, bastará sólo regirnos por elementales principios éticos.

El capitalismo salvaje, y el capitalismo menos salvaje, se pasean entre la libertad infantil y la libertad de decisión. Esto sólo le permite a la clase media satisfacer los deseos sensoriales y los deseos que la clase rica nos creó desde pequeñitos, con un bombardeo de imágenes, sonidos y frases cortas. Ahora ustedes creen que son felices pero no lo son. Solamente experimentan un sentimiento de satisfacción y viven con muchas expectativas. Pero tras esa fachada de satisfacción y optimismo la gran mayoría de ustedes son infelices. Y no es paja. He visto mujeres artistas de esa planta que visitan una panadería sólo para comprar cuatro cajas de cigarros.

En cambio, el socialismo que queremos construir todos, con ustedes inclusive, debe necesariamente ofrecer la posibilidad y la libertad para la autorrealización. Es la libertad para que todos ustedes puedan ser espontáneos en su ambiente de trabajo sin que sus jefes les pongan mala cara. Una libertad para que puedan realizar una actividad creadora sin copiar modelos extranjeros, y sin que les impongan todos los días lo que tienen que hacer. Pero eso no basta. La felicidad no puede ser plena dentro de una sociedad con privilegiados. Necesario es que todos luchemos por la igualdad social. Libres de explotación. En la lucha nos hacemos más dignos y ganamos libertad, y podremos disfrutar de la felicidad social, porque como lo demostró Kant, el bien de una persona depende del bien común. Entonces, amigos y amigas, no le reclamen al gobierno la libertad para gozar. Eso es importante, pero más importante es luchar por la libertad para ser felices.

¡Ah! Pero ustedes se van a preguntar: ¿Si nosotros nos sentimos bien así, para qué cambiar? ¿Por qué nos van a imponer su forma de libertad por la fuerza?¡No no! No es eso. Lo que queremos, por un lado, es que ustedes sean felices de verdad, no de a raticos, sino siempre. Vamos a cambiar una felicidad chimba por una felicidad fina. Y por el otro lado, aspiramos que nuestras hermanas y hermanos venezolanos de la clase baja, así como la propia naturaleza, no sean víctimas de la gozadera consumista, del prestigio, y del poder infeliz de las clases media y alta. Y eso se logra, no por la fuerza, sino variando la programación con el propósito de darles la oportunidad de desintoxicarse y transformarse, de autómatas programados para llorar y gritar por nada, a seres humanos con dignidad.

El psicoanalista Erich Fromm, el mismo que escribió El Arte de amar, estudió a fondo la sociedad capitalista desde sus comienzos. En su libro El miedo a la libertad, escrito en 1941, nos cuenta el daño que nos hizo la libertad del capitalismo:

«El individuo llegó a sentirse más sólo y más aislado; se transformó en un instrumento en las manos de fuerzas abrumadoras, exteriores a él; Se volvió un individuo azorado e inseguro. Existían ciertos factores capaces de ayudarlo a superar las manifestaciones ostensibles de su inseguridad subyacente. En primer lugar su yo se sintió respaldado por la posesión de propiedades. Él, como persona, y los bienes de su propiedad, no podían ser separados. Los trajes o la casa de cada hombre eran parte de su yo tanto como su cuerpo. Cuanto menos se sentía "alguien", tanto más necesitaba tener posesiones. Si el individuo no las tenía o las había perdido, carecía de una parte importante de su yo, y hasta cierto punto no era considerado una persona completa, ni por parte de los otros ni de él mismo» [2]

Y agrega:

«Otros factores que respaldaban al ser eran el prestigio y el poder. (...) La admiración de los demás y el poder ejercido sobre ellos se iba a agregar al apoyo proporcionado por la propiedad, sosteniendo al inseguro yo individual» [2].

Fromm es claro. La libertad del capitalismo nos hizo sentir más solos y aislados. Perdimos los vínculos primarios: el contacto con la naturaleza y la familia. Luego se activaron los mecanismos de evasión. Fromm estudió tres: el autoritarismo, la destructividad y la conformidad automática. Este último mecanismo, la conformidad automática, constituye la solución adoptada por la mayoría de los individuos normales de la sociedad moderna. En palabras de Fromm:

«El individuo deja de ser él mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea. La discrepancia entre el "yo" y el mundo desaparece, y con ella el miedo consciente de la soledad y la impotencia. Es un mecanismo que podría compararse con el mimetismo de ciertos animales. Se parecen tanto al ambiente que resulta difícil distinguirlos entre sí» [3].

Con esto el psicoanalista quiere decir que ustedes están trabajando en RCTV sólo porque necesitan huir de la soledad, la inseguridad y la impotencia que tienen de no lograr la paz existencial al margen del sistema.

Por eso queremos construir otra sociedad. Para que ustedes, artistas y periodistas, no tengan que huir sumisos a los brazos de los dueños de los medios, de la misma forma que un ternero cuando se sale del rebaño para descubrir el mundo que lo rodea, se ve pronto forzado a regresar asustado porque perdió la protección.

Ahora sí les puedo decir, amigos y amigas de RCTV, que luchen por la libertad.


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[1] The English Works of Thomas Hobbes, by William Molesworth, Bart. Scientia Aalen, 1962. Vol. V, p. 40 y 41.
[2] El Miedo a la Libertad, Erich Fromm. Editorial Paidós. Buenos Aires. Versión y presentación de la versión castellana. Impreso en 1966. Pág. 155.
[3] Ibídem, pág. 224.


Publicado en Aporrea.org el 18/04/07
http://aporrea.org/medios/a33491.html

Más artículos del autor en:
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Vergüenza étnica

Fernando Saldivia Najul
03 abril 2007


Gracias al discurso político del Presidente, orientado a la exaltación de los valores nacionales, así como a la labor de reinterpretación de la historia y a los talleres que promueven las asociaciones de indígenas y de Negros afrodescendientes, y, por supuesto, gracias a la inclusión de los excluidos, el fenómeno de vergüenza étnica y el endorracismo [1] se ha venido reduciendo en alguna medida. Es cierto. Sin embargo, he notado que este fenómeno se ha despertado y se ha hecho mucho más visible en indígenas, en Negros afrodescendientes, y en mestizos que se encuentran empleados, o con alguna relación de dependencia con la clase media y alta de origen europeo.

De tantas impresiones que he tenido a lo largo del proceso revolucionario sobre este particular, me ha llamado la atención una vivencia reciente. Es el caso de dos jóvenes mujeres que se encontraban sentadas a mi lado en un banco del Boulevard de Sabana Grande. Una amerindia y la otra Negra afrodescendiente, no mayores de veinte años de edad. Ambas se hallaban conversando sobre sus experiencias como trabajadoras de servicio doméstico. Parecían amigas. Luego de varios minutos, consideré que no debía irme sin antes abordarlas a modo de educador de calle:

—Ustedes tan jóvenes, ¿por qué no estudian?

—Porque estamos trabajando —me responden.

—Bueno, pero la revolución es para que todos ustedes estudien. Tienen que aprovechar el cambio. Antes los pobres no podían estudiar.

—Es verdad, tenemos que aprovechar —me dicen.

—Y continuo: Sus patronos no quieren que ustedes estudien. Ellos están molestos porque el Presidente está educando a los pobres.

—¿Quién? ¿el animal? —me responde una de ellas, y la otra la aprueba con gestos.

Camaradas, me paralicé por un momento. Pero luego reaccioné:

—¿Cómo que el animal? No deben ofender al Presidente, y mucho menos delante de las personas que reconocen el amor que el Presidente siente por los pobres.

—¿Qué presidente? ¡Ese ordinario! —me dice una—. Uribe sí es un presidente que habla con decencia. Es verdad —consiente la otra.

Me propuse hacerlas entrar en razón. Sin embargo, poco después se aburrieron y se despiden. Una de ellas, la que mostraba más odio, en la retirada, me dice:

—No señor, no insista. No me va a cambiar mis ideas.

Un poco confundido y molesto a la vez, me levanté del asiento y me fui a contárselo a un compañero. De inmediato me respondió: No me extraña para nada. Ahorita mismo Globovisión estaba comparando los modales de Chávez con los de Uribe.

Casualmente en la noche, camaradas, frente al televisor, pude ver a la policía de Uribe ese día, 11 de marzo, cuando agredía a los participantes de la manifestación anti-Bush en Bogotá. Eso si, con buenos modales.

Pues bien. Globovisión sigue la pauta del imperio. El 21 de septiembre, la actual Vocera de la Cámara de Representantes del Congreso de los EE.UU., Nancy Pelosi, manifestó el desprecio que siente por el Comandante:

«Hugo Chávez se cree un Simón Bolívar moderno, pero no es más que un dictador ordinario» [2]

Pues bien. Las jóvenes son víctimas del racismo y la discriminación social que promueven los medios y que aún se vive en esta sociedad de clases. La vergüenza étnica anula el discernimiento de estas jóvenes. Por un lado, rechazan al Presidente. Pero por el otro, no pueden dejar pasar la oportunidad de estudiar que les brinda la revolución. Se avergüenzan de que el Presidente, de rasgos amerindios y afrodescendientes como los de ellas, emplee el mismo lenguaje llano de ellas en funciones de Jefe de Estado. Sin embargo, no sienten vergüenza de ofender la majestad presidencial en plena vía pública, delante de quienes lo apoyan y de quienes admiran su empeño por lograr que todas y todos estudien.

Lamentablemente, estas jóvenes y Globovisión, víctimas y victimario, me hacen recordar las palabras del “Discurso sobre el colonialismo”, del poeta antillano Aimé Césaire:

«Yo hablo de millones de hombres a quienes se les ha inculcado sabiamente el miedo, el complejo de inferioridad, la tembladera, la genuflexión, la desesperación, el servilismo»

Frantz Fanon, médico psiquiatra y revolucionario, nacido en Martinica, estudió a fondo la negrofobia del antillano. En su libro “Piel negra, máscaras blancas” [3] afirma que luego de una prolongada transculturización, la cual fue asimilada por el inconsciente, el Negro afrodescendiente hizo suyos todos los prejuicios, mitos y actitudes colectivas del europeo. Por lo tanto, es normal que el antillano, esclavo de esta imposición cultural, sea negrófobo, como él le llama. El afrodescendiente se da cuenta de que se es negro en la medida en que se es malo, flojo, instintivo. En el inconsciente, negro es igual a feo, a pecado, a tinieblas, a inmoral. De manera que un antillano es blanco, por el inconsciente, y también por casi todo el proceso de su individualización.

El desprecio que sintió Fanon por parte de las élites no es muy distinto del que sienten las jóvenes que conocí en el Boulevard cuando se encuentran en el entorno de la clase escuálida mojoneada. El discurso de las razas superiores que trajeron los españoles, sigue anclado en las mentes de la mayoría de los profesionales de clase media y alta. Discurso que siempre fue reforzado por las élites intelectuales.

El reconocido escritor venezolano y racista Arturo Uslar Pietri, desde muy joven ya difundía esta farsa entre los sectores privilegiados. En un trabajo titulado “Venezuela necesita inmigración” [4], hablaba sobre la “indolencia de las razas mezcladas” y sobre la necesidad de “inyectar al país una formidable cantidad de sangre nueva”. Con mayor precisión, la pluma racista escribe:

«El indio era aun mucho más incapaz de valorización que el español. Nunca tuvo ni capacidad ni resignación para el trabajo sistemático. Al hablar del indio las palabras pereza y vicio surgen constantemente de la pluma de los cronistas coloniales. La aparición del negro en América fue una consecuencia de la misma incapacidad del indio. El negro, por su parte, tampoco constituye un aporte que pueda beneficiar a la raza. La mezcla resultante no ha superado los componentes originales. Lo que pudiéramos llamar la raza venezolana actual es, en rasgos generales, tan incapaz de una concepción moderna y dinámica del trabajo y de la riqueza, como lo fueron sus ascendientes. (...) Esto quiere decir que si no modificamos grandemente la composición étnica de nuestra población será casi imposible variar el curso de nuestra historia y hacer de este país un Estado moderno» [4].

En medio de un discurso parecido a este, Fanon, en su tierra natal, analiza la neurosis colonial de los antillanos. Pero Fanon no se conforma con el puro diagnóstico de la vergüenza étnica y de la negrofobia del afrodescendiente. Como revolucionario hace un llamado a los colonizados para que se purguen ellos mismos de su degradación por medio de una catarsis colectiva que sería alcanzada por la violencia contra sus opresores europeos. Un llamado para que liberaren las fuerzas acumuladas en forma de agresión. En su libro “Los condenados de la tierra” [5], Fanon habla sobre su teoría de la contraviolencia del colonizado. Fanon decía que la violencia desintoxica al colonizado. Lo libra de su complejo de inferioridad y de sus actitudes contemplativas. Comprueba sobre el terreno que los discursos sobre la igualdad de la persona humana son sólo discursos y que no se puede ocultar la verdad. En fin, según Fanon, con la violencia del colonizado se unifica al pueblo que una vez fue dividido por el colonialismo.

Si las conclusiones de Fanon están en lo cierto, esto quiere decir que por la vía pacífica sólo nos estaríamos medio liberando. Y, lamentablemente, la liberación definitiva sería violenta.

Por lo pronto, la discriminación continua. Cambia de forma. Ayer varias castas legalizadas. Hoy, son menos clases: alta, media, chusma y más chusma. Esto debido a que, según varios autores, las élites se valen del cuento del mestizaje y una supuesta igualdad racial con el propósito de borrar las raíces indígenas y Negras afrodescendientes en la población a modo de bloqueo cultural. En otras palabras: Sin raíces comunes, no hay identidad cultural. Luego, si no hay identidad, hay división. Y por último, si hay división, hay dominación.

Termino este artículo, con un llamado a las compatriotas que conocí en el Boulevard. Recuerden la respuesta del Presidente cuando las élites le dicen chusma al pueblo:

«Si, somos chusma. La misma chusma que siguió a Bolívar»


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[1] http://fernandosaldivia.blogspot.com/2007/01/endorracismo.html
http://fernandosaldivia.blogspot.com/2007/01/endorracismo-involuntario.html
[2]
http://aporrea.org/tiburon/a30768.html
http://washingtontimes.com/world/20060922-123242-8190r.htm
[3] Piel negra, máscaras blancas. Frantz Fanon. Editorial ABRAXAS, 1973. Buenos Aires. Págs.158 y 159.
[4] Venezuela necesita inmigración. Arturo Uslar Pietri. Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas. Julio 1937. Número 284. Pág. 6943
[5] Los condenados de la tierra, Frantz Fanon. 1963, Fondo de Cultura Económica. Cap. I. La violencia.

Publicado en Aporrea.org el 03/04/07
http://www.aporrea.org/medios/a32824.html

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