¿Qué es la República Disney Universal?

Fernando Saldivia Najul
29 junio 2006


Pronto, muy pronto, los venezolanos ya no tendrán que viajar a Miami para disfrutar del maravilloso mundo de Disney. Y es que los genios de los “centros de pensamientos” que asesoran a los gobiernos de Estados Unidos y Europa, elaboran planes para que todos los habitantes de la tierra, en un futuro próximo, puedan ser tan “felices” como ellos, dejando atrás todo tipo de mezquindad.

En otras palabras, ellos quieren que en todas las ciudades del mundo se construya un Disney World, en cada pueblo, un “mall”, y en cada comunidad indígena, un Mc Donald. De esta forma, viviríamos en el tan esperado “mundo de las oportunidades” y todos podríamos alcanzar el “éxito”.

No exagero. Ayer estuve revisando algunos artículos de opinión y declaraciones a la prensa que ha dado el “hombre blanco” en los últimos cinco años, y se queda uno perplejo con la ligereza que manejan el tema de la mundialización. Especialmente el señor Robert Cooper, diplomático de la UE y asesor de Tony Blair. El conocido genio que explicó las razones por las cuales son necesarios los imperios, en un ensayo titulado “Por qué todavía necesitamos imperios”.

Amigos de la Patria. Los grandes pensadores al servicio de las corporaciones, y los voceros de los gobiernos de los Estados Unidos y sus aliados en Europa insisten en que no nos preocupemos. Que no le crean al Presidente Chávez cuando dice que hay ejércitos que invaden países para robar materia prima, y para vender manufactura innecesaria. Que eso no es así. Ellos dicen que Chávez dice eso para asustarnos, y poder así mantenerse en el poder como el único que nos podría proteger de los piratas. En otras palabras, ellos han venido repitiendo que el que quiere "poder" es nuestro Presidente, y no ellos.

También dicen, que ellos lo que tienen planeado para la humanidad no es un imperio racista, así tan feo como dice el Presidente. Tampoco una monarquía universal. Ellos dicen que esas son cosas del pasado. Que es verdad que Alejandro, Julio César, Carlo Magno, Carlos V y Napoleón tenían esas apetencias, pero que ellos no. De ninguna manera. Ellos lo que quieren es hacer realidad el viejo sueño de una “República Universal”. O sea, un solo país planetario con un solo gobierno, porque, según ellos, la división política del mundo en varios polos de poder, no es democracia, es caos.

Lo anterior se traduce, amigos, en que estas personas no quieren que seamos una república independiente, y mucho menos que nos integremos como unos Estados Unidos de Latinoamérica. Ustedes se preguntarán, ¿y por qué? Si ellos lo hicieron, nosotros también tenemos derecho. No, no. Ellos dicen que nosotros los sureños somos unos frustrados, que no sabemos gobernarnos, que somos unos incapaces. Que ni siquiera podemos diseñar y construir un parque de atracciones con la calidad de Disney World, y que por eso tenemos que ir todos los años a llevar a nuestros hijos al norte para que le den un abrazo a Mickey Mouse. Que ya basta de tanta sobadera con el pobre ratoncito, que se lo vamos a gastar.

Y además, dicen los “hombres blancos”, que como nosotros no sabemos gobernarnos, podríamos en cualquier momento, dentro de nuestro caos, invadirlos a ellos por error, como lo hizo Pancho Villa en una oportunidad. Y ellos no quieren que eso se vuelva a repetir.

Ahora, si ustedes escuchan a estas personas hablar de invasiones, lo primero que les va a venir a la mente son las múltiples invasiones que ha hecho el ejército de los Estados Unidos en los últimos cien años. Pero, no, no. Aquí los genios y los voceros de las corporaciones son muy claros. Ellos explican que eso es circunstancial porque hay países muy rebeldes que deben ser reprendidos por la fuerza. Y aclaran que entre los países de Europa y los Estados Unidos no se requiere usar la fuerza como en la selva, porque ellos cooperan de forma civilizada, en cambio con nosotros no, porque nosotros somos salvajes.

Por otro lado, han manifestado que las 700 bases militares que tienen dispersadas por todo el mundo, incluyendo la de Guantánamo, serían desmanteladas una vez que ellos logren fundar la “República Universal”. Una sola familia de hermanos, donde todos tengamos las mismas costumbres, creencias, y manera de pensar. De esta forma, más nunca se violarían los derechos humanos.

Ya no tendríamos que ver más a los musulmanes encarcelados, agonizando con el rosario en la mano después de una tortura. Por ahora, dicen, es necesario excederse un poquito. Que si queremos una verdadera democracia global definitiva, tenemos que sacrificarnos y aguantar una moderada dictadura mundial transitoria. Y agregan que sólo se podría mantener la paz si logran poco a poco suprimir la soberanía de los estados y las naciones.

De modo que, si todo sale bien, y no les estropeamos sus planes, muy pronto tendríamos el tan anhelado y maravilloso mundo de Disney en la Plaza Altamira, ahora como patrimonio de la República “Disney” Universal. Los venezolanos de la clase profesional consumista ya no tendrían motivos para luchar por sus ideales en este espacio, porque ahora sí tendrían más cerca a Mickey Mouse para sobarlo.

Y finalmente, el gobierno de los Estados Unidos, convertido ahora en el nuevo gobierno único mundial, le daría la orden a Globovisión de modificar el famoso llamado a sus seguidores. Ahora les dirían:

“Traigan a sus hijos para ‘Altamira Disney Plaza’..., y no traigan sus pitos, ni sus banderas, ni sus consignas..., ni tampoco su nacionalismo..., porque ya no tenemos patria”.


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Publicado en Aporrea.org el 29/06/06
http://www.aporrea.org/tiburon/a23121.html

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Chavela y Globomiro

Increíble pero cierto

Fernando Saldivia Najul
26 junio 2006



Esta mañana tuve la oportunidad de presenciar una discusión política entre una señora, vendedora ambulante, y un señor trajeado de flux en pleno Boulevard de Sabana Grande. Ella con una tipología mestiza, propia de la mayoría de los venezolanos, y el señor, de rasgos europeos, también venezolano. Bueno, eso creo. Al menos tenía el acento caraqueño.

Todo ocurrió cuando venía caminando por el boulevard, y de pronto, veo un grupo de gente agrupada en el medio del pasillo, entre las tiendas del comercio ambulante y los locales comerciales. Al principio pensé que se trataba de las personas incautas que se detienen alrededor de los tahúres de la chapita escondida bajo tres cáscaras. Pero no era eso. Pronto pude avistar por encima de las cabezas, que se trataba de dos personas discutiendo. Un señor, un poco acalorado, y una señora, con rostro de indignación, pero hablando en un tono más pausado que éste.

Como no podía seguir mi camino, a menos que diera un vueltón, me tocó escuchar parte de la controversia. Voy a compartir con ustedes, estimados lectores, más o menos lo que recuerdo. No conozco las personas. No sé sus nombres. Pero, conforme al tema que discutían, creo que le asienta bien llamarlos Chavela a la señora, y Globomiro al señor. Cojan palco:

Globomiro: Claro ustedes están felices porque Chávez les deja hacer lo que les da la gana.

—No señor, eso no es así —dijo Chavela—. Nosotros estamos aquí por necesidad.

—Sí. Pero yo también tengo derecho a caminar sin tropezarme—replicó Globomiro.

—Está bien señor, pero yo necesito alimentar a mis hijos, comprar medicinas y educar a mis hijos. Y además —continúa Chavela—, usted debe saber que hay derechos que están por encima de otros.

—Claro, que lo sé —dijo Globomiro—, no soy bruto. Pero no se supone que su presidente ya resolvió los problemas de alimentación, salud y educación —agregó atropelladamente.

—Disculpe, disculpe —lo interrumpe Chavela— No es como usted lo dice. Sí se ha hecho bastante. No salgo de mi asombro. Pero las revoluciones no duran siete, diez, ni veinte años. Y mucho menos cuando tienen enemigos como usted, que lo que hacen es criticar y no ayudan en nada.

—Se equivoca señora —saltó Globomiro—. Yo trabajo todos los días para serle útil a mi país. No soy un flojo como ustedes.

—¿¡Flojos!?... ¿Acaso, no nos ve trabajando? —pregunta Chavela.

—Bueno está bien —responde Globomiro—. Pero no me va a negar que por aquí hay mucho flojo que no quiere superarse, y hay que estarle regalando todo.

—Señor, no les diga flojos —sugiere ella en tono pausado—. No hay personas flojas. Hay personas desmotivadas. Y tampoco se les regala nada señor. La satisfacción de las necesidades básicas es un derecho humano.

—Llámele como quiera —apuntó Globomiro—.

—Como quiera no —insistió ella—. A las cosas hay que llamarlas por su nombre.

—¡Ah, sí!... Entonces, según usted, Chávez tampoco le está regalando nuestro petróleo a los demás países —replica Globomiro.

—Qué demás países ni que nada —responde Chavela—. ¿Usted no sabe que Latinoamérica es una sola nación? ¿Usted no sabe que los gringos nos dividieron para saquear nuestras riquezas?

—¡Señora!..., está hablando igualito que Chávez. ¡Le lavaron el cerebro! —respondió él—. Abra los ojos. Chávez no los quiere a ustedes. Él está millonario. ¿No ve el flux que tiene? ¿Por qué él no se viste como ustedes? ¿Ah, ah?

—¡Pero señor!... ¿Usted no sabe que él es un militar? —pregunta Chavela con asombro—. Él sabe de guerra. Nosotros estamos en una guerra de baja intensidad, señor. Por supuesto que a él no le gusta usar un traje clasista. El Presidente sólo lo usa como un uniforme de camuflaje.

—¡Señora!... ¡usted si que enreda las cosas! —dijo Globomiro con asombro.

—No, no, señor —vuelve Chavela—. Lo que pasa es que usted seguro que se la pasa pegado a Globovisión, y sale todos los días a repetir como un lorito lo que le dicen los ricos. ¿Usted cree que un ricachón le va a decir a usted la verdad? ¿Cuántas veces le ha mentido el dueño de la empresa donde usted trabaja?

—¡Ah no! No me cambie el tema —dijo Globomiro, ya de capa caída—. No me voy a quedar aquí discutiendo toda la mañana con usted. Yo lo que sí sé, es que Chávez sembró el odio. Y no me lo vaya a negar.

—¿Por qué lo dice? —pregunta Chavela—. ¿Es que usted antes nos quería a nosotros, y ahora no nos quiere?

—¡No, no!. No es eso... Bueno..., no sé, no sé..., a mi no me gusta ese señor.


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Publicado en Aporrea.org el 26/06/06
 http://www.aporrea.org/oposicion/a23034.html

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El Presidente tiene todo el poder

Fernando Saldivia Najul
22 junio 2006



Se repite todos los días que el Presidente tiene todo el poder. Si no escuchamos esto por la televisión, nos lo recuerda un amigo o un compañero de trabajo. Y para colmo, The Wall Street Journal acaba de comenzar una campaña que lo coloca como un emperador. Hasta ahora, afortunadamente, ninguno de mis allegados lo ha repetido, pero no canto victoria.

Pues bien, amigo, vamos a hacer una pequeña reflexión sobre esto. Pero antes le sugiero, que si está leyendo este artículo en su trabajo, cuide que su patrono no lo vea. Luego si quiere, a la hora del café, puede comentarlo con sus compañeros.

Amigo trabajador, nosotros siempre asociamos la palabra "poder" con algo que puede emplearse para dominar y explotar a otros. O sea, el poder en manos del mal. No lo sé, la sociedad nos acostumbró a eso. Sin embargo, es ahora, desde que comenzaron a cambiar las relaciones de fuerza en nuestra sociedad, cuando puedo percibir que “una cuota” de ese poder, fue conquistado por una parte importante de la sociedad para utilizarlo, conforme creo, a favor del bien.

Usted puede que se pregunte: Pero, ¿sólo una cuota?. Entonces ¿quién tiene el poder? Bueno. De modo breve, y sin ir muy lejos, vamos a recordar.

A principio de este siglo, en los Estados Unidos, se impusieron en las empresas dos métodos para explotar a los trabajadores, desarrollados por los señores Taylor y Ford. En estos métodos se requería "especializar" a los trabajadores y aumentar el control de los “tiempos y los movimientos” de la mano de obra. Esta práctica luego se extendería para el trabajo intelectual.

Con la especialización, el trabajador podía pasar mas tiempo en su puesto de trabajo. De modo que, con la eliminación de los “tiempos muertos”, el trabajador le producía más al empresario y lo ayudaba a enriquecerse más rápido. Ahora el empresario podía controlar los tiempos de trabajo y los volúmenes de producción de cada trabajador. Surge así el injusto concepto de “tiempo impuesto”.

Perfecto. El sistema individualista de explotación en masa resultó. Durante décadas, fue de mucho provecho para los empresarios. Pero en los años setenta, el modelo iniciado por Taylor y Ford entró en crisis y emergieron nuevas potencias económicas. Alemania y Japón le disputaron la supremacía a los Estados Unidos.

Así es la cosa, dijeron los del norte, esto no se queda así. Y más atrás le siguieron los empresarios venezolanos. Dijeron, tenemos que mejorar el método de explotación de nuestros empleados. Pero eso si, de una manera más sutil, para que no se den cuenta. Es aquí cuando intentan copiarse el “modelo” japonés. Éste se basa, más o menos, en el principio de "justo a tiempo".

Se impuso una disciplina de "inventarios cero", que contiene la idea de "empresa mínima". O sea, que trata de evitar los excesos tanto de personal como de equipo.

Pero no fue suficiente. Los empresarios, tenían que imponer otras estrategias como la del “control de calidad total”. Práctica que se encuentra relacionada directamente con el papel de la vigilancia y el control de los trabajadores. También, en otra oportunidad, engañaron a los trabajadores con la búsqueda de la “excelencia”. Ésta última, como expresión de una lógica social de la “competitividad”. ¡Qué palabritas!

Tampoco se conformaron. Querían concentrar más dinero. O sea, holgar el embudo arriba y asfixiarlo abajo. Y se les prendió el bombillo. Los empresarios encontraron una medida burlona, aún vigente, por lo menos hasta que se les ocurra otra técnica más injusta. Esto es, los empresarios le piden a los trabajadores comprometerse con las metas de productividad preestablecidas o no. Se les exige el cumplimiento de tareas bien o mal planificadas, sin considerar el horario de trabajo, y a cambio de nada. ¿Cómo? ¿Sin ningún dividendo para el trabajador? Como lo lee. Algo así como ser un socio que asume riesgos, pero que no recibe ganancias por ello.

Este nuevo método de explotación introducido por las corporaciones transnacionales en nuestro país, en el ámbito de la globalización, impone lamentablemente la “intensificación del ritmo de trabajo”, y un progresivo “aumento de la jornada laboral”, al punto que ya no se habla de explotación, sino de “superexplotación”.

En otras palabras, cada vez que los empresarios japoneses persuaden a sus trabajadores para producir más y con mejor calidad, usted también tiene que hacerlo, pero sin ser japonés. A menos que usted se lo crea.

Hoy vemos como bajo el acoso y la amenaza del despido se intenta mejorar la productividad en cantidad y calidad. También vemos como cunde el “miedo” en las empresas. Los efectos del “miedo paralizante”, han aumentado la “insolidaridad” en el mundo laboral.

No en balde el Presidente ha dicho que la palabra “competitividad” no le gusta mucho. A mí tampoco. Sin embargo, también ha dicho que de cuando en cuando hay que usarla.

Por supuesto. Tenemos que entenderlo. Es una revolución pacífica. Por más que se hayan implantando empresas socialistas en el país, todavía vivimos bajo la lógica de un macrosistema nacional e internacional de economía capitalista explotadora. Y si requerimos intercambiar productos con otros, se debe trabajar con calidad comparativa, por ahora. A menos que el Estado decida subsidiar a las empresas socialistas. Ustedes saben, las empresas socialistas están organizadas con una economía de equivalencias y no con una economía de mercado. No se preocupen. Vendrá el momento en que no tengamos que compararnos ni rivalizar más con nuestros compañeros.

Recordando nuevamente palabras del Presidente, en otra oportunidad, también lo escuché pedirle a los empresarios que le dieran un fin de semana largo cada mes a cada trabajador para mejorar nuestra salud mental. Porque, según el Comandante, el trabajador no puede ser esclavo del trabajo. Y una persona no puede vivir para trabajar y nada más . Porque, según sus propias palabras: “la vida es muy hermosa”.

Ahora, para dar término a este artículo, uno se pregunta, ¿escucharon los empresarios esta petición? ¿La siguieron? Usted lo sabe amigo. Entonces, ¿quién tiene el poder?

Ayer el Comandante lo dijo en Panamá, para responder a las palabras de Perón cuando dijo en su oportunidad, que el año 2000 nos encontraría unidos o dominados:

Bueno, dijo el Presidente, aquí estamos, desunidos y dominados.


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Publicado en Aporrea.org el 22/06/06
http://www.aporrea.org/actualidad/a22956.html

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Y dale con el amor al prójimo

Fernando Saldivia Najul
18 junio 2006



¿Por qué tengo que amar al prójimo? ¿Hasta cuándo los humanistas nos van a atormentar con esa idea loca? Estas preguntas se las han hecho y se las hacen todos los egoístas desde mucho antes de Jesús. Sí, mucho antes. Porque Confucio, filósofo chino, allá por el siglo VI antes de Jesús, ya hablaba de la “piedad filial”, necesaria para alcanzar la armonía en la familia, la sociedad y el Estado. Y Sidarta, también por esa época, pero en la India, recomendaba la “compasión infinita” como camino ineludible para alcanzar la felicidad perfecta.

Amigo lector, si usted es una persona solidaria, muy poco puedo aportar para sus reflexiones. Ya usted se montó en el autobús del “socialismo cristiano” que tanto machaca el Comandante como vía indispensable para alcanzar el estado de mayor suma de felicidad para todos. Pero, al contrario, si usted es de esas personas mezquinas por naturaleza, o mejor dicho, le enseñaron a serlo, tómese unos minutos y delibere en su interior con la compañía de las líneas que siguen:

Supongamos que creo en un dios benevolente así como lo manifiesta el Presidente. Bueno, muy fácil. Si soy creyente, soy un privilegiado porque estoy imbuido con la gracia divina y puedo amar a un dios en su dimensión sobrenatural. Y, por extensión, si amo a un dios de manera sobrenatural, también puedo amar de forma sobrenatural a todo lo que él le dé vida. O sea, que puedo amar al prójimo con poco sacrificio. Facilito, ¿verdad?

¡Ah! Pero yo no soy creyente, ¡qué broma! Bueno, no importa. Pero sí creo en la justicia. Creo que debe hacerse justicia. Claro, alguna vez he sufrido algún tipo de injusticia, y cada vez que veo la injusticia en el prójimo, siempre recuerdo mi experiencia, y como reflejo de su pena, me pongo en su lugar, y siento compasión.

Si, si, pero eso de la compasión se me pasa rápido. Por lo general yo solo amo por simpatía o por roce. A mí me cuesta amar de forma sobrenatural. Esta bien, esta bien. Pero sí me gustaría vivir en paz. No quiero que vuelva a explotar la sociedad como pasó el 27 de febrero de 1989, porque correría peligro mi familia. Ni tampoco quiero vivir en una sociedad que se sostenga por décadas a punto de explotar, porque igual la delincuencia me perjudica.

Bueno, ahora pareciera que sí tengo motivos para “amar al prójimo”, al menos por conveniencia. O más bien, como propuso el filósofo alemán Immanuel Kant del siglo XVIII cuando dedujo el “principio unitario del deber”. Él planteaba algo así como “respetar al prójimo”, sin necesidad de llegar a amar.

Perfecto. Si es así, puedo acudir a la regla de oro de todos los pueblos: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. O esta otra más socialista: “Todo lo que quieres que otros hagan por ti, hazlo por ellos”.

¡No, no!. Mejor no. Yo no quiero perder el tiempo ayudando a otros para ver si algún día esto redunda en mi beneficio. ¿Y si me muero antes? Si, pero quedan mis hijos, y, yo amo a mis hijos, eso es natural. Y si no tuviera hijos. Bueno, pero tengo sobrinos que también los amo. Y si tampoco tengo sobrinos. Están los hijos de mis amigos a quienes les deseo que disfruten una patria soberana y en paz, sin clases sociales. ¿Patria sin clases sociales? Sí, claro. Porque para tener patria, tenemos que amar la igualdad, y para amar la igualdad, tenemos que amar al prójimo en cualquiera de sus formas.

¡No, que va! Eso de patria es muy complicado. Y eso de desear el bien a otros después de que yo esté muerto, me cuesta mucho. Yo lo que quiero es ser feliz y ya. Bien, pero ¿quiero ser medianamente feliz o quiero ser muy feliz? Por supuesto que quiero sentirme bien, no solo con pocos ratos de placer, sino con un estado de satisfacción emocional y espiritual más o menos sostenido en el tiempo.

Bueno, entonces no me queda más que recurrir a los conocimientos y a las experiencias del filósofo indio Sidarta Gautama Buda. El filósofo asegura que para sentirme muy bien, debo necesariamente alcanzar un estado de amor-compasión que consiste en un deseo urgente y muy profundo por el bienestar, la felicidad y el desarrollo de todos los seres vivos.

Y dale otra vez con el “amor al prójimo”. Pareciera que no tengo salida.

¡Que se le hace! Vamos a aceptarlo. Pero ¿cómo alcanzo ese estado de amor-compasión? Los seguidores de Sidarta han compilado su sabiduría por tradición oral, y hoy la puedo encontrar escrita en los “Sutra”. En uno de ellos, en el “Sutra del Amor”, voy a encontrar una serie de ejercicios mentales que tengo que realizar todas los días, hasta que, finalmente, algún día pueda realmente amar al prójimo sin necesidad de amar a un dios supuestamente benevolente.

Bueno, se puede intentar. Pero solo en las noches antes de acostarme, porque en el día tengo que trabajar. Y, ¿cómo hago para que mis hijos, mis sobrinos y los hijos de mis amigos amen al prójimo? Los niños son muy dispersos para emplearse en esas tareas aburridas.

¡Ah! Ya sé. Por allá leí, pegado en la puerta de la habitación de mis padres, cuando era niño, un cartelito que decía:

“Un niño que vive con amor, aprende a amar”.


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Publicado en Aporrea.org el 18/06/06
http://www.aporrea.org/ideologia/a22811.html

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